A muchos occidentales suele parecerles irónico y hasta cierto punto increíble que los chinos acostumbran opinar que todos los no nacidos en el Imperio del Centro nos parecemos. Que los "de ojos redondos" (así nos dicen) estamos todos igualitos
Lo que no es tan visible es que esa aparente uniformidad no es tal. Dentro de las fronteras de la República Popular China, el tercer país más extenso del mundo, no sólo habitan chinos han, la etnia más numerosa de esos lares. Sino que hay otros veinte grupos etnolingüísticos diferentes, conviviendo con los que históricamente han conformado lo que llamamos China, la de los chinos, valga la redundancia.
De esa diversidad, y de las tensiones que existen entre la mayoría y las minorías, tuvimos un muy contundente recordatorio esta semana. En las turbulencias étnicas más violentas de las últimas décadas, uigures musulmanes arremetieron contra chinos han en la remota provincia de Xinjiang, en el Lejano Oeste chino. El Gobierno respondió enviando tropas y paramilitares para contener la agitación. Se habla de docenas de muertos y mucha destrucción de propiedad.
Situada en el extremo occidental del país, Xinjiang es una región autónoma de China en que se localiza uno de los peores desiertos del mundo, el de Taklimakán. Desde hace siglos, en ese aislado territorio ha predominado la etnia uigur, procedente del Asia Central, y que para mayor inri es musulmana. Constituye uno de los grupos nacionales no chinos más grandes.
Que desde hace tiempo han venido resintiendo el mismo proceso que el Tíbet: la llegada de colonos chinos han, que se establecen en territorios en los que nunca habían habitado. Lo mismo que los tibetanos, los uigures resienten y odian esta "invasión" de quienes sólo en teoría son sus compatriotas.
Al parecer, fue un chisme lo que desató la reciente violencia: en Xinjiang se corrió la voz de que un par de trabajadores migratorios uigures habían sido linchados por chinos han en una ciudad del Sur. Los uigures, indignados, salieron primero a protestar por los asesinatos, y luego arremetieron contra comercios, casas y automóviles de chinos han en la capital de la provincia, Urumqi. Las fuerzas de seguridad intervinieron, y fluyó mucha sangre.
Como suele ocurrir, la dirigencia comunista china aplicó la mano dura para sofocar cualquier alteración al orden… a su orden. Pero quedó de manifiesto que la uniformidad y la armonía que tanto cacarean
que priva en ese gigantesco país, en realidad no existe: hay fuerzas soterradas, hay agravios históricos, que como fue evidente estos días, pueden salir a la luz… con gran violencia. Otro foco rojo que se prende en una China que quiere ser protagonista en el Siglo XXI.