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La Deontología del Abogado

GILBERTO SERNA

El pasado martes asistí a uno de los salones de céntrico hotel de la localidad, a la presentación de un libro dedicado al tema forense. No pude rehusar, dada la atenta invitación que me hizo un viejo y querido amigo. Ahora me alegro. No me había hecho muchas ilusiones, a pesar de la magnífica encuadernación publicado por Editorial Porrúa que desde mis tiempos de estudiante era una garantía al editar con seriedad los mejores textos jurídicos. Con una carátula muy sugestiva, en que aparece la balanza con dos platillos, que simbolizan la aplicación de la ley, equilibrando los argumentos en pro y en contra, según se hayan presentado los hechos, en un caso puesto a consideración de un tribunal encargado de hacer justicia, en que se comprueba a través del fiel de la balanza hacia dónde debe inclinarse la resolución, sopesando los hechos puestos en el balancín. Todo lo que ahí se dijo y como se dijo cumplió las más caras expectativas de cualquier sibarita de las doctrinas vigentes. A cada participación, el público ahí reunido aplaudió frenético por la calidad y razonamientos de los encargados de presentar la obra.

Con gran prestancia cada uno hizo un relato de la impresión que, con un rigor científico, les había causado su lectura. En un principio todo era bullicio en el salón, que se había constituido en foro. Abogados, representando a varias generaciones de egresados de la Universidad Autónoma de Coahuila, discutían acerca del deber que se impone a los litigantes de comportarse con la mayor discreción. Aquel viejo dicho italiano de que está más seguro el ratón en la boca de un gato que el cliente en manos del aboccato, fue citado con galanura por uno de los sustentantes, como un valor que ha dejado de ser para dar paso a una relación más apropiada. Decía Mario Puzo (1920-1999), autor de la novela El Padrino, que un abogado, con su portafolio, puede robar más que un ciento de hombres armados (¡gulp!). Las sillas estaban ocupadas al máximo, los que llegaron tarde hubieron de conformarse con permanecer de pie durante el desarrollo del evento. Durante cerca de tres horas nadie se movió de su lugar, atento el oído a las que puedo calificar, sin pecar de hiperbólico, de brillantes comentarios de los abogados Gregorio Pérez Mata y Fernando Rangel de León. La crema y nata de los abogados lugareños componía la asamblea. -Quizá faltó que alguien pidiera un minuto de aplausos para el profesor Óscar Flores Tapia q.e.p.d., a quien se debe la construcción de la señorial casa de justicia, en Saltillo-.

Se citaba a Ulpiano, Aristóteles, Couture, Escriche, Fuentes García, Pallares, García Maynes y a otros destacados tratadistas del Derecho. Todos ellos presidían el evento. Estaban unidos, brazo con brazo, dispuestos a ilustrar por boca del autor del libro "Deontología del Abogado" a los miembros de la curia ahí reunidos. Era, como en la antigua Ágora, una asamblea en una plaza pública de alguna ciudad de Grecia. Hay obligaciones de contenido ético, se le oía decir al magistrado Jesús Gerardo Sotomayor Garza, que adquiere el profesional del derecho en el ejercicio de su carrera, agregaba, lo principal es la búsqueda de la justicia como la aspiración máxima de la sociedad, pero sería inútil hacerlo sin un mundo jurídico más humano y más justo. La deontología, es la ciencia o tratado de los deberes, en este caso, de los profesionales. La deontología es, a juicio del maestro Pérez Fernández del Castillo, la ciencia que estudia el conjunto de deberes morales, éticos y jurídicos con que debe ejercerse una profesión liberal determinada. Es en suma, creo, el hacer las cosas con equidad.

En el paso de los años hemos perdido de vista que los abogados deben estar sujetos, en el desempeño de la profesión, por valores éticos. No sólo debemos ajustarnos a ciertos principios, sino que debemos aceptarlos como el birrete y demás vestiduras cuando recibimos el honroso título de abogado. Los abogados deben tener un comportamiento si no ideal, sí muy cercano a ello. Es necesario que se acabe esa horrenda execración social, con la que se compara al abogado, digámoslo sin eufemismos, con un vulgar ladrón. El abogado actúa no sólo en la atención a clientes, también en la cosa pública y no es raro verlo en el comercio. Es una carrera multifacética pues el abogado no siempre se dedica al ejercicio de su profesión. Muchos se esfuerzan en enseñar a otros lo que aprendieron. Es entonces cuando llega el momento en que se deben tamizar los conocimientos para dejar en los nuevos profesionistas, los principios básicos de una vida dedicada al servicio de sus semejantes. En la sesión había magistrados, jueces y personal de juzgados, junto a jurisconsultos, letrados y jurisperitos. Decía don Quijote*, recomendando a Sancho Panza que gobernaría la imaginaria ínsula de Barataria: "Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia". Eso es deontología.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Tomo Cuarto. Parte Segunda. Capítulo XXXVI, pág. 51, Editores W. M. JACKSON, INC., México, D. F., 1960.

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