"Si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo."
Stephen Covey
Al final es inevitable cosechar lo que sembramos. Somos un país que socava constantemente su competitividad. Lo hacemos en economía y en educación. Y, por supuesto, también en deportes.
Duele que el equipo nacional de futbol sufra una derrota en el camino por a la Copa del Mundo Sudáfrica 2010. Duele más que la tengamos a manos del equipo estadounidense, el cual se ha convertido en nuestra némesis.
Pero como somos mexicanos, no falta quien busque a un responsable a quien culpar de la derrota. El villano favorito en esta ocasión ha sido Rafael Márquez, quien parece tener la propensión de hacerse expulsar en los partidos de la selección.
Pero esta visión no es más que una forma de cerrar los ojos a la realidad. El equipo nacional no cayó derrotado este 11 de febrero porque algún jugador haya perdido la cabeza sino porque es simplemente inferior al estadounidense. El marcador de 2-0 en contra se ha repetido de manera consistente en los juegos de clasificación en territorio estadounidense: el 3 de septiembre de 2005 y el 28 de febrero de 2001 (La Afición, 12.2.09).
Las raíces de la derrota no se encuentran en la expulsión de Márquez o en el decepcionante desempeño de Giovani do Santos. No se relacionan con la presencia de un director técnico sueco, como Sven-Göran Eriksson, ni con las fallas de los delanteros mexicanos ante la portería contraria o las de Oswaldo Sánchez bajo los palos. El problema es mucho más hondo. Hemos fallado como nación en el proceso de generación de deportistas de alto rendimiento.
En Columbus, Ohio, casi nadie sabía que iba a tener lugar un partido crucial de clasificación para la Copa del Mundo de futbol de 2010. Muy poca gente se interesó en las transmisiones del juego que realizaron en Estados Unidos la cadena ESPN en inglés o Univisión en español. En México, en cambio, se detuvieron las actividades durante dos horas para observar un partido que dejó una honda frustración en millones de mexicanos.
Poco importa que en México el futbol sea pasión y en Estados Unidos una simple diversión de minorías. Los estadounidenses han venido tomando medidas desde hace décadas para desarrollar jugadores y un equipo competitivo. Ante la falta de una liga profesional fuerte, han trabajado, como lo hacen en otros deportes, en el futbol estudiantil. Esto les ha permitido generar una cantera de atletas jóvenes que de manera sistemática han elevado el desempeño estadounidense.
Nosotros tenemos una liga profesional fuerte, la cual se encuentra entre las que mejores sueldos pagan en el mundo. Pocos equipos de primera división, sin embargo, se han preocupado por establecer canteras de jugadores. Prefieren contratar a cracks ya formados y de preferencia extranjeros. No les interesa hacer la inversión de largo plazo para nutrir talento desde las ligas infantiles. El futbol estudiantil, débil y poco organizado, no ofrece una opción a la falta de visión de los equipos profesionales.
El futbol no es una excepción en un escenario deportivo desolador
Lo que ha logrado Estados Unidos con su equipo de futbol lo han conseguido también otros países con menores recursos gracias a un trabajo organizado y enfocado a la obtención de resultados. Ahí está Cuba, un país pobre que decidió convertir el deporte en escaparate político
Los mexicanos podríamos lograrlo también, si entendiéramos lo que se necesita. No podemos ver el deporte de alto rendimiento como una actividad en la que se empieza uno a preparar al cuarto para las 12. Si queremos un equipo triunfador en la Copa del Mundo de futbol, no ya en 2010 o 2014 sino en 2018, tendríamos que empezar a trabajar desde hoy. Y el primer paso en el esfuerzo sería generar una cantera suficientemente amplia en escuelas y ligas infantiles para que de ella salgan las individualidades excepcionales que permitirán en el futuro obtener triunfos en competencias internacionales.
La crisis va cumpliendo gradualmente con la función de depuración que tiene. Ayer la empresa japonesa Pioneer anunció 10 mil despidos y su decisión de abandonar el mercado de las pantallas de televisión. Pero esto significa que otras empresas, como Sony, Samsung y Sharp, tendrán mayores oportunidades. El problema es cuando los gobiernos deciden gastar el dinero de los contribuyentes para sostener empresas perdedoras, con lo cual prolongan de manera innecesaria las agonías y debilitan a las firmas más eficientes a través de una competencia desleal.