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La guerra del amor

Gilberto Serna

Es una historia que ha causado revuelo por lo novedoso del tema. Los diarios de Nueva York revelaron la trama. Un marido, luego de transcurridos ocho años de que donó un riñón a su entonces pareja, pide ahora que se lo devuelva. Lo que me hizo recordar una popular melodía interpretada por el dueto Los Bribones que alcanzaron un éxito regular tocando en un instrumento musical de viento, en la década de los cincuenta, en la que el autor proponía regresarle a la mujer, cuyo idilio había terminado, un beso robado, no así un rizo que se le perdió. El divorciado Richard Batista, médico de profesión demanda a su ex esposa Dawell que le devuelva el órgano trasplantado o de no ser esto posible, le pague la suma de un millón y medio de dólares por concepto de indemnización. La señora de 44 años en vez de estar agradecida por el injerto, dice él, lo engañó y le pidió el divorcio. Tuvieron tres hijos que en la actualidad cuentan con 14, 11 y 8 años de edad, respectivamente.

No creo que la demanda tenga futuro. Lo que sucede, me supongo, es que el marido se está dejando llevar por sus secreciones hepáticas que le indican que algo debe hacer para recuperar su buen nombre o bien es el deseo de crearle a su ex cónyuge una publicidad negativa, aireando públicamente lo que el considera hizo mal aquélla ingrata. En busca del honor perdido o pretendiendo lavar con el escándalo su reputación manchada, acude a los tribunales. Si nos atenemos a que la donación es una transmisión gratuita o sea el traspaso gracioso de un bien de una persona a otra, no veo cómo el burlado marido puede reclamar devolución alguna. El riñón humano no es algo que se pueda tasar en el comercio y sin embargo, hay quienes lo ponen en venta. No estoy seguro de que haya un banco de riñones pero, con los adelantos científicos, no cabe dudar que algún día pudiera ser. Si hay implantes de corazón, pronto puede encontrarse la manera de generalizar en cuanto a los demás órganos se refiere.

Los estudios cinematográficos se frotan las manos, una historia más que añadir a las llevadas a las pantallas. En este momento me vienen a la memoria, dos: La guerra de los Roses estupendamente protagonizada por Michael Douglas y Kathleen Turner además de Kremer Vs. Kremer, que tuvo en los papeles principales a Dustin Hoffman, como el esposo y Merryl Streep como la mujer. En el primer caso se inicia la relación de pareja con un amor empalagoso que al paso de los días se enfría, pasando de un calor ecuatoriano a un clima polar, como el que estamos viviendo en Torreón en estos días. Las escenas chuscas, platicadas por Danny de Vito tienen un desenlace trágico cuando el candil en que se encuentran los personajes, recreados por Michael y Kathleen, se desploma provocando sus muertes. Ambos actores realizan un trabajo estupendo llevando a los espectadores a un paroxismo nervioso de ver cómo pasan del romance inicial a un profundo hastío, que pronto se convierte en odio, propiciándose una guerra entre los dos sexos. En el segundo caso, el argumento plantea el abandono de hogar, Joana (Merryl Streep) esposa y madre quien en su desesperación existencial y tras el fracaso de su relación con Ted (Dustin Hoffman) entra en una crisis de identidad personal, misma que la obliga a irse en busca de su realización personal.

Lo que puede hacer la mujer, en el caso de la víscera renal demandada, es contestarle a su todavía marido: el que da y quita con el diablo se desquita. Que es un galimatías que usan los niños cuando se niegan a regresar las cosas que les han dado. No creo que se haya firmado un acuerdo mediante el cual la entonces media naranja se comprometía a cubrir una suma, por que entonces se hubiera tratado ni más ni menos que de una compra lisa y llana sin que se hablara de donación que es una figura jurídica que implica gratuidad, lo que es de balde o de gracia. Por la misma razón tampoco se pudo hablar de arrendamiento. No hay comodato en que se hubiera obligado a restituir el órgano por ser únicamente un préstamo. Quizá como tardíamente lo arguye el esposo debería haber un sentimiento de lealtad que le hubiera obligado a la esposa a estimar el beneficio o favor que se le hizo correspondiendo de alguna manera. El marido alega que en vez de ello le pagó con una demanda pidiendo la disolución del vínculo matrimonial.

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