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La Laguna, en la encrucijada

PERIFÉRICO

Arturo González González

La Laguna atraviesa por la etapa más crítica de su historia reciente. Tres graves problemas convergen en este momento histórico para ensombrecer como nunca el futuro de la región: el deterioro ambiental, la crisis económica y la inseguridad pública. Lo más grave es que para ninguno de estos problemas se observa solución alguna, y los habitantes hemos tenido que empezar a acostumbrarnos a vivir en un entorno cada día más hostil y destructivo.

En los últimos años hemos sido testigos y víctimas de los estragos que la falta de conciencia y regulación eficiente han ocasionado en la ecología regional. Durante décadas, en La Laguna se ha permitido la emisión de todo tipo de contaminantes hacia el aire, el agua y el suelo. Los comarcanos hemos nacido, crecido y proliferado en medio de los metales pesados de la industria minero-metalúrgica; el polvo de las cribadoras; el smog proveniente de las ladrilleras, la quema de basura y el funcionamiento de miles de vehículos, y la basura y escombro en terrenos baldíos, fincas abandonadas, canales de riego y hasta en el lecho seco del río Nazas, a donde también se arrojan aguas residuales domésticas e industriales.

Pero no sólo ha sido la contaminación la que ha provocado el deterioro del medio ambiente. Se ha permitido también la sobreexplotación de recursos naturales, sobre todo del agua, elemento tan preciado y escaso en esta región semidesértica, utilizado en su mayoría para satisfacer las necesidades de la agroindustria de lácteos.

Además, la deforestación ha ido acabando con plantas otrora abundantes como la noa, candelilla y lechuguilla, extraídas sin control alguno para fines diversos. Por si fuera poco, el crecimiento acelerado de la mancha urbana no sólo ha acotado los espacios de la flora y fauna silvestres, sino que aquél se ha dado sin cumplir con los estándares internacionales recomendados para la disposición de metros cuadrados de áreas verdes por número de habitantes, lo que ha generado que la Zona Metropolitana de La Laguna presente hoy un grave déficit en este sentido.

Las consecuencias del deterioro, percibidas ya no sólo por expertos y ambientalistas, se vuelven cada vez más evidentes: temperaturas más cálidas, sequías prolongadas, condiciones climáticas atípicas y una considerable reducción en la cantidad y calidad del agua para consumo humano.

En relación al tema económico, La Laguna enfrenta la crisis inmersa en un estancamiento de algunos años atrás, estancamiento que se acentúa en la parte coahuilense. En los últimos tres años, Torreón ha recibido muy poca inversión privada en comparación con el "boom" de las maquiladoras y las franquicias, en los años de la transición del siglo anterior al actual.

Por otra parte, la nuestra es una región de enormes desigualdades. En ella conviven la aislada opulencia de los complejos residenciales con campos de golf y la apretujada pobreza de las populosas colonias de "interés social" y de los barrios irregulares de "cartolandia". En medio de estos extremos está una "clase media" que ha ido dejando de lado sus sueños de subir de nivel por enfrentar la realidad de tener que luchar para no seguir cayendo.

El efecto inmediato de la crisis que ya golpea a la región es la falta del empleo. En medio de la parálisis económica, decenas de miles de jóvenes se integran semestre a semestre a las filas de la población con capacidad laboral mientras observan angustiados cómo miles de personas pierden sus trabajos. La competencia encarnizada por conseguir un empleo o la lucha egoísta por mantener el que se tiene, desarticula cualquier búsqueda conjunta de solución y convierte un problema socioeconómico en una suma creciente de tragedias individuales.

Pero, más allá del desempleo, las crisis suelen dejar una larga estela de desamparo y miseria, de incertidumbre e inseguridad, que agravan los problemas ya existentes. Y, hay que decirlo, los planes presentados hasta ahora por las autoridades estatales y locales para hacer frente a la crisis, nada de esto contemplan, ya que sólo se trata de un conjunto de paliativos que sirven más como lavadero de manos de funcionarios públicos y como promoción de la imagen de políticos con afanes electoreros.

Por último, está el creciente problema de la inseguridad pública. En un lapso no mayor a cinco años, los laguneros hemos pasado de ser una de las regiones más tranquilas del norte del país, a ser una de las más inseguras de toda la República. Día a día vemos cómo se incrementa el número de robos, asaltos a mano armada, secuestros y asesinatos, y la violencia con la que se llevan a cabo. Tan sólo en la semana que recién terminó se cometieron 31 homicidios en la comarca, cifra sin precedente en nuestra historia reciente. El crimen organizado y la delincuencia común han puesto en jaque a los gobiernos y a la sociedad, la cual tiene que enfrentarse diariamente al temor para continuar con su vida dentro de la normalidad que la violenta realidad le permite.

En los tres problemas referidos hay una constante: la respuesta de las autoridades regionales ha dejado mucho que desear. La corrupción, la negligencia, los intereses gremiales o personales se han puesto por encima de la verdadera esencia de la política: la búsqueda del bien común. Pero la ciudadanía lagunera tiene también su parte de responsabilidad, al no exigir lo suficiente para que las instituciones públicas funcionen de manera eficiente y se pongan a trabajar en la búsqueda y aplicación de soluciones a estos tres problemas que hoy tienen a La Laguna en una encrucijada.

Argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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