"A la república sólo ha de salvarla pensar en grande, sacudirse de lo pequeño y proyectarse hacia lo porvenir".
José Ortega y Gasset
Las marchas son una forma de catarsis. Quienes participan en ellas, aun los acarreados, sienten una emoción especial cuando ocupan las calles y retan al sistema. Se sienten héroes o mártires.
La manifestación del jueves en el Paseo de la Reforma fue tan exitosa como la mejor. Quizá cientos de miles de personas participaron. Los 44 mil trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas no tenían ya miedo de que se les descontaran el día: están peleando por su empleo y saben que nunca conseguirán uno con los sueldos, la poca carga de trabajo y las prestaciones de Luz y Fuerza del Centro.
Además estuvieron ahí todos los participantes de las manifestaciones capitalinas. Ahí estuvieron Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas y Gerardo Fernández Noroña, las huestes de René Bejarano, los perredistas y los petistas, los acarreados de los gobiernos delegacionales, los mineros leales a Napoleón Gómez Urrutia, los escuadrones de Francisco Hernández Juárez, los agremiados del STUNAM, los profesores y estudiantes radicales de la UNAM y los grupos que viven de las dádivas del Gobierno del Distrito Federal.
El presidente Calderón no puede echarse para atrás por una marcha, sin importar cuán numerosa sea. Cancelar la liquidación de Luz y Fuerza sería equivalente a renunciar a la Presidencia. La medida, por otra parte, resulta popular en las encuestas.
La marcha sólo reúne otra vez a quienes siempre se opondrán a cualquier medida del Gobierno. El paso lento por las calles que desquicia el tránsito e impide que los trabajadores de verdad, los que no pueden faltar a su labor, regresen a tiempo a sus casas no le genera simpatizantes al movimiento. Tampoco las pintas y actos de vandalismo. Las protestas enajenan a la gente común y corriente. Generan efectos similares a los del bloqueo del Paseo de la Reforma del 2006. Fortalecen la lealtad de los leales, pero alejan a los contrarios y, más importante aún, a los neutros.
Si bien el cierre de Luz y Fuerza ha sido considerado desde hace décadas, ningún Gobierno se había atrevido a alebrestar el avispero. En esto hay que reconocer el valor del presidente Calderón. El manejo del cierre no ha sido necesariamente bueno. La decisión parece haberse dado de manera intempestiva. Las autoridades no parecían preparadas para lo que se avecinaba. Los efectivos de la Policía Federal entraron a las instalaciones de Luz y Fuerza antes que el decreto de liquidación se publicara. Las indemnizaciones se han manejado con torpeza. Los trabajadores que han buscado recibirlas, han tenido que esperar largos ratos y sufrir malos tratos. La Comisión Federal de Electricidad no parecía lista para operar el sistema, especialmente si consideramos los aparentes actos de sabotaje que han provocado apagones.
Aun así, si el Gobierno tiene un módico de inteligencia y logra dar un mejor servicio que el de Luz y Fuerza -que no es mucho pedir- la jugada puede salirle beneficiosa. No sólo estará eliminando un enorme obstáculo a la competitividad del país sino que podrá aprovechar el costo político para el PRD y el PT de vincularse con el SME.
López Obrador y Marcelo Ebrard han cometido un error grave al vincularse de una manera tan cercana a un sindicato como el SME y al mantenimiento de una empresa ineficiente como Luz y Fuerza cuyas pérdidas se cobran al contribuyente.
No es común que la Comisión de Hacienda se reúna un domingo por la noche para dictaminar una Ley, pero en esta ocasión los diputados querían que ya hubieran pasado las elecciones en Tabasco y Coahuila, las últimas del año, que se celebraron ayer. ¿Por qué? Para dictaminar un alza de impuestos. En campaña los políticos siempre prometen bajar impuestos. En el poder, los elevan.