La muerte de Edward Kennedy, víctima de un cáncer cerebral a los 77 años, le puso punto final no sólo a una de las carreras políticas más largas y productivas de la historia de la república norteamericana. Sino que, simbólicamente, le dio cerrojazo a toda una época: la del liberalismo progresista, que no se andaba con medias tasas ni pretendía ser políticamente correcto.
Ted Kennedy, como era conocido, fungió 47 años como senador por Massachusetts: casi medio siglo. A lo largo de todo ese tiempo, se distinguió por pelear batallas aparentemente perdidas, defender fieramente lo que consideraba bueno y justo, y ponerse del lado de los débiles y desprotegidos. El miembro de una familia que es lo más cercano a la aristocracia que puede haber en los Estados Unidos, siempre intentó proteger a los proletarios.
Como el menor de nueve hermanos de una dinastía destinada al poder, originalmente Edward no tuvo grandes ambiciones. No fue héroe de guerra como dos de sus hermanos (Joe y John). Su carrera política empezó cuando, para efectos prácticos, heredó el asiento en el Senado que John había dejado para ocupar la Casa Blanca. No se esperaba gran cosa de él.
Pero vinieron los asesinatos de John en 1963 y de Robert en 1968, y no le quedó de otra que recoger la antorcha que éstos habían dejado caer al ser abatidos por las balas de los magnicidas. Y lo hizo con una enorme dignidad y atingencia. En estos días, varios comentaristas han dicho que Ted hizo más por los Estados Unidos que sus otros dos malogrados hermanos juntos. Quizá tengan razón, así sea por que John y Bob no tuvieron mucho tiempo para demostrar de qué eran capaces.
Ted nunca alcanzó la Presidencia debido a sus problemas personales. La muerte de una secretaria en 1969, en un oscuro accidente que no reportó durante horas, lo hostigaría toda su vida. Problemas conyugales y con el alcohol condujeron al divorcio de uno de los pocos políticos encumbrados de religión católica. Y la única vez que pretendió ser candidato demócrata, lo hizo compitiendo contra un presidente que se quería reelegir, Jimmy Carter. No, si en eso de no saber escoger sus batallas era muy bueno.
Pero las peleaba todas. Efectivamente, en su escaño era un auténtico león, que defendía con uñas y dientes lo que consideraba correcto. Por eso se le va a extrañar.
Pero también por que deja un hueco en el Senado justo cuando el presidente Obama necesita toda la ayuda que pueda recabar para promover su reforma de la seguridad social.. un tema que Ted impulsó
durante décadas.
Ésa es la gran ironía. Que el león se fue cuando se iba a dar la madre de todas las batallas legislativas