Es posible que desde que el hombre pudo estructurar ideas configuró formas en el pensamiento, muchas de ellas más imaginarias que reales debido a que carecía de los medios para explicar los eventos que sucedían en su entorno; quizá en ese momento su más importante creación ideal fue las deidades con las que identificó los fenómenos naturales que se le presentaban. La construcción de ideas es parte de la evolución biológica y cultural que nos distingue de otras especies animales, cualidad que se desarrolla a partir de la domesticación de plantas y animales que permitieron la división del trabajo en las sociedades que practicaron la agricultura y ganadería, la cual posiblemente alcanzó uno de sus momentos más avanzados con los griegos, cuando filósofos como Aristóteles construyen un sistema que permite la estructuración de estandarizada de esas ideas al que se denomina Lógica; algo similar sucedió con las Matemáticas.
Esta cualidad se desarrolló en cada uno de los campos de la cultura como el arte, la ciencia, la religión, y otras, mediante las cuales se construyeron ideas cada vez más complejas, explicando el orden natural y creando formas de organización social. Muchas de estas últimas también han sido imaginarias o resultan una combinación entre lo deseable y lo realmente posible, pero lo cierto es que algunas de ellas rigieron la vida de las sociedades durante centurias o milenios, como también lo es que muchas de ellas en su momento fueron utopías sociales.
Cuántos discursos no dedicaron los griegos, los romanos, egipcios o durante el medioevo, para explicar y justificar que las formas en que sus sociedades se organizaban y funcionaban eran las apropiadas, cuántos movimientos sociales sucedieron para justificar cambios en esas sociedades desde rebeliones de esclavos hasta las revoluciones de las épocas moderna y contemporánea. Ciertamente, tales explicaciones y justificaciones otrora se fundamentaron en la filosofía, la religión o diversas formas de ideología, es decir, en concepciones no necesariamente verdaderas desde la óptica de la ciencia, entendida esta última como la más avanzada expresión de la cultura; pero aun las explicaciones científicas que han permitido el mayor progreso en nuestras sociedades durante el último medio milenio, son vistas como verdades a medias una vez que observamos los saldos que nos dejan.
La revolución agrícola de hace diez milenios y la revolución industrial de hace tres o cuatro centurias, se basaron en el avance del conocimiento y posibilitaron un dominio antrópico en el planeta; sin embargo, si observamos esta última revolución, que fue determinante en el advenimiento del capitalismo como sistema económico que transformó el mundo, no ha resuelto cuestiones básicas para la supervivencia de nuestra especie en la medida que una parte importante de ella ni siquiera puede alimentarse o se subalimenta. Aquella utopía que alimentó revoluciones como la francesa o la misma mexicana, impulsó importantes cambios como sucedió también con las revoluciones socialistas, que buscaron destrabar las estructuras sociales que frenaban el desarrollo de esas sociedades.
Sin embargo, los saldos de esos procesos obligan a buscar nuevas posibilidades para continuar ese desarrollo, ya que de pronto nos damos cuenta que eventos como la revolución industrial y su evolución posterior, sea en cualesquiera de las formas de organización social existentes, se basó en un uso intensivo de recursos naturales que derivó en un deterioro de los sistemas naturales que rigen la vida en el planeta, y que hoy en día se expresan en procesos de deterioro ambiental que advierten, si no se les atiende, la presencia de problemas serios que cuestionan la viabilidad del desarrollo social a nivel global, tales como el cambio climático, abatimiento de los cuerpos de agua dulce, deterioro de biodiversidad, desertificación, entre otros.
Estos problemas, aparentemente nuevos y a los cuales se agregan aquéllos aún rezagados e igual de graves, como la pobreza, nos están obligando a la búsqueda de soluciones que, por cierto, no son fáciles de encontrar por su complejidad en la medida que exigen cambios en gran parte de nuestra forma de vida, lo que implica desde ya empezar a modificarlas. Pero también esos cambios deben orientarse hacia algo que tenga sentido, es decir, deben plantearse con base a un nuevo paradigma científico o con una nueva visión o cosmovisión de la vida, algo que permita continuar el desarrollo, y quizá el que más se acerca a una nueva explicación y justificación racional es denominado desarrollo sostenible, el cual, sin embargo, no deja de ser aún una nueva utopía.