"Hay en los hombres más cosas
De admirar que de despreciar."
Albert Camus, La Peste
En un momento en que mi ciudad y mi país se encuentran en las garras de la influenza porcina, me resulta inevitable releer La Peste, esa novela magistral de Albert Camus que narra la historia de una ciudad, Orán, agobiada por una epidemia.
Camus publicó La Peste en 1947 (hoy se encuentra, tristemente, agotada en la Ciudad de México). En ese entonces el mundo acababa de salir de la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial y la economía internacional estaba sumida en una recesión. Extranjero en su natal Argelia por su origen francés, y en Francia por su proveniencia argelina, Camus había publicado en 1942 una novela titulada L'Étranger (El Extraño o El Extranjero) que lo había hecho famoso y que ayudó a establecer las bases de una forma de la filosofía del existencialismo que se caracterizaba por su pesimismo.
La Peste se desarrolla en un ambiente dramático. Orán sufre una epidemia que ocasiona miles de muertes y es sometida a un cerco sanitario. A nadie se le permite salir o entrar en la ciudad. La población debe encarar cotidianamente el sufrimiento y la muerte sin perspectivas de huida. No hay mejor escenario para el pesimismo que una cárcel sembrada de muertos.
Bernard Rieux, el narrador, es un médico que presencia el surgimiento y desarrollo de la epidemia. La ve manifestarse primero en una plaga de ratas. La enfermedad que éstas transportan, la peste, se cobra la primera víctima mortal en el portero del edificio del doctor.
Los enfermos y los muertos se multiplican. La ciudad adopta medidas infructuosas para tratar de detener la epidemia. Ante la disminución de la actividad económica, los habitantes pasan su tiempo en bares, restaurantes y cines (cosa que nosotros no podemos hacer hoy). Los más sensibles empiezan a discutir entre ellos y a reflexionar sobre Dios, la vida y la muerte.
"Quizá sería mejor para Dios que no creyéramos en él", reflexiona uno de los personajes. Ante el sufrimiento y la muerte, especialmente de niños e inocentes, es muy fácil volverse escéptico. Para una sociedad que acaba de vivir una guerra, y que trata todavía de digerir el horror del holocausto judío, el nihilismo parece una reacción natural. El doctor Rieux, sin embargo, encuentra en su trabajo una razón de ser: "Es en el momento del mal que uno se habitúa a la verdad, es decir, al silencio."
La Peste representa un momento de inflexión en la obra de Camus. El pesimismo existencial de L'Étranger abre paso a un nuevo optimismo. La vida no es absurda: encuentra su sentido en la libertad del hombre, en su capacidad de transformarse y de cambiar a la sociedad, y en la solidaridad humana ante quienes sufren. De esta manera se rebasa el nihilismo.
Hoy en la Ciudad de México encuentro también motivos de esperanza. Es verdad que algunos siguen haciendo esfuerzos por aprovechar la angustia, pero en términos generales los mexicanos siguen mostrando su mejor rostro en los momentos de dificultad o incluso de tragedia.
Hay en los seres humanos más cosas qué admirar que despreciar. Ésa es la gran lección que Albert Camus deriva de la peste. Hombres y mujeres, mezquinos o ambiciosos, se encuentran atrapados en su propia soledad y fragilidad; pero la solidaridad, el deseo de ayudar a los demás, se convierte en una forma de redención.
La Peste termina con una advertencia. La ciudad finalmente se recupera de la epidemia y los sobrevivientes se lanzan a festejar. Pero Rieux sabe que "esta alegría está siempre amenazada". El bacilo de la peste permanece agazapado. "Quizá llegará un día en que, por el malestar y la enseñanza de los hombres, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en una ciudad feliz."
La Organización Mundial de la Salud ha elevado la alerta sanitaria a fase 5. Esto quiere decir que el contagio de la nueva variedad de A/H1N1 se realiza de manera consistente entre humanos. Nos encontramos, me dice un especialista, a las puertas de una pandemia.