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La regla y la excepción

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

Es verdad que el mundo anda al revés, lo es. Y más aún el extraño mundo de la política mexicana, que bien a bien nadie entiende ahora. Pero tampoco podrá alguien entender a éste amanuense de pacotilla sin leer las siguientes consideraciones.

Sabrán mis queridos lectores que por tradición y práxis familiar es común que los hijos puedan hablar mal de los padres, mas nunca que suceda lo contrario, es raro que un padre diga mal de sus hijos. Los cabeza de familia somos, por naturaleza, comprensivos, aguantadores y protectores; y por esta razón, aunque hubiera mucha tela de donde cortar sobre uno o de varios descendientes, jamás nos atreveríamos a criticarlos y mucho menos en público de la gente, como se dice en mi pueblo.

Si nuestros cachorros cometen errores y pronuncian dislates simplemente nos callamos, así sepamos por experiencia que una crítica oportuna vale más que una extemporánea. Es simplemente que un hijo es un hijo, sangre de nuestra sangre, y mal diríamos de nuestra responsabilidad como padres si nos ponemos a censurar alguna o algunas de sus actitudes, errores o despropósitos. Siempre habrá argumentos para justificarlos o cuando menos comprenderlos: después de todo ellos son y siempre serán lo que escribía José María Pemán: "una pregunta que le hacemos al destino".

En términos generales no sólo tenemos hijos biológicos, que son carne de nuestra carne; habemos también hijos políticos que no lo son precisamente por afinidad; vale decir esposos de nuestras hijas. Quizá sean hombres públicos protegidos por el generoso padrinazgo de un político mayor, gracias al cual lograron destacar en el servicio a la comunidad, así que reconocen deber lealtad filial a sus favorecedores por haber sido enseñados a preponderar en estos embrollos.

Pruebas a la vista: es conocido que cada presidente de la República, a partir del general Álvaro Obregón, allá por los años veinte del pasado siglo, dio a luz a su propio sucesor: el ingeniero Pascual Ortiz Rubio. Éste se convirtió en hijo o ahijado político de su predecesor. Historia sabida o película vista, el presidente Obregón fue también papi de Calles, Calles lo fue del general Cárdenas, Don Lázaro procreó al general Ávila Camacho, Ávila Camacho generó a Miguel Alemán, después éste produjo a don Adolfo Ruiz Cortines, quien ahijó a López Mateos, el cual a su vez fue progenitor de Díaz Ordaz que seis años más tarde sería obligado a abortar a Luís Echeverría, quien malcrió a José López Portillo, circunstancia que ahora nos remite al sexenio de Miguel de la Madrid, quien tuvo un presionado parto con Carlos Salinas de Gortari que malogró gemelitos: primero a Luis Donaldo Colosio quien apenas nacía a la vida política cuando sufrió una artera muerte y pocos meses después parió a Ernesto Zedillo para que, durante los siguientes seis años, se encargara del descabello del PRI. Ipso facto los medios electrónicos de comunicación y los empresarios se amancebaron para parir a Vicente Fox Quesada y éste, que no pudo tener hijos biológicos, se reprodujo en nuestro actual presidente, Felipe Calderón, aunque éste no reconozca cabalmente su filiación política.

En estos sesenta y tantos años de sucesiones fueron pocas las que algo ofrecieron para el aplauso, tanto que el mismo padrino de Carlos Salinas de Gortari, Miguel de la Madrid Hurtado, comentó hace días, desde un palco de sombra, que estaba arrepentido de haber echado al mundo a quien había sido sucesor del hablante; ítem más, atrevió el develo de supuestos nexos de Raúl Salinas, llamado el hermano incómodo, con el narcotráfico que luego ofensor y ofendido desmintieron alegando que M de la M no estaba en sus cabales cuando hizo tal declaración a Carmen Aristegui. Y no sólo eso: los dos pidieron con audacia evaluar positivamente la obra presidencial de don Carlos. ¡Quién sabe cómo les vaya!

Dijimos al principio que los padres no hablamos mal de los hijos, pero cuando vemos la historia aquí narrada nos damos cuenta de que en el ahijadero político son precisamente lo hijos quienes destrozan a los padres, aunque luego hijos y padres recurran a la rectificación pública: sirva esto como la excepción que confirma la regla.

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