Cuando salgo de viaje, tengo que recurrir al tratamiento de temas sencillos, por carecer de información oportuna que me permita tratar otro tipo de asuntos.
Pero me agradan esos temas sencillos que nos hablan de la vida cotidiana.
Siempre me ha gustado viajar. Salir de mi ciudad y visitar otros sitios, me permite conocer distintas culturas y personas nuevas que enriquecen nuestras vidas.
Por motivos que no vienen a cuento, me tuve que trasladar a Mérida, lugar que no había tenido la dicha de conocer.
Desde la salida del D.F. tuve la fortuna de contar con un buen compañero de asiento. Un joven ingeniero que trabaja para el consulado norteamericano en la llamada "ciudad blanca". Un hombre casi recién casado con una agradabilísima muchacha chiapaneca, con el que rápidamente trabé conversación.
Los yucatecos aman su ciudad y se sienten muy orgullosos de ella. Pronto me sugirió lugares para visitar y restaurantes para disfrutar su cocina, que es como sabemos, verdaderamente espléndida.
Para mi ventura, coincidí por estas tierras con mi concuño, César, trabajador incansable y apasionado de lo que hace, así que no faltaba compañía.
Amables como son las gentes de estas tierras, ese joven de nombre Jaime, se ofreció a llevarme al hotel donde me hospedaría, así que en reciprocidad, los invité a cenar, junto a Cesar y pasamos una velada muy grata.
Pero, la esencia de estas línea, tiene que ver con las cosas que vamos dejando atrás. Pues hace unos días un buen amigo me comentaba que somos la última generación que va o ha cuidado a sus padres.
Lo decía porque su madre vive con él y con su esposa, pero siente que sus hijos se van despegando de ellos, lo que lo lleva a pensar, que en el mejor de los casos, terminará en un asilo para ancianos.
Las nuevas generaciones crecen despegadas de sus padres y no tienen el sentido de la unidad familiar que nosotros aún mantenemos.
Cosas de los tiempos, quizá, pero también cambio de costumbres.
Otra costumbre que se ha ido perdiendo y me resultó grato reencontrarla en Mérida, es el gusto por la música, la buena música.
Yo crecí rodeado de música gracias a mis padres. Desde que amanecía mi casa se llenaba de música de Lara o de cualquier otro autor de la época y aún de épocas pasadas.
Así aprendí canciones poco conocidas como "Ella" "Antigua" o "Imposible", cantada por Juan Pulido.
Y aquí en Mérida, la música aparece en cada esquina. El Municipio conserva la buena costumbre de las serenatas en una plaza, la de Santa Lucía, y la gente acude todos los jueves por la noche, como una verdadera verbena popular. Hay también poetas clásicos que declaman poesía y compositores que estrenan sus obras en esos eventos.
Pero a donde vaya uno hay música que alegra el espíritu y ennoblece el alma.
En Torreón existía esa costumbre, pero la fuimos perdiendo. Todavía en los años setenta, desde mi oficina del edificio González Cárdenas, abría, los jueves por la noche, mi ventana que daba a la plaza de Armas, para escuchar la banda municipal, tocando bellísimas canciones.
En las noches de verano, mi padre se reunía con don Arturo Ovalle, que era vecino, a tocar el piano y entonar viejas melodías. Yo los escuchaba agazapado debajo de una ventana de la casa de aquel vecino y advertía cuánto disfrutaban recordando esas melodías.
Con el tiempo, yo también tuve, lo he contado, la honrosa oportunidad de disfrutar de veladas semejantes en casa del buen amigo Rodolfo Díaz Vélez. Hasta compramos un grueso cancionero editado por la SEP, en el que se contenían miles de hermosas canciones que entonábamos a coro, cuando todavía bebíamos hasta el amanecer.
Tangos, cuántos tangos escuché durante esas noches en la voz inconfundible de Toño, que conoce una cantidad inimaginable de esas canciones peculiares, tragediosas, con historias como para cortarse las venas.
Somos la última generación que disfruta escuchando viejas melodías y conoce el sentido de una verdadera canción.
Los jóvenes ahora, se conforman con letras estereotipadas y ruidosas que aturden los oídos y no dicen nada.
Por eso, entre otras razones, me agradó Mérida; y porque mantiene tradiciones que no deberíamos de perder. La influencia norteamericana en nuestras ciudades del norte, es tal, que cada vez nos apartamos más de lo que fuimos y nos adentramos en la nada existencial.
Somos en efecto, la última generación que cuidará a sus padres y vibrará con las canciones románticas de antaño.
Pero por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".