Tiempo. Para las presas del Cereso de Torreón, el tiempo transcurre lentamente mientras cumplen con la sentencia por delitos contra la salud.
En las celdas del Cereso de Torreón sólo reina la impaciencia. Ahí, rodeadas por las bardas grises de seis metros de altura, cumplen su condena Joseline, Rocío, Manuela, Araceli y Rosa.
Mientras las paredes se llenan de fotografías donde ellas no aparecen, el calendario y las manecillas del reloj avanzan lento.
Joseline, Manuela, Araceli y Rosa, comparten no sólo el frío de sus celdas, también una historia relacionada con la venta, consumo, posesión e introducción de drogas.
Con los primeros "carrujos" de marihuana que vendió, Joseline compró comida, ropa y zapatos para sus hijos; después el dinero de la droga le alcanzó para un televisor, un DVD y un estéreo.
Joseline se ufana de que los federales no la podían detener, y para conseguirlo le sembraron 200 gramos de marihuana en su casa, "me golpearon mucho y se robaron todo: los televisores, los DVD's, la máquina de coser, los trastes, colchones y hasta el perro".
Aunque para ella, los tres años en prisión no han sido tan malos como pensó, sí se arrepiente de su delito, sobre todo porque dice que sólo vendía unos cuantos "carrujos" por semana.
"Ni costeó la sentencia. Pero eso sí eh, nunca le vendí droga a niños, nada más a los 'cholos' del parque 'los puchadores' (Fundadores), ahí iba mucha gente a lo mismo".
La vida de Joseline no ha sido fácil: sus padres murieron en un accidente automovilístico cuando ella tenía diez años. Su hermana también falleció en el percance, y no le quedó otra alternativa que hacerse cargo de sus dos sobrinos que, como ella, quedaron huérfanos.
"Mi familia era muy pobre. En la escuela ni siquiera nos daban libros y mis papás no tenían para comprarme cuadernos. Tengo 14 hermanos y por eso andábamos 'por la libre' cuando mis papás murieron".
A sus 31 años tiene seis hijos, además sigue a cargo de sus dos sobrinos. En ocasiones ni siquiera tenía qué darles de comer porque sus vecinas apenas le pagaban unos pesos por lavar trastes y barrer.
Una amiga de Joseline vendía droga y vivía muy bien, por eso decidió probar la misma suerte. Asegura que el dinero no le alcanzaba para grandes lujos pero por lo menos tenía para darles de comer a sus hijos.
Como no tenía dinero para comprar la droga, un señor le fiaba la marihuana y ella vendía los "carrujos" a 10 o 20 pesos, así obtenía algo de ganancia y para pagar la mercancía. El "negocio" no duró más de cinco meses porque fue detenida por la Policía Federal Preventiva.
A Joseline nunca le dio miedo vender droga: "fue la ignorancia porque no tenía ni idea de qué delitos iba a cometer".
Cuando a Joseline la sentenciaron a cinco años de prisión, sus dos hijos mayores, de 17 años de edad, decidieron irse a trabajar de ilegales a Estados Unidos.
En el Centro de Readaptación Social (Cereso) tiene buenas amigas pero aún así extraña a sus hijos, y lamenta que su hija, de apenas 16 años, limpie casas para poder mantener a sus hermanos.
"Mi hijo de ocho años ni siquiera va a la escuela. El otro día vi en la televisión que quieren darle cárcel a los papás que no manden a sus hijos a estudiar", dice Joseline.
A veces piensa que su vida sería otra si la necesidad -y su adicción a las drogas- no la hubiera llevado a vender marihuana.
El día que la detuvieron, la Policía Federal dijo que la sorprendió vendiendo marihuana a unos muchachos.
"Pero eso no es cierto porque me sembraron la droga. Nunca me agarraron vendiendo. Los federales son más delincuentes que nosotros porque para agarrar a las personas tienen que meterse a nuestras casas, robar y mentir."
22 BOLSAS DE MARIHUANA
A las diez de la noche del seis de abril de 2008, Rocío del Pilar Mejía estaba en su tienda cuando tres patrullas con elementos de la Policía Federal llegaron a detenerla.
Todo fue tan rápido que Rocío no alcanzó a reaccionar. Le vendaron los ojos y la subieron a una patrulla. Después se enteró que los federales robaron casi toda la mercancía de su tienda: cigarros, cerveza, dinero, tarjetas de teléfono, entre otras cosas.
Desde hace ocho meses está recluida en el Cereso de Torreón acusada de venta de droga. El juez le dictó una sentencia de cinco años por delitos contra la salud, sin embargo, asegura que es inocente.
"A mi esposo -Juan Espinosa- también lo detuvieron en su tienda y está en prisión conmigo. También le dieron cinco años por delitos contra la salud pero vamos a apelar la sentencia".
No puede contener el llanto cuando dice que ella y su esposo son inocentes y que sólo vivían de las buenas ganancias que dejaba la venta de cerveza en las dos misceláneas que tenían en la colonia Zaragoza Sur.
Al principio la venta de cerveza era clandestina, pero después obtuvieron el permiso del Ayuntamiento de Torreón.
El año pasado, Rocío se compró un automóvil último modelo, "por eso creen que vendíamos droga, pero nos iba muy bien en las tiendas. Si teníamos un carro y una casa es porque nos costó mucho trabajar, pero la gente luego piensa que haces cosas malas".
Después de tantos años de trabajo, Rocío sentía que merecía comprarse un automóvil último modelo. Jamás pensó que eso despertaría la envidia de sus vecinos, quienes comenzaron a pensar mal de ella y de su esposo.
"Sabía que cometía una falta administrativa por vender cerveza de manera clandestina, por eso conseguí los permisos, y además eso no es un delito para estar en la cárcel; yo no vendía droga".
La sentencia del juez no desanima a Rocío, pues asegura que a sus 42 años de edad no está dispuesta a pasar cinco en prisión, por eso piensa apelar para obtener su libertad.
COCA EN EL CERESO
Manuela Hernández Robles tiene 54 años de edad y en marzo cumplirá tres en prisión por tratar de introducir cocaína en el Cereso de San Pedro de las Colonias.
Mientras trabaja al lado de sus compañeras de prisión, Manuela comenta que todo comenzó cuando iba a visitar a su hijo Juan al Cereso, quien purgaba una condena por robo.
Fue en esa cárcel donde dos hombres la amenazaron con hacerle algo a su hijo si no les llevaba cocaína. Manuela aceptó por miedo a que lastimaran a Juan.
Pero todo salió mal: cuando estaba a punto de ingresar la cocaína al Cereso, se arrepintió y la entregó a la custodia, "ella dice que me la encontró pero no es verdad, yo se le di".
El juez le dictó una sentencia de diez años. Antes de entrar a prisión, la vida de Muela era tranquila, pues sólo se dedicaba a cuidar a su esposo Ramiro, y a Lucio y Azucena, sus otros hijos.
"Fue un error pero lo que ya está es de Dios. Yo nada más me dedicaba a mi hogar, pero todo cambió cuando esos hombres me amenazaron con hacerle algo a Juan si no les llevaba la coca".
Pero Manuela ya no está sola en prisión. Lucio y Juan fueron sentenciados por posesión de drogas. El primero purga una condena de un año y nueve meses, y el segundo de diez meses.
Ahora que sus hijos están en prisión, Manuela se dedica a cuidarlos como cuando estaban todos en casa: les prepara sus alimentos y les lava la ropa.
Su hija Azucena los visita cada quince días y Ramiro sólo va una vez al mes, pues Manuela asegura que su edad no le permite ir más seguido a verlos.
"Al principio fue muy difícil pero se me va el tiempo haciendo manualidades, aunque soy de las personas que no saben ni qué día es ni qué hora. No sé nada de lo que pasa afuera. Nada más vivo con la voluntad de Dios".
CAMPEONA EN PRISIÓN
Araceli estaba drogada cuando fue a visitar a su esposo al Cereso de Torreón. La custodia le encontró entre su ropa dos cigarros de marihuana; después fue acusada por introducción de droga al penal y sentenciada a diez años de prisión.
En marzo cumplirá siete años en la cárcel, y Araceli aún no puede creer que el juez le haya dado tanto tiempo sólo por dos cigarros de marihuana, por eso desea que su caso sea revisado para obtener su libertad.
Cuando sonríe, Araceli deja ver sus dos dientes postizos: en uno lleva grabada la letra N y en el otro la E. Son los nombres de sus hijas Norma y Érika, de 13 y ocho años de edad.
Es por ellas que se impacienta en la cárcel. Quiere salir libre cuanto antes para estar con sus hijas que viven en Ciudad Juárez con su abuela y una tía.
Para que el tiempo pase más rápido, Araceli trata de participar en todo lo que puede. Hace unas semanas ganó una carrera de cinco kilómetros en prisión, y además de correr le gusta ir al gimnasio del Cereso.
"Sé que cometí un error, pero es que sólo drogada pude hacer algo así. Venía de Ciudad Juárez a visitar a mi esposo y se me hizo fácil tratar de meter la droga".
A sus hijas apenas las ve una vez al año porque no tiene dinero para venir de Ciudad Juárez. "Estoy muy agradecida con mi hermana Blanca porque cuida y mantiene a mis niñas, también a mis padres, bueno, sólo a mi mamá porque mi papá murió hace un año".
A pesar de todo, Araceli cree que su sentencia la salvó de una muerte segura por su adicción a las drogas, "aquí me rehabilité, y a veces pienso que si no estuviera en este lugar quién sabe qué sería de mi vida".
Cuando salga de prisión, regresará a Ciudad Juárez en donde piensa trabajar limpiando casas para ayudar a su hermana Blanca con los gastos.
"Me gustaría que mi caso fuera revisado por el juez para que me den un beneficio. Como quiera falta menos y mientras hay que seguir adelante; fue un escarmiento muy duro para mí, sólo eran dos cigarros de marihuana".
EL OLVIDO DE SUS HIJOS
Por posesión de marihuana y cocaína, el juez le dictó una sentencia de diez años a Rosa María Rojas Silva. Aunque sólo le faltan dos para salir libre, dice que el tiempo le parece una eternidad.
Rosa María Rojas Silva tiene 38 años de edad, y es madre de Luis Miguel de 23, Enrique de 22, Selene de 17, y Mayela de 16.
"Mis hijos ya están casados, pero mis hijas no quieren que nadie les dé la mano, solas han andado en la calle. Las dos son adictas, y Selene ya tiene un bebé y de Mayela tengo meses que no sé nada".
Cree que sus hijas están repitiendo sus mismos errores por el mal ejemplo que les dio, "además no tienen nadie quién las cuide ni guíe. Les hice falta porque estaban muy pequeñas cuando me sentenciaron".
El castigo más duro para Rosa es la indiferencia y el rencor de sus hijos. No le hacen reproches pero con no ir a visitarla, sabe que la rechazan y no la pueden perdonar.
"Ocho años se dicen fácil pero han sido muy difíciles, y aquí me he acercado a Dios". Para ganar un poco de dinero, Rosa limpia los cuartos de otras compañeras de prisión, también les lava la ropa.
"Mi error fue haber consumido droga. Me equivoqué cuando entré en ese ambiente porque ya nada más trabajaba para comprar droga; ya ni le hacía caso a mi familia, ni a mis hijos".
En dos años saldrá de prisión. Lo primero que hará es buscar a sus hijos para llevarlos a su casa y así iniciar juntos una vida diferente, "yo creo que sí podré hacerlo. Tengo mucha fe en Dios porque Él es el único que nos ayuda a todos".
Delitos contra la salud
David Omar Sifuentes Bocardo, segundo visitador de la Comisión de Derechos Humanos en el Estado de Coahuila (CDHEC), explica que el Código Penal Federal establece que los sentenciados por delitos contra la salud no reciben beneficios y menos libertad anticipada.
"Sólo hay dos casos en los que la Ley permite beneficios por delitos contra la salud: transporte y posesión, pero no en compra-venta, siembra, tráfico, entre otros".
Los delitos contra la salud, dice, son de los más graves porque atentan contra la ciudadanía y las instituciones, "es por eso que las sentencias se han endurecido".
En el fuero común todos los sentenciados tienen la oportunidad de recibir algún tipo de beneficio, "y eso ocasiona malestar a los reos del fuero federal".
En caso de que algún reo del fuero federal quiera una revisión de su condena puede acudir a la CDHEC o a los abogados de oficio o particulares.
"El 95 por ciento de los presos por delitos contra la salud dice ser inocente, pero en lo personal creo que cuando los jueces los condenan es porque efectivamente los encontraron culpables".
Una de las quejas recurrentes es que las sentencias no son personalizadas, "por ejemplo: por posesión casi todos van a tener una sentencia de cinco años; si están por transporte o introducción de drogas al penal van a tener diez años, no importa si fueron gramos, kilos o toneladas; y esto provoca malestar", explica Sifuentes.