Los indígenas presentaban orificios de bala en cuerpos que ya no lo eran, pues a su muerte se habían convertido en almas en pena que habían estado anhelando, desde 12 años atrás, que llegara el momento en que sus asesinos tuvieran que rendir cuentas a la justicia. Sacrificados a tiros por fuerzas, que lo dicen los diarios de esos días, paramilitares que aprovecharon que sus víctimas realizaban una jornada de oración en una ermita de madera. Era en el poblado de Acteal, Municipio de Chenalho, en la comunidad de Las Abejas, en Chiapas, en donde 45 indígenas perdieron la vida. Los que esquivaron las balas habían corrido a esconderse cerca de un arroyo cercano. Su único pecado fue el de que fuerzas paramilitares querían dar un escarmiento para que sirviera de ejemplo a los demás indígenas del rumbo que mostraban su simpatía por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. La versión del Gobierno Federal, al mando del entonces presidente de la República, Ernesto Zedillo, fue que la tragedia era el resultado de una rivalidad entre grupos de indígenas. En cambio la voz popular señalaba al propio Gobierno como el autor del desaguisado. En la pantalla televisiva aparecía Zedillo asegurando que los autores del nefando crimen, no escaparían al largo brazo de la Ley, tarde o temprano recibirían su justo castigo. Pues no, no lo han recibido. La única verdad, que hasta ahora se sabe, es que en ese lugar fueron masacrados 22 mujeres, 18 niños y 6 hombres.
Hagamos un paréntesis. Los presidentes, cualesquiera que fuera su credo, solían escoger a un héroe ya aceptado, tanto por la historia como por el pueblo, para tomarlo como su ideal, lo que en ciertos casos no era más que un pretexto mediático dirigido a protegerse por la comisión de conductas totalmente ajenas a las predicadas por el insigne padrino. A sus espaldas, como si se las guardara, hacían aparecer siempre el retrato de su fiador involuntario. El presidente Zedillo no podía sustraerse a esa costumbre de escudarse en un héroe nacional, ídolo indiscutible de las masas populares, para dar cierto cariz de veracidad a sus comparecencias ante el aparato electrónico y así se vio acompañado nada menos que por la imagen de Don Benito Juárez, quien obviamente no pudo negarse a hacerle el juego. Si al prócer le hubieran pedido su consentimiento, créanme que se hubiera negado rotundamente pues se trataba de un asunto que concernía a su raza, siempre hundida en la más horrenda de las miserias. Ahí murieron, confundidos sus rostros con la tierra, 22 mujeres, 18 niños y 6 hombres.
Mientras, el benemérito sufriría el ultraje por cuenta de un presidente que arrojaría su retrato fuera de su despacho, como un capricho para provocar al gran público que lo venera, pero que dejó pasar la evidente ofensa a los sentimientos patrios, concretándose la clase política a corear a gritos el nombre del gran patricio logrando la burla del ocupante de Los Pinos, que se encontraba en la tribuna de la Cámara de Diputados, quien se limitó a decir: sí, Juárez, sí, sí, con un dejo de fastidio, que era constancia de su execración hacia el pueblo indígena en general y hacia el indio de Guelatao en especial. Pero no nos salgamos del tema principal, la verdad es que los matones de Acteal salieron libres por irregularidades en el procedimiento, empero como lo ha establecido la Suprema Corte, si éstos no fueron los autores, ¿quiénes lo hicieron?, si como dijeron entonces se trató de un crimen de Estado, ¿quién o quiénes son los culpables de tal atrocidad? Las pruebas que los inculparon, se dice, fueron pésimamente fabricadas para que prevaleciera la impunidad. Qué pasa en este país donde reina la teoría del Monje Loco: nadie sabe, nadie supo. En el lugar de la masacre quedaron tendidos 22 mujeres, 18 niños y 6 hombres.
Los ministros de la Corte consideraron que las sentencias se basaron en pruebas obtenidas de manera ilegal y en testimonios fabricados por la Procuraduría General de la República. ¿No es suficiente esto, que es una denuncia del más alto tribunal del país, para que se tomen las medidas penales que correspondan? ¿Qué están esperando las autoridades del ramo para encarcelar a los responsables? ¿Por qué la demora para iniciar un proceso al juez penal que le agregó delitos a la sentencia, los que ni siquiera habían sido parte de la consignación que hizo el ministerio público? Es este asunto, cuando se examinan detenidamente los infolios que integran el expediente, sencillamente se adquiera la convicción de que los campesinos de Acteal se mataron entre sí. Esto constituye el asombro de las nuevas generaciones. No se vale legar a los jóvenes estudiantes de Derecho la vergüenza de un país donde impera la ilegalidad. Dónde moran las asociaciones de abogados, que era hora de que estuvieran enviando mensajes a las autoridades exigiendo se proceda a hacer justicia. Los papeles ahí se encuentran. No hay que buscarlos. Son lo suficientemente explícitos. Todo consiste en abrir los ojos, no se necesita más. En fin, tengamos paciencia, ya se caminaron los primeros pasos, lo demás vendrá por añadidura, aunque no se quiera. Ha llegado la hora de limpiar la casa. Ese crimen no debe de quedar impune, eran 22 mujeres, 18 niños y 6 hombres, seres humanos pues.