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Las batallas de Manuel

FEDERICO REYES HEROLES

Un amable saco de pana con el cual hay cierta complicidad, una camisa vieja abierta y la pipa que aparece justo en el momento para combinarse con un buen trago. El pelo cano y abundante y sin complicaciones, las cejas pobladas, el rostro redondo y unos ojos que ven al alma. Las manos también lo retratan. Los rastros de los colores impregnados en las uñas contrastan con la piel clara. Pero si hubiera que tomar un solo rasgo de lo que transmite, es la tranquilidad. La lucha cotidiana en él es una forma de vida. Los días están ahí para experimentar, para jugar. Su oficio es un juego muy serio. Sabe que en la gran batalla de su vida es un triunfador.

Quizá esa palabra espante a algunos. Los triunfadores con frecuencia son vacuos y pretenciosos. Nada más lejano a su actitud vital de serenidad, aplomo y profunda sencillez, la de los grandes. El lector sabrá ya que me refiero a Manuel Felguérez, el pintor abstracto de mayor trayectoria en México y un orgullo nacional. Pero decir hoy arte abstracto para los jóvenes es una definición frente al arte, como si hubiera estado en el menú siempre. No fue así, gracias a personajes como Manuel Felguérez, Rufino Tamayo, Vicente Rojo, Fernando García Ponce, Lilia Carrillo, Cuevas o Arnaldo Cohen, en México se abrió el camino a un Francisco Castro Leñero, a Gabriel Macotela o Irma Palacios. Hoy el arte abstracto en nuestro país está asentado con fuertes exponentes. Pero los pioneros tuvieron que dar una batalla que no se puede olvidar.

El autoritarismo mexicano fue mucho más que un tipo de gobierno. Era una forma de interpretar la vida e incluía al arte. El cubismo abrió senderos insospechados. Kandinsky había roto los cánones. Klee, Calder, Rothko, Pollock, Chillida entre muchos otros experimentaban con la sensibilidad humana siguiendo nuevas coordenadas. Pero en México el oficialismo había limitado los temas, había establecido una sola ruta, la que se desprendía de "lo nuestro", la emanada de la lucha armada. El Estado estaba abierto al arte, lo impulsaba con financiamiento y ofreciendo los muros de sus mejores recintos, pero sólo a cierto arte. El arte abstracto no cumplía con esos requisitos, era herético, sin otro compromiso que descubrir territorios a la creación. Para ellos no se ofrecía espacio, sus exponentes eran casi traidores a una causa insuperable que invocaba la justicia y el nacionalismo.

"Será el arte abstracto el que caracterizará al siglo XX, no el figurativo" sentenció Manuel Felguérez, nacido en Valparaíso, Zacatecas en 1928. En la Academia de San Carlos no encuentra la respuesta. De ahí, muy joven, a París, Grande Chaumière y Colarossi son sus hogares y también los talleres de Brancusi y Zadkine. Felguérez supo que México llegaba tarde a esa discusión universal. La edición de Lo espiritual en el arte de Kandisky de 1911 y el despliegue que lo abstracto estaba teniendo en el mundo hacían insostenible que México permaneciera fuera del debate, encerrado en sí mismo. Buena parte de la plástica mexicana estaba atada al oficialismo, pero también había un enorme desconocimiento popular de las alternativas. La pelea por abrir caminos al arte abstracto era contra las burocracias culturales encargadas de reproducirse en los caminos más trillados y menos peligrosos y también contra los ojos de los mexicanos poco acostumbrados a esa visión del mundo. En esa batalla Felguérez fue general.

Pintor, escultor -¿qué fue primero?- Felguérez es un rebelde incontenible. Es esa rebeldía la que impulsa su experimentación sistemática. En los años setenta el juego geométrico lo lleva a una búsqueda de balances asombrosos, lo denomina "espacio múltiple". Su uso del color se dispara frente a las adormecidas pupilas del ambiente. Triángulos que abrazan círculos que se vuelven rombos, que en realidad son rectángulos que forman cuadrados. Anaranjados pero también negros y blancos o plateados que resaltan e invitan a incursionar en nuestra propia imaginación. Ingeniero, artesano, todo se vale para provocar. La evolución en él no cesa. La matemática se aleja, la geometría recibe velos y los lienzos dan entrada a un juego de libertad creativa. En el inconfundible lenguaje de Felguérez aparecen ocres, grises, colores tierra que crean profundidades, volúmenes y texturas inéditas. Es Felguérez, por supuesto, pero otro Felguérez. En ese itinerario propio "el enemigo presente es el tiempo -ha dicho el artista- que la vida me dé tiempo..." Y la vida se lo dio.

Por si fuera poco Felguérez y Mercedes Oteyza, su sólida, pero cálida compañera, crearon en Zacatecas un hogar fantástico para el arte abstracto. Su herencia pasa por una enorme generosidad. Eso es lo que se viene a la mente cuando queda uno pasmado frente a la obra de Felguérez que se exhibe en estos días en Bellas Artes. Es la plenitud después de la lucha. La grandeza sin ostentación. Un gran artista, un gran hombre y la sencillez cultivada que no lo abandona. ¡Qué batalla general!

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