De la vida misma
Mientras avanzamos dentro del mundo de la productividad, los señalamientos hacia nuestro quehacer, tienen que hacer su aparición, y no siempre son halagadores o agradables, sino todo lo contrario.
Empezábamos a escribir y nuestros amables maestros revisaban con cuidado nuestras líneas.
Recordamos que nuestra primera obra, ya un poco extensa, fue un cuento de Navidad, que nos emocionó y nos hizo llorar mientras lo desarrollábamos frente a la vieja Remington.
Y llenos de esperanzas y emociones lo dejamos en manos de don Antonio de Juambelz.
Quizá no le gustó, porque el escrito lo encontramos al día siguiente en el cesto de la basura, hecho pedazos.
Ahí tuvimos la primera prueba de reafirmar nuestros anhelos o dejarlos de lado. Decidimos insistir. Después, de cuatro hojas escritas nuestros jefes nos las dejaban en dos. La paja la tachaban.
Luego empezamos a hablar por radio y nuestros compañeros de micrófono nos corregían señalándonos el compromiso que teníamos de hablar para personas que ni siquiera veíamos, pero que podrían creer en nuestras palabras o reírse de ellas y olvidarnos pronto.
Había siempre capacidad para atender las críticas, si no hubiera sido así, no hubiéramos avanzado y menos durar los años que tenemos llevándole nuestro mensaje de superación, de agradecimiento o de estímulos.
También en la vida personal, de jóvenes creíamos que teníamos la verdad, pero quien ha compartido la vida con nosotros, en las buenas y en las malas, que nos ha dado hijos y seguridad en el hogar, nos hizo ver desde el principio nuestros errores. Al principio, eso nos molestaba, pero pronto entendimos la sensatez, la prudencia y el buen juicio de quien nos ha acompañado, y así pudimos superar muchas etapas, mismas que no terminan, pero en las que hemos mostrado siempre el deseo de ser mejores.
La crítica, sepa escucharla, y reafirmará su personalidad y tomará en cuenta el comentario muchas veces sensato de personas honestas y sinceras.
