Lo que sucedió el domingo 5 de julio, día de votar en elecciones intermedias, fue precisamente lo que decían los profetas: los números electorales del domingo 5 de julio del año 2009 eran una ciencia cierta y sabida. Parodiando a Jorge Luis Borges decimos: "ganar es una costumbre que suele tener el PRI" y por lo visto tiene todavía, cuando los priistas trabajan como lo han hecho en los últimos años.
El Partido Revolucionario Institucional es legítimo heredero de los principios políticos, económicos y sociales del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y del Partido de la Revolución Mexicana (PRM) En los ochenta años que cuenta su existencia el PRI ha cambiado mucho: algunas veces por el capricho de los presidentes de la República en turno, pero también como autogenerador de varias transformaciones importantes en los documentos fundadores que integran el activo ideológico, electoral, político y social del país.
No es desconocido que hubo un tiempo, no muy lejano, en que los presidentes de la República concentraban el bagaje de facultades constitucionales del Poder Ejecutivo, más el de los poderes Legislativo y Judicial, en sus propias manos; y aún fueron creados otros atributos paraconstitucionales en provecho de su poderío político. Algunos fueron inteligentes y aprovecharon la experiencia de los líderes nacionales y estatales del PRI en cuanto a conocimiento y cercana relación con las masas populares. Los mandatarios les solicitaban consejo y orientación sobre asuntos públicos coyunturales así como ante las reacciones populares si se trataba de tomar decisiones trascendentes.
En el año 2000 sobrevino el triunfo del Partido Acción Nacional en las elecciones presidenciales. El presidente Ernesto Zedillo, acaso comprometido con el Gobierno estadounidense, se mantuvo alejado del PRI en el año previo al proceso electivo, debilitó sus finanzas y sus cuadros políticos al tiempo que reforzaba la organización ciudadana del Instituto Federal Electoral. Jamás expresó opinión alguna sobre el procedimiento interno del PRI. Y más aún, fue diligente para reconocer el triunfo de Vicente Fox Quesada con el carácter de su inmediato sucesor.
Así fue que los mexicanos quedamos obligados a cargar en el sexenio sobre nuestras espaldas y nuestros impuestos al señor Vicente Fox Quesada, a su compañera de vida, a su fallida Administración nacional, a las múltiples y multiplicadas familias de ambos, a sus turbios negocios y a la pretensión washingtoniana de don Vicente, apenas comparable a su enajenada petulancia: de mantener a su partido en el poder nacional por muchos sexenios.
Esta ensoñación blanquiazul sirvió, sin embargo, para que el PRI adquiriera una valiosa experiencia que le faltaba: saber conducir una oposición política digna e inteligente ante el cambio de partido en el poder público. Para lograr lo anterior resultaron bastantes dos sexenios panistas en el Poder Ejecutivo Federal. Las elecciones intermedias del subsiguiente 2003 y las presidenciales de 2006 adiestraron a la ciudadanía de la República para apoyar a su partido, el PRI, en su nueva condición de fuerza política secundaria en el Congreso. Y otra lección mejor: tendría que ganar los próximos comicios limpiamente para poder compartir la toma de importantes decisiones con el nuevo Gobierno del PAN. Sin llorar ni hacer violencia ante el triunfo ajeno, como malamente actuó en 2006 el inefable y tozudo Andrés Manuel López Obrador.
Consecuencia legítima e inatacable de los recientes comicios legislativos federales, ahora el PRI se dispone a cogobernar al país, como antes lo hizo, desde la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, sólo que hoy tiene la condición de primera fuerza política en el país. Y lo hará bien si dirige sus esfuerzos a conciliar divergencias sobre asuntos torales con los otros partidos ahí representados, si hace un buen uso del tiempo y de sus atribuciones legales para legislar a favor del mayor interés del país y conseguir el desarrollo económico, político y social de las entidades federativas con una fórmula que acarree el bienestar general del pueblo.
En cuanto a Coahuila, el PRI del Estado dio el campanazo y triunfó en todo lo alto con sus candidatos a diputados federales. No hubo concesiones, como en el cercano ayer, a quienes no justificaran su triunfo con votos. Habrá, seguramente, el regalo de los mentados plurinominales, que deberían desaparecer del espectro electoral. Se ahorrarían recursos fiscales para dedicarlos a hacer obras públicas y con ellas generar el empleo que tanto hace falta en estos tiempos de crisis.
El panismo busca culpables entre sus propias filas por la derrota del PAN. No los van a encontrar. El responsable es el gobernador de Coahuila quien, congruente con sus principios políticos y su responsabilidad, no descansa en trabajar por el bien de la gente. ¿Quieren otro? El dirigente estatal del Partido Revolucionario Institucional que no aceptó esa comisión para perder el tiempo. Pronto, en el próximo mes de octubre, los coahuilenses elegiremos nuevos alcaldes y ayuntamientos. Ahí nos veremos... y no para salir derrotados.