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Las monsergas

GILBERTO SERNA

¿Qué esperábamos en Torreón de las elecciones?, durante las últimas horas de la noche del día anterior la discusión de un sector de la población era de si acudiría o no a las urnas.

Los más aludían a anteriores comicios en los que el sentido del voto, errónea o acertadamente, cree que no fue respetado y los ganadores resultaron unos buenos para nada, cuyo servicio a la patria se acabó el día en que les dieron su Constancia de Mayoría.

Los ciudadanos recordaban, con gran nostalgia, cómo se dirimían los comicios en el pasado. ¿Qué les hacía doblar las manos y aceptar el triunfo de los palomeados por el poder autoritario que residía en el gobernante en turno? Los escogidos obedecían a los intereses de quien ejercía el mando, no importando lo que el pueblo decidiera.

Las multitudes se dejaban llevar por quien había sido escogido por un pequeño grupo encumbrado en el poder; ¿por flojera?, ¿por desánimo?, ¿por indolencia?, o ¿por pereza? Pero ¿cuál era la llave que permitía abrir las puertas, de par en par, a la antidemocracia? ¿dé donde emanaba ese yugo?

El pueblo aceptaba las imposiciones con una mansedumbre donde una despensa de comida hacía la diferencia. La ciudadanía no quería complicaciones: éste es el bueno, pues votaremos por él. Hijo, asómate a la calle para que veas si ya viene el camión cisterna, en la llave no hay ni gota.

Las casillas, recién abiertas, recibirían a los votantes. El personal no disimulaba su fastidio.

Eran las ocho de la mañana, un perro callejero olisqueaba el tronco de un árbol. Se quedaba viendo el retrato que colgaba más arriba, trató parándose en sus patas traseras de alcanzarlo con el hocico, con la evidente pretensión de arrancarlo; pareció decirse ¡bah! no vale la pena, alejándose para ir al tabarete de la esquina que vendía comida, esperando que le tocara algún buen trozo de lo que fuera.

Había oído que los representantes populares en realidad respondían tan sólo a sus benefactores. No estaba contento. A pesar de su perra vida tenía conciencia de que las cosas no iban bien.

Los políticos se repartían gruesas tajadas del pastel; al pueblo sólo le tocaban migajas. Se había dado cuenta de que en este país se aplicaba la Ley del embudo. No había rendición de cuentas.

En un aparador se sentó sobre sus cuartos traseros para ver en la televisión la quemazón de una guardería.

Él sería un perro pero tenía sentido del honor, por lo que al darse cuenta de su estulticia, si hubiera sido el gobernador se hubiera retirado del cargo; hijo, ve a la colonia vecina y rebusca entre los desperdicios que los ricos dejan a ver si encuentras algo qué comer, ya ves que tu padre no ha podido conseguir empleo.

El can se daba cuenta que cada tres o seis años era lo mismo, el pueblo era convocado a reunirse recibiendo las promesas de toda la vida, que se reiteraban una y otra vez.

A pesar de que eran frases huecas los políticos las repetían machaconamente logrando la aburrición de la asamblea. Ya estaban hasta el copete de oír las mismas monsergas. Los jóvenes, recién estrenada su ciudadanía, no entendían cómo un pequeño grupo se había apoderado de la nación. La riqueza mal repartida creaba desconfianza y profundo resentimiento.

Aquéllos no están dispuestos a compartir sus ganancias, ni menos a renunciar a sus privilegios. Proponían que hubiera reelección, sabiendo que no había elección. Se trataba de dejar a los mismos de siempre cerrando las puertas a los jóvenes que venían detrás. Hijo, ya vente a acostar.

Es muy tarde. Haces mal en juntarte con esa parvada de malandrines, nada bueno vas a sacar.

Yo se lo que te digo, Tu hermano mayor se cansó de la miseria y ya ves, desapareció de la noche a la mañana, no sabemos si está muerto o vivo. Todo está rete caro, hijo, hay días en que no tenemos ni pa' tortillas, pero no perdamos la fe.

El domingo pasado, como usted bien sabe, hubo elecciones. El PRI volvió a colocarse como la primera fuerza política en el país.

Los que pedían se anularan los votos o se insertara en las urnas el voto en blanco, no tuvieron éxito.

Los ciudadanos acudieron a votar desde las primeras horas. Las urnas, allá por el mediodía, se veían con abundantes papeletas. El ciudadano cambió su voto de nuevo.

En el año 2000 renegó del partido tradicional para pintar de azul a la nación. El elegido no supo o no pudo hacer el cambio que el pueblo requería.

Luego se hicieron promesas que no se han cumplido, por eso los ciudadanos acaban de dar otro giro al timón.

Los esfuerzos exagerados de los panistas no los llevaron a buen puerto.

A nadie pueden culpar, como no sea a sí mismos. Los desfiguros del que preside ese partido no lograron borrar la falta de oficio de quienes administran los bienes de la nación.

En fin, el vetusto partido vuelve por sus fueros. Tendrá tres años para demostrar el por qué la ciudadanía votó en su favor. Vieja, vente a la cama, quiero más hijos, ándale, date prisa.

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