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Las profecías de Nostradamus

HORA CERO

Roberto Orozco Melo

Mi amigo, el filósofo de la plaza San Francisco, llamó ayer muy preocupado: ¿Usted cree, abogado, que el mundo se pueda acabar próximamente? Me sorprenden poco los telefonazos del socrático personaje, pero en este caso opté por tragarme la burlona carcajada que empezaba a gestarse en mi interior. El pobrecito filósofo es muy sensible y no quise ofenderlo, sabida la seriedad con que asume los propalados mitos de quienes, a falta de un gay decir, atreven un güey predecir: así que respondí:

"En fecha próxima, contestó, pues según los pronósticos del grupo de futurólogos que veneramos a la semiología, el dramático acaecer del mundo convalida la certeza de las seculares profecías de nuestro respetable monje vidente Nostradamus, quien enunció los trágicos sucesos mundiales que anticiparán la destrucción final de nuestra madre Tierra"

¿Y cuales son estos signos? lo cuestioné ansioso de cortar la comunicación telefónica, mas no se dio por enterado. A cambio me interrogó de nueva cuenta: "¿Conoce usted las predicciones de Nostradamus?" ¡Claro que no! le respondí airado; sin embargo en ese preciso momento relampaguearon mis neuronas con un nebuloso recuerdo: Alguien me obsequió, hace años, una copia del folletón de Nostradamus, más o menos titulado como 'almanaque, centurias o siglos de astrología' en una barata edición facsimilar del original de 1555, que yo nunca hubiera comprado y menos leído y creído.

Nostradamus fue el seudónimo del francés Michel de Notre Dam, un monje que anticipó tremendas desgracias mundiales como plagas, guerras, inundaciones, epidemias y discursos de Vicente Fox, que surgirían como prolegómenos del fin del universo, sucedido tras el cual van a sonar las fanfarrias en las cornetas de Jericó para "accesar" (así dicen los internautas) por las puertas del paraíso celestial, o las cavernas del infierno, según...

El ilustre pensador de la placita de San Pancho considera que Nostradamus atina en todos sus augurios, los hechos se realizan en los días que corren y por lo tanto se avecina el día del juicio final. Me explicó que los signos son muy claros y los enumera: los variados y fatales accidentes aéreos de los últimos meses, previos o intercalados entre grandes tsunamis, incendios en las zonas boscosas de todos el mundo, guerras de Estados Unidos contra Irak y Afganistán; desgracias en India y Pakistán, combates entre Israel y algunos países árabes, las consabidas derrotas de la selección mexicana de futbol ante el equipo estadounidense y la pelea del Ggobierno mexicano contra el narcotráfico, etc., forman apenas una corta selección del largo enunciado de calamidades previas a "the end of the World" que ominoso nos espera: así la insólita victoria de un candidato negro a la Presidencia de Estados Unidos, la perpetua presencia de Hugo Chávez en Venezuela, la hecatombe financiera que aterroriza a todos los países ricos, medianos, medianitos y otros francamente miserables. Y remachó: ¡Después de esto sólo resta el bíblico diluvio!..

Ya ubicado en el plano de lo increíble el filósofo siguió hablando: "¿Tomó en cuenta la debacle moral de la sociedad? ¿La penúltima fe de erratas del infalible Pontífice urbi et orbi, las frustradas designaciones del presidente de Estados Unidos, los repetidos discursos de don Felipe Calderón sobre el blindaje y lucha contra el narcotráfico y la crisis económica, (el orden de los factores no altera los fallidos resultados) el descubrimiento de múltiples y evidentes complicidades entre los más destacados 'cápites' narcoempresarios y el sector de Gobierno llamado "seguridad pública" incluida la última, torpe, cibernética y suicida proeza del secretario de Comunicaciones, Luis Téllez K."

Colgué entonces el teléfono con cuidadosa delicadeza. Tronaba el cielo y subía la temperatura. "Mejor no ver" pensé y me oculté entre el cobertor de mi cama. La nerviosidad me hizo sudar y el sudor me hizo delirar. "Levántate y anda" escuché a una voz imperativa. Después sonaron tres enérgicos timbres y sonó en mis oídos la marcha Zacatecas. Era mi teléfono celular:

"Bueno, bueno, bueno" dije. "Malo, malo, malo" oí decir en el móvil. Reconocí la voz del filósofo de la plaza San Francisco y aventé al carajo el citado aparatejo que, para mi desgracia, dio contra el suelo. Ya fui y vine a las oficinas de Telcel: tengo un nuevo celular en la bolsa y dos mil pesos menos en la libreta de ahorros. Ahora pienso que es cierto el aserto de mi amigo: si no es hoy, seguro que mañana se acaba el mundo...

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