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Lectura y memorias de verano

Rosario Ramos Salas

México vive tiempos de confusión, alarmante violencia, crisis de valores. Tenemos problemas, políticos, económicos, sociales y hasta físicos, recién pasamos una epidemia que impactó la economía. Las estadísticas nos muestran que la pobreza en el país ha aumentado, que el consumo de drogas no disminuye, a pesar de la estrategia militar del Gobierno para combatir el narco. Por los medios conocemos de sucesos horrorosos. Un día son muertes espantosas por los enfrentamientos entre el Ejército y los cárteles, otro, muertes por indolencia e irresponsabilidad, no se olvida los 49 niños de la guardería ABC.

Más adolescentes perdidos en la droga y la vagancia, personas sin empleo, padres de familia ausentes, sistema educativo falto de calidad, clima político enrarecido, partidos políticos divididos, sin diálogo posible. Confusión de límites, confusión de valores. La lista es interminable. Pareciera que no encontramos el camino que nos permita una vida mejor, una vida correcta. ¿Y cuál es esa manera correcta de vivir? ¿Cuáles son los valores que una sociedad debe salvaguardar? Nos preguntamos.

Quizás la respuesta sea un humanismo para estos tiempos, un humanismo de valores que aliente a vivir como mejores personas. ¿Y dónde está este humanismo? ¿Dónde las personas que lo practican? ¿Dónde las voces de hombres y mujeres líderes que se pregunten, que busquen en su interior, inspiren y prediquen con el ejemplo?

En otros tiempos respuestas a tales preguntas podían encontrarse en la religión, en la política, o en los medios. Hoy día, el ser humano no vislumbra respuestas que lo ayuden a vivir en paz con el mundo que le rodea y con el mismo. No confía en los gobernantes, en líderes que actúen de manera correcta, ni en los maestros, menos cuando son manejados en base a intereses, ni siquiera en la religión.

Rob Riemen (Holanda, 1962), pensador, autor del libro Nobleza de Espíritu, Un ideal olvidado, libro que cayó en mis manos como regalo de mi hermano Jaime, nos invita a volver la vista al humanismo de los clásicos, a Platón, Sócrates y Aristóteles, a buscar en el arte y la literatura, en pensadores como Thomas Mann, Goethe, Nieztche, Camus. Habla de privilegiar la vida de la mente, la mente es el mejor regalo que la humanidad posee, dice, nos invita a cultivar la memoria del corazón y confiar en los poderes del espíritu humano.

Habla de cómo se ha perdido el valor de la conversación, del diálogo que permite que del desacuerdo y la polémica emerja la luz. Podemos entablar estas conversaciones con los pensadores de antes a través de sus obras.

Algunas conversaciones son inolvidables, dice Riemen. Describe entonces una de ellas y lo hace de tal forma, que pareciera que nosotros, el lector, estamos participando en la conversación. “En una magnífica casa cerca del Pireo, el puerto de Atenas, un pequeño grupo de jóvenes espera la celebración en honor de Artemisa. Se acerca el verano, la tarde es cálida y las horas amenazan con terminar. El anfitrión se encuentra con un amigo que es leyenda por su don en el arte del debate. Lo invita a reunirse con los jóvenes para conversar, la mejor manera de disipar el letargo y la indiferencia”. La conversación que está por iniciar.

Y entonces Sócrates y Cephalus se enfrascan en la plática sobre la vejez, el significado de la justicia, lo que la persona debe buscar para ser justa, el significado del tiempo, únicos seres a los que se nos ha dado el concepto del tiempo. Surgen tantas preguntas que al final Sócrates dice: “no es cualquier cosa lo que estamos discutiendo, cuando se trata de la manera correcta de vivir”.

Busquemos pues la manera correcta de vivir, pero no en el ruido, ni en el poder o el dinero, sino en el pensamiento, en la nobleza de espíritu, entendida como libertad, ideal en la vida, libertad como la esencia de la dignidad, busquemos en la memoria del corazón, en el arte.

Hace cuarenta años.

En 1969, hace cuarenta años vi por televisión el primer viaje a la luna, el hombre que por primera vez pisaba la luna. Recuerdo que todos en la familia nos reunimos para ver ese primer paso de la humanidad, que debió servir para algo.

Hace cuarenta años la guerra de Vietnam estaba en su apogeo, mientras la carrera armamentista de las potencias crecía. Los Beatles editaban el disco de Abby Road, con aquella portada memorable de los cuatro cruzando la calle y entonces la música del cuarteto de Liverpool nos despertaba los sueños.

En agosto se cumplirán también cuarenta años de aquel inolvidable festival de rock, el concierto de Woodstock que reunió a un millón de personas, en su mayoría jóvenes, durante tres días de música, de amor y paz. Era el rechazo de una sociedad norteamericana hastiada por la guerra y la violencia. Ese mismo verano México despertaba apenas de los cruentos sucesos del 68 que tantas enseñanzas podían haber dejado, pero que seguimos batallando para incorporar a nuestras vidas.

Al final de ese verano nació Beto, quien siempre está con nosotros.

Lo que hoy recordamos es porque quedó registrado en nuestros corazones y lo hemos hecho nuestro. Nada que no ha sido guardado en el corazón del ser humano se perderá, nos dice Riemen. Si sigue ahí, los recuerdos pueden servir como lecciones que permitan vivir un presente más pleno y vislumbrar un mejor futuro.

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