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Legalización de las drogas

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Luis F. Salazar Woolfolk

La realización del foro continental Drogas y Democracia al que asistieron diversos personajes de América Latina a principios de mes, plantea la legalización de la producción, tráfico y consumo de drogas no medicinales utilizadas en la actualidad, para satisfacer la adicción de un sector creciente de la población.

Los participantes entre los que se encuentra el ex presidente de México, Ernesto Zedillo y otros ex mandatarios de diversos países del área, arriban a la obvia conclusión según la cual, la sola vía militar o policiaca no es suficiente para combatir el flagelo que implica el consumo de estupefacientes y el crimen organizado, lo que plantea un debate sobre la despenalización referida.

Es bueno que se tenga el debate y se consideren opciones para detener el fenómeno que implica el consumo de drogas que busca llenar el vacío existencial o simple diversión, pero malo que como suele ocurrir en nuestra dividida sociedad mexicana, que el tema se vaya a utilizar como pretexto de estéril confrontación, como pasa con otros temas de nuestra vida pública.

Algunos opinan que con la legalización se acabará el problema del crimen organizado y agregan que quienes se oponen al uso permitido de las drogas, responden a prejuicios carentes de fundamento.

Lo anterior es tan simplista como aquel viejo chiste que recomienda volver incosteable la operación y acabar con las drogas, a base de legalizarlas, encomendar su producción a la Secretaría de Reforma Agraria y su distribución a Diconsa, en tanto que la cadena desde la producción hasta el consumo, se someta al pesado sistema tributario mexicano IVA incluido.

Es equivocado también que en aras de un individualismo exacerbado, se niegue al Estado la facultad de establecer prohibiciones al respecto, puesto que las consecuencias nocivas del consumo de drogas rebasan la esfera personal del individuo, y trascienden al cuerpo social en su conjunto con efectos de muerte del cuerpo y del espíritu.

El hombre es uva y racimo; no está solo y por el contrario, por naturaleza vive en sociedad. Lo que fumen, coman beban o se unten los mexicanos mayores y menores de edad es asunto de salud pública en nuestro país, como lo entienden campañas recientes que resultan pertinentes hasta para prevenir enfermedades asociadas a la alimentación, mediante la promoción de buenos hábitos en un país agobiado por los extremos de la obesidad y la desnutrición.

Desde la óptica de una política de Estado en materia de salud pública, la gravedad que el consumo de estupefacientes representa no requiere de mayores argumentos. Resulta una contradicción que en paralelo a las campañas de prevención basadas en el combate al tabaquismo, se legalice el consumo de drogas.

Quienes piensan que la estructura criminal que promueve el consumo ilícito de drogas desaparecerá con la legalización de algunas de ellas, echen un vistazo al gigantesco comercio ilícito de discos compactos "piratas", tanto de música como de video, para que se convenzan de que el lado oscuro de nuestra naturaleza humana, se nutre de la ventaja comparativa de eludir el cumplimiento de la Ley para obtener una ganancia económica o de cualquier otra índole por grande o pequeña que fuere, que en el caso de la "piratería" vulnera los derechos de autor y es fuente de evasión de impuestos. Otro ejemplo lo advertimos en la legalización de los juegos de azar. Sería bueno que quienes aseguraron que la autorización de casinos y casas de apuestas promovería el turismo y en nada afectarían a nuestra sociedad, justifiquen la enajenación irracional y el desplumadero económico del que somos testigos y que expliquen la gravitación de tales establecimientos en la órbita de estructuras criminales. Es cierto como concluyeron los participantes de foro Drogas y Democracia, que la sola vía militar o policiaca no es suficiente para combatir el flagelo que implica el consumo de drogas y el crimen organizado.

Hace falta el fortalecimiento moral, educativo, cívico y económico de la persona y de la sociedad en su conjunto, y la idea de permitir toda conducta, por dañina que sea su consecuencia, sólo conduce a la disolución social y a la postre, a la dictadura política.

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