“Una élite económica intenta sostener sus privilegios impidiendo que el pueblo se organice en una democracia directa.”
Manuel Zelaya
Manuel Zelaya, el depuesto presidente de Honduras, logró en su visita a México algo inusitado: unir al presidente, al jefe de Gobierno de Distrito Federal y al Congreso de la Unión en una misma causa.
Zelaya, quien arribó a México en un avión venezolano, fue recibido en Los Pinos con todos los honores de un jefe de Estado por el presidente Felipe Calderón. Ayer el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, le rindió homenaje en el Salón de Cabildos del Antiguo Edificio del Ayuntamiento: lo llamó presidente “legítimo y legal de Honduras” (¿oíste espurio?) y le entregó Las Llaves de la Ciudad. La Comisión Permanente del Congreso de la Unión lo acogió también con honores usualmente reservados a un jefe de Estado.
Zelaya se sintió sin duda muy bienvenido en México, más bienvenido ciertamente que en Honduras. La verdad es que si súbitamente llegara un hada madrina y les cumpliera a nuestros políticos su deseo de colocar a Zelaya nuevamente en la Presidencia de Honduras, el resultado sería un desastre para su país. ¿Por qué? Porque Zelaya ha perdido los apoyos necesarios para gobernar.
Zelaya no tiene el respaldo de la Suprema Corte de Justicia de Honduras. Los ministros ordenaron su destitución por traición a la patria después de que violó reiteradamente la Constitución y se colocó en desacato ante los fallos del tribunal. No cuenta tampoco con apoyo del Congreso. No sólo se opone a su retorno el Partido Nacional, conservador, sino también el Liberal, el otro gran partido del país, el cual postuló a Zelaya como candidato en 2005. Sólo unos cuantos diputados de izquierda radical lo respaldan, pero son muy pocos para lograr algo en el Congreso.
Zelaya no tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas. Destituyó al comandante del Estado Mayor Conjunto, el general Romeo Vásquez Velázquez, cuando éste se negó a repartir las boletas de una consulta para la reelección presidencial que la Suprema Corte, la Fiscalía General y el Tribunal Supremo Electoral declararon inconstitucional. Posteriormente la Corte Suprema determinó de manera unánime que la destitución del general Vázquez había sido ilegal. El general mantiene su cargo con el respaldo de los demás comandantes de las Fuerzas Armadas. No cuenta tampoco Zelaya con el respaldo de los hondureños. Si bien su destitución puede haberle generado una nueva popularidad en la izquierda radical, ésta es una minoría en el país. Una encuesta de la empresa CID-Gallup señaló que la aprobación de Zelaya cayó de 45 por ciento en enero de 2007 a 7 por ciento en febrero de 2009.
¿Quiénes apoyan entonces a Zelaya? Los dictadores cubanos Fidel y Raúl Castro, convertidos en fieros defensores de la democracia (la hondureña, por supuesto, no la cubana); Hugo Chávez de Venezuela, quien financia las actividades de Zelaya; Daniel Ortega de Nicaragua, quien le da cobijo en su país; los políticos mexicanos; los presidentes de los países de la OEA; y virtualmente todos los gobiernos extranjeros.
Con la anuencia de Zelaya, los gobiernos de otros países y las organizaciones internacionales han tomado medidas de presión para obligar a Honduras a aceptar nuevamente al depuesto mandatario, aunque con ellas afectan económicamente a los más pobres. Pero ni siquiera estas acciones serán suficientes para devolverle el poder a Zelaya. Para ello se necesitaría una intervención armada extranjera. Sólo así, violando la soberanía y la voluntad del pueblo de Honduras, podría “reestablecerse la democracia” en ese país.
GUARDERÍAS SEGURAS
A pesar de toda la cobertura negativa en los medios, un sorprendente 87 por ciento de los padres con niños en guarderías del IMSS dice que éstas son seguras. Ésta es la opinión de quienes más cercanos están a los servicios de las guarderías.
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