La crisis económica mundial actual, cuyo origen es Estados Unidos (EU), ha tenido un alcance y profundidad mucho mayor a lo esperado al inicio de la misma. Todos los días aparecen escenarios más sombríos y eso que apenas comienza el año.
La globalización económica y financiera, que trajo un avance económico considerable durante las últimas décadas, presenta hoy su lado oscuro, al extender también las repercusiones negativas de la recesión estadounidense a la mayoría de los países del orbe.
México es, sin duda, el país más afectado directamente por esta situación. No extraña, por tanto, que sean muchos los comentarios y declaraciones en relación con la severidad de los efectos que esta crisis tendrá sobre la evolución de nuestra economía, así como que proliferen las opiniones respecto a lo que tiene que hacerse para superarlos.
El Senado organizó hace unas semanas un foro para hablar sobre este tema y, como normalmente sucede en este tipo de eventos, hubo de todo, como en botica. Algunas opiniones sensatas, otras no tanto, pero también muchos sin sentidos.
Entre los comentarios que más llamaron la atención de los medios de comunicación se encuentran los de Carlos Slim, que a su vez provocaron una reacción inmediata de las autoridades.
La única explicación que encuentro para la importancia que se dio a sus señalamientos es el hecho de ser uno de los hombres más acaudalados del planeta, porque el contenido de los mismos carece de bases económicas sólidas.
No vale la pena, por tanto, detenerme a evaluarlos con detalle, en especial porque sus diagnósticos y opiniones se basan en ideas sueltas recogidas de muy distintas esferas y sin un rigor analítico que las sustente. No obstante, hay un mensaje crucial que se salva.
Este consiste en la idea de que el entorno económico va a empeorar en el futuro próximo y que, además, existe la posibilidad de que se prolongue por un buen tiempo.
De lo primero no tengo duda, por más que nuestras autoridades se esmeren en presentar un panorama diferente. La razón es simple. El deterioro de la economía estadounidense no ha tocado fondo. Es probable que su caída continúe durante la primera mitad del año y en el mejor de los casos, se estanque durante el resto del 2009.
En lo que concierne a lo segundo, si bien estamos ante la recesión económica global más severa desde la Gran Depresión y cada vez son más los especialistas que temen que este episodio pudiera ser todavía peor, es muy temprano para concluir que durará muchos años.
La esperanza es que en esta ocasión, cuando se aplican todos los remedios económicos ortodoxos, así como un menú amplio de recetas heterodoxas, se evite la magnitud de los estragos económicos de la crisis de los años 30 del siglo pasado.
No obstante esos esfuerzos y deseos, no es descabellado suponer que los problemas económicos actuales de Estados Unidos tardarán varios años en superarse por completo.
En consecuencia, dado que lo que sucede en Estados Unidos nos pega a nosotros, por lo general, con un desfase de varios meses, suena demasiado alegre y optimista la opinión del presidente Calderón en el sentido de que nuestra economía se estará recuperando para finales del verano próximo.
Lo más probable es que ello no suceda y la actividad económica se mantenga, por el resto del año, barrenando en el fondo.
La confianza de las autoridades en ambos lados de la frontera es que surtan efecto las políticas de estímulo económico, así como que sean capaces de revertir la tendencia descendente de sus economías antes de fin de año.
Ello, sin embargo, me parece muy optimista. Por lo que toca al gasto público, es fecha que todavía no empieza a ejercerse allá y acá. Sobran proyectos y habrá una arrebatiña por los recursos públicos, pero tomará tiempo la selección de cuáles serán ejecutados. Una vez que esto se resuelva, su ejercicio puede darse a un ritmo que quizá desesperaría al mismo Job.
Además, en lo que concierne a Estados Unidos, hay muchos escépticos respecto al beneficio que un mayor gasto público tendrá sobre su economía, mientras no se restablezca la salud del sistema financiero y empiece a fluir nuevamente el crédito. Eso, por cierto, no se logra de la noche a la mañana.
En ese contexto, considero que las noticias económicas en México seguirán siendo malas durante la segunda parte de este año. Espero, por tanto, una caída en la producción y en el empleo, particularmente durante la primavera y el verano, para muy probablemente estancarse luego en niveles deprimidos el resto del 2009.
Es ingenuo pensar que la recesión económica y las penas que causará van a desaparecer por el simple hecho de que nuestras autoridades hacen foros y promesas, así como porque convocan con mucho entusiasmo a la solidaridad y el esfuerzo colectivo. Ojalá fuera tan simple.
Como lo he señalado en diversas ocasiones, la imprudencia del Ejecutivo y del legislativo, al gastarse prácticamente todos los ingresos extraordinarios del petróleo, nos dejaron sin un margen de maniobra adecuado para enfrentar los avatares de esta crisis.
En nuestro caso, la buena noticia es que México no fue el origen del problema, lo que hará que esta contracción económica no sea tan severa como la que experimentamos en 1995.
La mala noticia es que la recuperación tampoco será tan ágil y rápida como entonces. Por un lado, porque la recesión estadounidense hará que no contemos con el jalón que dan las exportaciones a nuestro aparato productivo.
Por el otro, porque los problemas que enfrentarán el erario y la economía por el desplome de nuestros ingresos petroleros complicarán nuestro desempeño económico en 2010 y 2011.