Actuación. Rebecca Jones dice que desde que debutó en teatro con la obra El Coleccionista no ha dejado ni un solo año de pisar un escenario e incluso hasta fundó su propia compañía teatral.
MéXICO, D.F.- Su ego es tan grande que no cabe en una marquesina. "Los actores somos pura vanidad y quien afirme lo contrario, miente".
Ahora mismo, el ego de Rebecca Jones está creciendo: su nombre ocupa espacio en marquesinas de teatro (con la obra Entre Mujeres) y de cine (con su papel de esposa maldiciente y casi alcohólica en al cinta Voy a Explotar) mientras en televisión ya le ofrecen el crédito de "primera actriz" para protagonizar la nueva versión de Cuna de Lobos.
Sin embargo, su ego no es vanidad. A lo largo de 26 años, Jones se ha preocupado que su ego no se base en ser estrella famosa sino actriz de prestigio. Lo entendió muy pronto, casi desde aquella noche de 1983 en que debutó en la obra El Coleccionista en Bellas Artes.
"Me acuerdo muy bien de aquel día", dice mientras la mirada se le pierde y su memoria retrocede.
Aquel día, a la joven Rebecca Jones le "temblaban las patitas". Un segundo antes de entrar a escena se preguntó: "¿Qué necesidad tengo de sufrir así? ¿Qué estoy haciendo en este lugar?".
En ese momento entendió que estaba frente a "una línea invisible electrificada". Pensó: "Si logro brincarla sin lastimarme, ya la hice". Y brincó.
Desde entonces, no ha pasado un año sin que actúe en teatro. De hecho, fundó una empresa junto a su marido Alejandro Camacho para realizar las obras que se le diera la gana, casi siempre de autor. Darío Fo y su Pareja Abierta es una de sus preferidas:
"Las obras de Darío tienen universalidad y atemporalidad porque es un dramaturgo con la virtud de lo culto y lo mundano. Sabe llegar las fibras del ser humano", analiza Jones.
Y desde el dos mil, ella se ha autoempleado con el montaje de una obra que irónicamente se llama Retrato de la Artista Desempleada, y en la que interpreta 36 personajes distintos. Ella misma lo produce, promueve y monta en teatros del interior de la República; incluso sostuvo una pelea legal contra los propietarios de los derechos que querían quitárselos con el argumento de que el libreto original había sido escrito para que fuera interpretado por un hombre. "Se me inflamaron las articulaciones del hombre por tanto hablar por teléfono", recuerda. Al final recuperó su derecho a "trabajar como artista desempleada".
→ Calderón de la Barca decía que "toda la vida es sueño y los sueños, sueños son", ¿tu sueño de ser actriz ha sido color de rosa o una pesadilla?
Ha sido fiusha intenso, a veces morada o francamente negro. Pero nunca una pesadilla. Calderón de la Barca también decía que el público era el monstruo de los mil ojos. Y a ese monstruo le digo: si les gustó la obra es que hice bien mi trabajo, y si no, pues lástima porque ya pagaron boleto. Calderón es muy sabio.
→ Has dicho que nunca involucras sentimientos reales en tus personajes, ¿desde cuándo te volviste una descreída de Stanislavski?
Yo creo en el recurso del método. Como decía Sergio Jiménez: "Cada quien su Stanislavski". Me parece que recurrir a cosas reales es limitado; por el contrario, creo que actuar es pensar. No creo en lastimarte para actuar. Alguna vez lo hice y me tardé tres horas en llegar al sentimiento. Pero tuve un maestro que me enseñó a trabajar al revés: usar los músculos para llegar al sentimiento.
→ Si tuviste en televisión un prestigio que te garantizaba una vida cómoda, ¿por qué insistes en hacer teatro?
En estos días hay por ahí muchas estrellas, todo mundo se dice estrella; pero actrices y actores con prestigio, sólo se forman en teatro y cine. La tele te da popularidad, pero si me preguntas qué ventajas tiene ser famoso... pues depende de por qué seas famoso. Lo que le pido a la tele son buenos proyectos, pero no se dan en maceta. Tampoco me frustra porque ya hice cosas que dejaron huella -no por mí, sino por la telenovela- como Cuna de Lobos y La Vida en el Espejo.
→ ¿Qué querrías que la gente dijera al ver tu nombre en la marquesina?
Creo que saben que verán algo de calidad. La televisión se sale de tus manos, no controlas muchas cosas; pero en teatro trato de nunca equivocarme. Habrá obras que no gusten, pero nunca dejarán de reconocer que soy una actriz que me entrego al trabajo. Desde que debuté en teatro, no ha pasado un año sin que haga una obra.
→ ¿De qué tamaño es tu ego?
Grandotototote. No cabría en una marquesina. El actor que diga lo contrario está mintiendo.
→ ¿Qué es lo que piensas cuando ves Cuna de lobos?
Vi la repetición del año pasado. Me veo y digo: ¡Que chiquita estaba!
→ ¿No dices?: ¡Qué buena actriz es Rebeca!
Para nada. De hecho, no me gustó cuando me veo en pantalla. Quizá por eso me acuerdo tanto de aquel estreno de "El coleccionista". Ese día decidí arriesgarme a hacer el ridículo. A final de cuentas ese es el riesgo de la actuación: hacer el ridículo y debes estar dispuesto a hacerlo.