Aquí y allá se siente la tensión. Las calles están llenas de figuras espectrales de laguneros que perecieron a principios de la centuria pasada. Se escuchan voces platicando sus experiencias. Son estantiguas, fantasmas que se ofrecen a la vista del vulgo, en procesiones nocturnas. Son almas que no han encontrado descanso, pues habiéndose enterrado fuera de un cementerio, se atrincheraron en los salones de clase de la escuela que años después les construyeron encima.
Vieron pasar los días entre jóvenes de ambos sexos cuyas risas en veces los alegraban en tanto en otras los entristecían.
No hace mucho, años atrás, los seres vivos encontraron de manera casual sus raídos huesos que fueron llevados a un camposanto cercano en costales de yute. No se les ocurrió que el hallazgo fortuito trajera aparejada la necesidad de celebrar una misa rogando al Señor se apiadara de sus almas que vagaron en las sombras desde 1918. Los medios nos pusieron al tanto de lo ocurrido. Los expertos que examinaron las osamentas no estaban seguros de si se trataba de entierros clandestinos, de gente que murió en la gesta revolucionaria o de seres que murieron a consecuencia de una enfermedad infecciosa producida por virus.
Los conductores se desplazan en sus vehículos cubiertas las vías respiratorias con telas tapando parte del rostro que recuerdan a los bandidos de Río Frío que noveló el escritor mexicano Manuel Payno (1820-1894), los cafés presentan a las meseras con ese mismo atavío, sirviendo a parroquianos que se cubren el rostro como lo hacen los habitantes de Nepal, al pie del Himalaya, para protegerse del duro cierzo invernal. Un cuadro extraño en que niños y adultos a pie, en automóviles, en transportes públicos y aun bajando por la escalerilla de grandes naves aéreas traen los rostros cubiertos.
Los adolescentes no podrán por algún tiempo entregarse a pasar el tiempo juntando sus labios en ardientes besos recargados en alguna pared en la vía pública, lo que no consiguió el timorato alcalde de Guanajuato que hace algún tiempo lo prohibió en un bando municipal. Nos recuerda también a los burkas que traen las mujeres musulmanas en el Afganistán de los talibanes, que apenas permiten verles los ojos.
Los puercos, me refiero a los animales, marranos, cochinos, chanchos, lechones y cuinos que viven en zahúrdas, pocilgas, chiqueros y porquerizas, son los acusados de transmitir la enfermedad, pues aunque muchos que comercian con sus carnes lo niegan, el simple hecho de darle a la gripe el nombre de porcina, vuelve temible al producto de los de la mirada baja.
Es notable lo que ocurría en ranchos cercanos donde el gusto por el tocino y el jamón, las carnitas, el chicharrón, los duros, la morcilla o rellena, hacen las delicias de los comensales. Lo único que me hace rechazar un platillo es la experiencia que tuve en una excursión cinegética, donde fuimos recibidos espléndidamente con carnitas sazonadas con exquisita salsa de molcajete y tortillas de maíz, por los dueños de la casa, que nos trataron estupendamente. Era de noche cuando dimos fin a un banquete digno de Pantagruel creado por el escritor francés Francois Rabelais, (1494-1553) en la obra del mismo nombre, hijo de Gargantúa que, como su padre, personifica el carácter de la clase adinerada de todos los tiempos y sus apetitos insaciables.
Antes de acostarnos, habiendo preguntado por el retrete, precisemos que no había luz eléctrica, se usaban faroles, que apenas lograban arañar las densas sombras que nos rodeaban. Era un cuarto que servía de letrina con un tablón al fondo con varias oquedades. Se escuchaban ruidos extraños, gruñidos. Que nos dejaron atemorizados por lo que al día siguiente nos dimos a la tarea de averiguar su origen.
No seré explícito, pero baste señalar que a partir de entonces quedamos vacunados para no volver a comer carne de cerdo. Debo decir, en honor a la verdad, que la alimentación ha mejorado así como las condiciones de higiene en que se desenvuelve su crianza. Es tal el esmero que en las granjas modernas reciben una atención especial.
Sus cuidadores llevan botas y trajes que los mantenga alejados de cualquier peligro de contraer una enfermedad. Conocí de un caso que tuvo lugar en Laguna Seca, al sur de la ciudad, que dio lugar a que se presentara una denuncia que produjo el encarcelamiento de un joven campesino.
Los dueños de la granja porcina no les preocupaba tanto el robo como la suerte de los moradores que vendían en mercados extranjeros. En fin, dejemos a un lado las anécdotas y hagamos votos por que la ola de virus se aleje de nuestro entorno.