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Los curados de espanto

Gilberto Serna

Era una tarde cualquiera. El sol estaba en el cenit. La tranquilidad reinaba en la pequeña ciudad construida de casas de adobe. Era una calma tensa que en que corrían rumores de que algo grande estaba a punto de suceder. De aquel lado del río unas cuantas familias se sentaban en las sillas que se habían colocado ex profeso en un balcón del hotel Paso del Norte cuyo frente daba vista hacia el Sur. Llevaban antiguos prismáticos con correa colgados del cuello. Había hombres ensombrerados, mujeres endomingadas con sombrillas y uno que otro niño comiendo barquillos de nieve. Había que estar alertas. Los gringos ocupaban la terraza desde donde de un momento a otro serían testigos de una encarnizada batalla, en vivo y a todo. No se veían consternados, más bien para ellos era día de fiesta. Un pequeño grupo de burgueses, formado por mexicanos que habían huido despavoridos al otro lado, reían nerviosos desde lo alto del techo de un vagón de ferrocarril estacionado ahí. Sabían que no tenían que temer que una bala perdida les mochara la existencia, pues estaban enterados de la advertencia del Gobierno estadounidense, por voz del coronel Steaver, de la guarnición del Paso, de que intervendría con sus tropas si se daba el caso. Un calor agobiante se dejaría sentir en medio del temor que producirían los disparos de armas de fuego. Los combatientes eran muy dados a dejarse fotografiar por lo que hay abundantes imágenes que los muestran con enormes sombreros galoneados. Sentados posando, parados o montados encima de sus sudorosos caballos.

Las caras limpias o tiznadas, con una expresión de fiereza. La doble canana, terciada sobre el pecho, a la bandolera.

Los rifles 30-30 que portaban los rebeldes, dice la canción; combatían contra los fusiles Mauser que traían los "pelones, como se llamaba a los miembros del ejército que lucían un casquete sobre las rapadas cabezas. La cuestión es que los alzados se habían enfrentado con los soldados al servicio del Gobierno porfirista en varias ocasiones, por lo que no les tenían miedo y, por ende, les habían perdido el respeto. Eran otros tiempos. Las cosas no son iguales hoy en día.

Esto viene a colación, sin que asemejemos el pasado con el presente, por la alerta de seguridad que hizo el Gobierno de los Estados Unidos de América, el pasado 20 de febrero a sus connacionales a los que se invita a restringir los viajes; que se abstengan de trasladarse al estado de Durango y al estado de Coahuila, señalando que ha habido grandes tiroteos por lo que la situación es sumamente inestable.

Lo que no se ve es que el Gobierno estadounidense, además de alertar detenga el flujo de armas que se da de allá para acá y no lo hace.

El anuncio expresa que tengan cuidado pero no les advierte que puede una bala salir de un arma hecha y vendida allá e introducida ilegalmente a través de su y de nuestra frontera. Da la impresión de que les está llegando la lumbre a los aparejos y ni así paran el contrabando de armas. Me pregunto: ¿por que será? Luego hablan de que somos un país donde el Gobierno no manda en una amplia extensión del territorio nacional, debiendo ser considerado como un Gobierno fallido.

O que en un futuro cercano tendremos a un narcotraficante sentado en la silla presidencial como lo dijo el secretario de economía de este país. Dos cosas que no son sino especulaciones, alimentadas porque allende la frontera no nos ven con buenos ojos. Lo demuestra las razzias de indocumentados que están teniendo lugar aun en estos días, que llegan a suelo patrio sin trabajo donde no lo hay porque, al igual que los demás países, aquí también ha habido despidos de personas que van a engrosar el mercado de desempleados.

Por aquellas fechas, el viejo dictador con elegante sombrero de copa e impresionante séquito, inauguraba el hipódromo de Peralvillo. Él y su gente estaban convencidos de que sus desarrapados, come/cuando/hay, serían derrotados por las fuerzas leales al Gobierno. Eran unos pelados los tales por cuales que carecían de instrucción militar. Bien, lo que quiero poner de relieve, con este relato, es que la curiosidad vuelve osado al más pacífico.

El Gobierno de Washington no podrá poner freno a los turistas que gustan de las emociones fuertes. Les llamarán poderosamente la atención los tiroteos y los que cercenan cabezas.

Los veremos con cámara digital y mochila al hombro, yendo y viniendo, quitados de la pena, por ciudades como Juárez, Tijuana y Nogales.

Ahora que se han puesto de moda los teléfonos celulares querrán tener la primicia. Después de lo que está sucediendo en Afganistán e Irak créame que están más que curados de espanto. En fin, si algo los ahuyenta no serán los disparos sino la carestía de la vida por la pérdida del valor adquisitivo del dólar y la recesión.

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