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Los dueños del poder

GILBERTO SERNA

Desde su altura física, casi dos metros, pasea su mirada por encima de todos. Bordea los sesenta años de edad, no se quita las botas camperas en todo el día y sólo en contadas ocasiones se despoja de su sombrero de ala ancha. Tiene cierto parecido con el que les platiqué, aunque su ideología es diametralmente opuesta, aquél es rico de abolengo, al nuestro se le nota a leguas que es nuevo rico. A aquél su cara lo hace verse sincero, empero retó a los dioses que rigen el destino de los hombres enfrentándose a grupos poderosos que fueron capaces de desatar vientos de fronda que en política significa que sus días como gobernante están contados. Hay cierta inocencia en el presidente depuesto por la oligarquía hondureña. Es amigo de los pobres, aunque sea dueño de grandes heredades, un poco idealista, no compagina con las fuerzas de poder de su país por lo que su futuro es incierto. Es verdad que todos los países de América le han abierto las puertas considerando que un Golpe de Estado no es lo adecuado para tumbar a un Presidente aunque, cabe pensar, que es un apoyo de dientes para afuera, pues se teme que cunda el ejemplo en los demás países donde la pobreza se agudiza, aunque en el fondo coincidan con los grupos golpistas, con los que se sienten plenamente identificados.

Fue levantado en vilo sacándolo de su cama, aun en pijama, y llevado a un aeropuerto para enviarlo al exilio en avión fletado ex profeso fuera de su patria. Eran soldados que cumplían órdenes. No ha podido retornar pese a que gran parte del pueblo pide su regreso. Ganas no le faltan aunque su presencia en territorio hondureño no ha ido más allá de unos cuantos metros de territorio hondureño que le han servido para lograr que las cámaras de los noticieros lo enfoquen, concretándose los levantados a manifestarle que será encarcelado si insiste en volver. Los mexicanos sabemos de lo que puede pasar si intenta una revuelta popular: metería a Honduras, ni más ni menos, que en un baño de sangre. Eso lo saben todos los involucrados en este caso. No llegaría muy lejos. Las fuerzas económicas, desde que lo botaron, sabían a qué atenerse. Aunque cuente con el imperio de la legalidad, los alzados tienen consigo la fuerza de las armas. Se necesitaría un cataclismo para lograr que volviera a sentarse en el despacho principal del Palacio Presidencial.

No se necesita mucho para ver lo que está sucediendo. Zelaya tiene un perfil populista que no esconde. Su política va dirigida a las clases más desprotegidas en un país donde la mitad de la población se encuentra a nivel de pobreza. El que pretenda hacer reformas dirigidas a rescatarlos tiene una férrea resistencia por parte del Ejército. Hay detrás de los rebeldes un disimulado respaldo que lleva la consigna de las clases privilegiadas de Honduras de que mientras más tiempo pase en el exilio menos posibilidad tendrá de recuperar la Presidencia. Hay dos hechos que juegan en su contra. Carece de un cuerpo armado y su estatua, enorme escultura, en la orilla de la alberca de su casa, no lo pinta como un revolucionario sino que lo muestra como un narcisista que le rinde culto a su propia personalidad. De ahí que traiga en la cabeza un sombrero de ala ancha, el que no se quita, dicen, ni para dormir. Es posible que pudiera hacerse un cuadro psicológico de esas prendas, incluidas las botas, que al parecer influyen en la manera de ser. En nuestro país, por motivos de protocolo al arribar al Congreso, donde fue recibido por la Comisión Permanente, debió dejar el sombrero afuera del salón de sesiones.

¿Adónde lo lleva su peregrinar?, por lo pronto recibe los aplausos de los circunstantes a donde va, considerándolo un mártir de la democracia. Nada más. De su reinstalación como Jefe de Estado habrán de ir pasando los días para que se dé cuenta que los gobernantes no harán otra cosa que darle palmaditas en la espalda, alentándolo para que siga su camino, mientras le cierran un ojo de conchabanza a los que ilegítimamente lo echaron a su suerte. No se conoce hasta dónde será capaz de llegar. Es del todo posible que se deje engatusar por líderes de países que saben obtener ventajas de mantenerse beligerantes. No se lo aconsejaríamos. Le exprimirán lo que puedan para dejarlo solo en el momento menos esperado. Los días pasarán raudos y veloces juntando una semana, un mes, un año sin que se llegue a una solución como no sea el de que habrá un lamentable reproche de la comunidad de naciones que no hará otra cosa que darle largas al asunto. A menos que se atreva a mostrar su carácter, lo mejor es que reconociera que los golpistas le han ganado con el mandado. En fin, lo que demostrará que los grupos oligárquicos que lo tumbaron eran los verdaderos dueños del poder.

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