Que la gente ya está sintiendo tanto lo duro como lo tupido de la crisis nos lo revela algunos numeritos que han salido en estos días. Por ejemplo, la recaudación fiscal bajó sensiblemente en las primeras semanas del año
Otro indicador de que la lumbre ya le está llegando a los aparejos a mucha gente es el hecho de que las solicitudes de ingreso a la UNAM crecieron más de un 9% en relación con el año anterior. El dato no quiere decir que de pronto hubo un repunte en la confianza en una universidad pública que se chupa un presupuesto superior al de la mitad de las entidades de la república; ni que la campaña de los Pumas haya motivado a más gente a unirse a las porras de marihuanos que tan amenamente los animan los domingos. No, el dato significa que muchos mexicanos que habían esperado inscribir a sus hijos en una universidad privada, ya la pensaron mejor, y decidieron recurrir a la UNAM; que gracias a la huelga lumpen-fascista de hace diez años, sigue cobrando menos de un peso por la inscripción, colegiatura y otros privilegios
El problema es que la UNAM no tiene la capacidad para absorber semejante demanda. De hecho, de los 114,462 solicitantes, "nuestra máxima casa de estudios" sólo podrá darle cabida al 8%, menos de 10,000 alumnos de nuevo ingreso a licenciatura. O sea que más de diez de cada once aspirantes se van a quedar chiflando en la loma. Lo cual en muchos países es la norma y no la excepción. Porque en muchos países las universidades prestigiosas están reservadas para los talentosos, para quienes realmente le echan ganas, para quienes se han esforzado y han aprovechado los niveles de estudio anteriores. Y en todos lados cuestan. Mucho, poco o regular, pero cuestan. En las principales universidades francesas, británicas y norteamericanas, el índice de rechazados por ahí anda.
Pero en México se ha construido el mito de la universidad popular, masiva y gratuita como gran igualadora social, con las consecuencias que sabemos: una burocracia gigantesca (superior en número a los docentes), el deterioro en muchos de los programas académicos por la saturación, y una lamentable fama de los egresados en muchos campos de la economía real.
Algo de esa fama se debe a que cualquier grupúsculo, alegando que tienen derecho a entrar a la UNAM por el solo mérito de ser pobres (aunque analfabetos), puede paralizar a la institución.
Y claro, los que sí merecen estar ahí, los cerebros que necesita el país, son los que sufren las consecuencias. Y a ésos, ni quién les eche un lazo.