Si en México nos desesperamos por la mediocridad, cortedad de miras y simple estulticia de nuestra clase política, digamos que en otras partes no cantan mal las rancheras. Ello es particularmente notable en regiones que antaño fueron semilleros de grandes estadistas.
Ahí tienen por ejemplo a la Gran Bretaña: el país alguna vez conducido por un gigante como Winston Churchill; o una mujer de pelo en pecho que produjo una enorme revolución (conservadora, pero revolución) como Margaret Thatcher, hoy es conducido por un señor esmirriado y timorato, Gordon Brown, al que cualquiera dudaría en encargarle el turno vespertino de la Miscelánea Las Quince Letras.
¿Y qué me dicen de Sarkozy en Francia? Ha hecho de su vida privada un vodevil público, y con él abrir la boca y meter la pata ya parecen algo automático. No al nivel de Fox, ciertamente. Pero líderes de la República Francesa tan formidables como Charles De Gaulle y Francois Mitterrand se han de estar revolcando en sus tumbas ante la frivolidad del actual ocupante del Palacio del Elíseo.
Italia no ha producido grandes estadistas desde hace un buen rato. La Democracia Cristiana, que dominó la política italiana durante buena parte de la post-guerra, se especializó en reciclar las mismas caras, a cual más de inanes. Y ese reciclaje terminó corrompiendo feamente a un partido que se dejó llevar por las malas mañas, producidas por la falta de alternancia. Sí, suena conocido.
La cosa es que el relevo no resultó mucho mejor. Montado en el hartazgo ciudadano, en su vasta fortuna y en la ventaja de poseer los principales medios de comunicación de la península de la bota, un empresario metido a político llamado Silvio Berlusconi ha sido la figura política dominante en los últimos tiempos. El problema es que Berlusconi ve a los asuntos públicos como un show de concursos o entretenimiento. Tanto así, que sin mucho empacho decidió lanzar como candidatas por su partido a las elecciones europeas a actrices, conductoras de programas de variedades y simples modelos. ¿La razón? Se ven muy bien en televisión. En lo cual tiene muuucha razón. Pero la cuestión es que el Parlamento en Estrasburgo no es pasarela.
Para colmo, Berlusconi aparecía cada vez con mayor frecuencia en compañía no sólo de esas candidatas pechugonas; sino de actricitas y aspirantes a la fama muy jóvenes. Hasta que su esposa, una exactriz llamada Verónica Lario, de la que lleva buen rato separado, explotó: anunció públicamente que buscaría el divorcio, e insinuó que el actual Primer Ministro de la República Italiana es un viejo rabo verde. Berlusconi se sintió ofendido, y de bote-pronto le exigió a su rejega pareja una disculpa pública. ¡Él a ella!
Total, que en estos momentos la vida política de Italia es una telenovela