En la foto que tuve en mis manos, aparecida en un periódico, Eduardo Bours Castelo, gobernador del Estado de Sonora, muestra, en las postrimerías de su mandato, los estragos que le ha producido, más que cualquier otra cosa, su arrogancia. Aparece ojeroso, demacrado, visiblemente alterado, con el cabello erizado, la mirada extraviada, escuálido, marchito, se diría que avejentado y decaído. Todos se preguntarán dónde quedó aquel empresario seguro de sí mismo, de quijada cuadrada, que demostraba la dureza de su temperamento, de aquel político vigoroso de principios de su sexenio como mandatario, todo parece indicar, no queda ni pizca. En aquellos días se mostraba orgulloso e intolerante, tanto que cuando lo buscó el candidato de su partido a la Presidencia de la República, si las crónicas, de aquel entonces, no mienten, se dio el lujo de no recibirlo. Tanta era su soberbia que encabezó un grupo de gobernadores que le hicieron el feo a Roberto Madrazo Pintado, no obstante que todos eran militantes del Partido Revolucionario Institucional. Entre otras circunstancias eso trajo la consecuencia de que el PRI cayera hasta un tercer lugar en el resultado de las votaciones, ganando el PAN la Presidencia y quedando en un segundo lugar el PRD.
Duro golpe recibieron los partidarios del tricolor, que vieron cómo se desmoronaba su abanderado bajo una tupida lluvia de agresiones de un partido al que le faltaba la cohesión de sus militantes. El término aplicable era el de traición porque no se conformó con mantenerse ajeno a la sucesión sino que formó parte de un grupo que denostaba al candidato que, para mal o para bien, había sido elegido para figurar como su candidato por la asamblea de priistas. En plena rebeldía a las decisiones de la mayoría, procedió a realizarse una pantomima de elección, de entre los gobernadores que integraban el TUCOM, resultando "electo" Arturo Montiel Rojas, gobernador del Estado de México, que a la postre se hundió en el descrédito al hacerse público el número de propiedades que había adquirido durante su carrera política, destacando un departamento en los Campos Elíseos de la Ciudad Lux.
Nada habría que agregar a la tragedia que enlutó los hogares de 49 residentes de Hermosillo que murieron abrasados por el fuego, como no sea el de que resultó profundamente afectado en su carrera política el gobernador sonorense Eduardo Bours Castelo, quien en honor a la verdad nada tuvo que ver con el incendio. Fueron sus funcionarios omisos en revisar el funcionamiento de la Guardería ABC, además de que había familiares que obtuvieron la concesión para prestar el servicio. El impacto en la opinión pública por el fallecimiento de los niños, algunos de ellos bebés, lo azotó en el rostro, culpándolo, lo menos, de desidia al ignorar las condiciones en que se prestaba el servicio a las madres trabajadoras. Las instalaciones inadecuadas, personal operativo poco confiable, salidas a la calle insuficientes, falta de detectores de humo, ausencia de extinguidores, etcétera, lo importante al parecer era la cantidad de pesos que recibían del Instituto Mexicano del Seguro Social por cada niño puesto bajo su cuidado. Lo demás no era tan importante.
Viene a cuento esta efeméride porque en un reciente acto de Gobierno, declaró empingorotado, el aún gobernador de Sonora: "Puedo caminar por la calle con la frente en alto, sostener la mirada, decir con mucho orgullo lo que hemos hecho. Eso es muy importante, porque ¿cuánta gente hoy día puede dormir con la satisfacción del deber cumplido, de la congruencia, de la lealtad? ¿Cuánta gente puede decir abiertamente: me he mantenido en mis principios y en mis ideales? Yo duermo como bebito, como niño, porque me mantengo en los fundamentos y eso al final del día es lo importante de todo". Llama la atención que hable de lealtad y del hecho de que, dice, duerme como un bebé. Si conjugamos su interés en descarrilar, junto con otros ejecutivos estatales a su partido político, contrariando la decisión de los militantes que habían emitido su voluntad de que Madrazo fuera su abanderado, renegando de su postulación, defeccionando para crear otro candidato, no le vemos la fidelidad por ningún costado; el hecho curioso de compararse con la inocencia de un crío, que cuando está en su cuna sólo sueña con los angelitos, lo descubre con el amargo sabor de un sentimiento de culpabilidad, si no de acción sí de omisión. En fin, no podrá librarse de esa aflicción durante el resto de sus días, niños fantasmales le producirán desazón, pesadumbre y congoja.