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Los primeros en el Polo Norte

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Hace cien años, el mundo tuvo conocimiento de que se había cumplido una de las mayores hazañas del espíritu de empresa y sed de aventura del ser humano, logro que se había mostrado esquivo durante largo tiempo: el hombre había llegado al Polo Norte.

O al menos eso se supuso. De hecho, no era EL hombre, sino DOS hombres los que entonces reclamaron para sí el haber logrado la hazaña.

Frederick Cook, un médico que había participado en algunas expediciones árticas y antárticas, dijo haber alcanzado el polo en abril de 1908, más de un año antes. Casi de manera simultánea otro conocido explorador, Robert Peary, dijo haber llegado a ese punto imaginario en abril de 1909… y procedió

a dinamitar la historia de su rival.

En un ejemplo perfecto de cómo grillar para llevarse toda la gloria, Peary argumentó que tenía pruebas de su hazaña (lo que era, al menos, cuestionable) mientras que Cook no; que Cook ya tenía en su historial haber alegado logros que luego resultaron falsos; y que, ultimadamente, la National Geographic Society (la de la revista con el marco amarillo) había certificado su hazaña. El problema es que la NGS era patrocinadora de Peary (y por tanto, le convenía que fuera él quien cosechara los lauros) y la mentada certificación no fue hecha por un panel neutral internacional de expertos. Pero ello no obstó para que el Congreso de EUA le diera a Peary una pensión de Contraalmirante y lo honrara en un Acta especial. A ello siguieron una cascada de medallas, premios y condecoraciones. Caso cerrado. O casi.

Peary vivió el resto de su vida con la gloria de ser reconocido como el primer hombre en haber alcanzado el Polo Norte. Cook quedó profundamente amargado... y eso fue lo de menos. Habiéndose

metido a una compañía especuladora en petróleo, fue acusado de fraude y encarcelado durante siete años. Al mismo tiempo surgieron detalles sobre expediciones anteriores, que apuntaban a que, por ejemplo, nunca había alcanzado la cumbre del Monte McKinley (la montaña más alta de Norteamérica) como había dicho en 1906; y que había tratado de plagiarse el libro de un explorador muerto en una expedición de la que formaba parte. Su descrédito fue completo, y murió en la oscuridad e ignominia en 1940. Entretanto, Peary había fallecido en 1920 siendo considerado un héroe y casi casi en olor de santidad.

Pero nunca faltan los aguafiestas. En las décadas posteriores, numerosos investigadores se encargaron de hallarle agujeros a la historia de Peary. Apuntaban, por ejemplo, a la rapidez con que había realizado el último sprint hacia el Polo; especialmente los tiempos en la ruta de regreso al campamento base parecían insólitamente breves. Además, en ese último tramo, Peary sólo se hizo acompañar por su ayudante negro Matthew Henson y cuatro esquimales con los amenos nombres de Ootah, Egingwah, Seegloo y Ooqueah: ustedes sabrán si les creen (o entienden). Sólo Peary sabía usar los instrumentos científicos para conocer su posible localización, de manera tal que no había manera de corroborar independientemente que los hubiera realizado con corrección. También se alegaba que sus cronómetros se adelantaban y que en el diario de Peary había algunas páginas sospechosamente en blanco, en tanto que la entrada para el 7 de abril ("¡Por fin, el Polo!") está escrita... en una hoja suelta. Asimismo se apuntaba a la tardanza en avisarle al resto del mundo que el objetivo se había alcanzado.

Uno podría preguntarse para qué tanto brinco estando el suelo (o bueno, el hielo) tan parejo. ¿Ningún explorador posterior había encontrado alguna huella de Peary o (más improbablemente) Cook? ¿No tienen los americanos la manía de plantar su bandera en cuanto espacio ven desocupado... incluidas

algunas parcelas lunares?

El problema es que el Polo Norte se encuentra en un casquete de hielo que se mueve continuamente. No hay tierra firme ni en la latitud 90º Norte ni en cientos de kilómetros a la redonda. El iglú en el que Peary plantó la bandera (como buen americano) podía estar a decenas de kilómetros de distancia semanas después. Ninguna evidencia física servía para probar ni desaprobar nada. Había que atenerse a las observaciones de Peary, y que éstas hubieran sido correcta y éticamente realizadas.

En el Polo Sur no hay bronca. La Antártida es un continente que no tiene veleidades de bailarina de ula-ula. De hecho, aún se conservan algunos testimonios dejados por Roald Amundsen en el Polo Sur, cuando llegó a esa latitud extrema en 1911... como se hallaron los tristes recuerdos de la expedición de Robert Scott, quien arribara 35 días después, y de la cual no regresó nadie con vida. Una historia muy

llegadora, que quizá luego comentemos.

Volviendo a Peary: la polémica sobre si llegó o no al Polo tuvo sus altibajos durante décadas. Hasta que, en el número del centésimo aniversario de la National Geographic Society (Septiembre de 1988), la venerable revista, quizá queriendo lavar su evidente parcialidad anterior, publicó un artículo en el que se alegaba que Peary realmente no había alcanzado el Polo. El argumento, de un explorador polar contemporáneo, era que Peary no había hecho mediciones de la longitud (dado que en esas regiones no sirve de mucho) y por ello no se dio cuenta que el movimiento de los hielos lo iba arrastrando hacia el oeste a medida que hacía el último esfuerzo. Así, cuando creyó que se hallaba en el Polo, en realidad estaba a quizá 50 o 60 kilómetros de allí: más despistado que el mentado Juanito.

La cosa no acabó ahí: en el número de enero de 1990 de la misma revista, un panel de expertos independientes (¡Aleluya! ¡Al fin!) realizó con fotos de aquella expedición lo que nadie había hecho: un análisis llamado "rectificación fotogramétrica", que usa las sombras y objetos en una fotografía para obtener la altura del sol en ese momento; y por lo tanto, la latitud (o distancia en relación al Ecuador) en que se encontraban los sujetos de la foto a la hora del clic. Con ésas y otras herramientas, el panel concluyó que Peary siempre sí había alcanzado el Polo. Caso cerrado... en apariencia.

Como este mes se cumplen cien años que se dio a conocer el logro, algunos medios resucitaron la controversia. No faltó quien señalara que la famosa "rectificación fotogramétrica" depende de si Peary dijo la verdad sobre la hora en que se tomó la fotografía. Sus defensores alegan que hace cien años, qué iba a saber él que ese detalle sería luego importante. Total, otra tormenta en un cono de nieve.

El resurgimiento de la polémica al menos sirvió para revisitar esas revistas, y recordar los tiempos en que la gente se jugaba la vida por ser los primeros en llegar a los lugares más inhóspitos del planeta. Ésos sí eran héroes, para que vean.

Consejo no pedido para que le den besitos de esquimal (frotando una nariz con otra): Vea "Shackleton" (2002), con Kenneth Branagh, la historia de una de las hazañas más increíbles en los anales de la exploración... y del espíritu humano.

Provecho.

Anakin.amparan@yahoo.com.mx

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