Clasificación:
Un tema que toca Los Secretos del Poder, casi de rozón, es la muerte lenta de los diarios impresos. Es una pena, pues la situación amerita cuando menos una película entera.
El pedazo de papel que sostiene entre sus manos se está metafóricamente desintegrando (con las ventas no es metáfora). Y aunque de vez en cuando usted se queje, no sabe cuánto puede llegar a extrañar las tenues manchas de tinta en sus dedos (los que crean que es más limpio leer en internet, deberían llevar a analizar en un laboratorio su teclado y su mouse).
Estamos en un punto de quiebre para una industria vital, y la cinta apenas lo hace notar.
Su intención es mostrarnos un retrato romántico de la sala de redacción y sus habitantes: reporteros idealistas y de afinadísimo olfato; asistentes de apariencia relajada, pero eficiencia probada; y editores mandones, pero nobles y honestos.
A esta fauna de ensueño, además, le cae entre manos la nota perfecta: una serie de asesinatos aparentemente inconexos que acaban por tender oscuros nexos entre políticos encumbrados y las empresas corruptoras que los controlan.
Las dudas que enfrenta un periodista arquetípico nunca son sobre publicar u ocultar la información para no dañar a los poderosos, sino cómo fortalecerla para que les provoque una sacudida más fuerte.
La nota perfecta con los periodistas perfectos pocas veces se presenta en la vida real, y aún en el cine es rara. Uno se acuerda, por supuesto, de todos Los Hombres del Presidente, de El Informante (aunque sea televisión, el tema principal es la ética periodística) y hasta de la muy querida El Periódico, con Michael Keaton, pero no hay muchos ejemplos más.
Los periódicos suelen ser mero escenario, no tema. Los análisis cinematográficos sobre este bello negocio pocas veces son más profundos que los que pueden ofrecer Clark Kent o Peter Parker.
Los Secretos del Poder no le falta a las reglas del drama periodístico, acaso le falla un poco en lo que esperamos de un thriller político, pues aunque nos mantiene durante casi toda la cinta en estado de sorpresa y tensión, afloja con un final insatisfactorio o medianamente insatisfactorio, pues aunque prueba una conspiración monstruosa entre políticos que acuerdan privatizar sectores clave para la seguridad nacional y sus inescrupulosos monopolistas favorecidos, termina conformándose con mucho menos.
No tanto que la vuelva ridícula, tampoco. No al grado de un culpar a un Mario Aburto, o al mozo que dejó prendido un cooler junto a la guardería. No. Eso no se los creería ni perdonaría nadie.
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Mrivera@solucionesenvideo.com
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