De la vida misma
Nos traen en ocasiones como canica en lavamanos.
Para arriba, y para abajo.
Nuestro estado de ánimo se altera con frecuencia, se alegra, se entristece, se enoja.
Depende de las reacciones que nos producen algunos acontecimientos, y la importancia que les damos.
Hoy escribimos esto, porque con frecuencia nos llegan escritos inesperados.
Letras que no esperamos y que sin embargo arriban, después de conocer la forma en que aquí presentamos, domingo a domingo esta columna.
Y muchas veces, en esos escritos nos hablan de la vida personal de quien los redacta, de cómo es su trato con sus familiares y de cómo reacciona ante las variantes que tiene la vida.
Y lo más interesante es que no piden ni consejos ni ayuda, sólo quieren dejar escapar sentimientos que en los momentos en que escriben los van liberando de algo que tienen guardado.
Y es que muchos seres no tienen quién los escuche, quién los entienda, quién les dé una mano amiga para estrecharla con afecto.
Así lo sentimos leyendo algunas veces esos escritos.
Nosotros mismos reaccionamos de formas especiales con los aconteceres del vivir, unas con molestia cuando conocemos de injusticias, otras con alegría cuando una buena noticia nos cambia el día, como cuando nacieron los hijos, y luego los nietos.
Somos un manojo de sentimientos que de alguna forma alteran nuestro organismo, y por ello en las adversidades se aconseja no llevarse por la primera impresión sino usar la inteligencia para moderar la situación.
Agradecemos a quienes nos hacen llegar sus mensajes, sólo con el deseo de encontrar un desahogo a su propio vivir.
Eso es muestra de que se considera que respetamos la privacía tan sagrada en cada ser.