La simulación es parte de la condición humana. Cuando se generaliza procrea la corrupción y la impunidad que degrada y destruye instituciones.
En México abundan los simuladores. Tomo, como caso paradigmático, a Carlos Salinas de Gortari, uno de los presidentes con mejor formación académica. Recibió un doctorado por Harvard y su tesis muestra un pulcro manejo de la metodología de las ciencias sociales. Para defender su sexenio publicó, en septiembre de 2000, un voluminoso libro (México. Un paso difícil a la modernidad) que corrigió añadiéndole a la cuarta edición (marzo del 2002) un Prólogo de 42 páginas impresas.
En el primer párrafo de ese Prólogo, Salinas se comprometió a la "rendición de cuentas" porque así apuntalaba su solicitud de "comprensión y apertura a todos aquellos que durante años" fueron bombardeados con "informaciones fabricadas o inducidas" contra él. Su objetivo era enfrentar los efectos de la divulgación, el 10 de octubre de 2000 por Televisa, de una conversación telefónica entre Adriana y Raúl Salinas de Gortari.
Raúl: "Sí Adriana, lo saqué [un pasaporte falso] a través de Gobernación por instrucciones de él [Carlos]
En el Prólogo Carlos Salinas dice que fue una cinta manipulada y que "ni el patrimonio de Raul ni el de otro miembro de mi familia provino del presupuesto público". En su versión, el Gobierno de Ernesto Zedillo combatió el éxito de su libro entregándo la grabación a Televisa. Es por supuesto posible una participación de ese tipo del Gobierno Federal. Sin embargo, la respuesta del expresidente se debilita por maromas lógicas y errores metodológicos.
Por ejemplo, Raúl sólo dijo que una parte de los fondos que sacó del país eran del “erario público”. Sin dar ninguna explicación Carlos lo interpreta como si se tratara de la ofensiva “partida secreta” (según el Artículo 74 de la Constitución los presidentes pueden recibir fondos secretos que manejan con discrecionalidad).
Salinas fue el primer presidente en reconocer que se utilizaba para apoyar a “partidos políticos, dirigentes, empresarios, sindicatos, organizaciones rurales, intelectuales, organizaciones religiosas y medios de comunicación, entre muchos otros, incluidas personas que realizaban otras tareas que se consideraban también necesarias”.
Sin embargo, el expresidente jamás menciona la cantidad que recibió. Una omisión que resta seriedad a su análisis. Empecé a investigar la “partida secreta” y los ingresos de los presidentes en 1995 año en el cual, como parte del combate a la opacidad, demandé, en representación de Alianza Cívica, al presidente Ernesto Zedillo para que informara sobre el destino de ese dinero.
El 18 de agosto de 1997 publiqué, en la primera plana de Reforma, un reportaje de investigación (“La partida secreta de los presidentes mexicanos”) en el cual colaboró Helena Hofbauer. Las cifras encontradas fueron enormes: Carlos Salinas manejó en su sexenio casi 857 millones de dólares; bastante más de lo recibido por Miguel de La Madrid y Ernesto Zedillo (último presidente que la utilizó). Me dicen que Carlos Salinas se irritó con esa columna y con mi reiterada petición de transparencia.
En el Prólogo me respondió argumentando que estaba imposibilitado para dar detalles porque era una “partida que obliga al secreto”. Poco después se contradice porque revela que a Héctor Aguilar Camín le entregó 3 millones de pesos de esa partida, y a Ernesto Zedillo un monto indeterminado para pagar sus impuestos. Soy el tercer beneficiario al que menciona por nombre; un asunto que trato en La miscelánea. En suma, si ese libro fuera su tesis doctoral difícilmente obtendría el grado: suprime información vital, comete errores lógicos y es selectivo en las fuentes citadas. ¿Estamos ante una víctima o un simulador? El expresidente insiste en ser la víctima de un complot urdido por Zedillo y la Nomenclatura.
Mi posición es que con la información existente es imposible darle la razón o refutarlo (es por ello que jamás he afirmado que se llevó dinero público a su casa). La tragedia, para él y para México, es que nunca tuvimos una instancia imparcial que estableciera la verdad histórica. Y ello es responsabilidad de otros simuladores.
En el otoño de 2000, el libro y la conversación de los Salinas provocaron encendidas reacciones. Marta Sahagún declaró que el entonces presidente electo no fallaría en el combate a la “impunidad”.
Vicente Fox refrendó su compromiso de crear una comisión que estableciera “todo lo que pasó en el sexenio de Salinas, incluyendo las privatizaciones, las negociaciones del 88 y las finanzas familiares; cómo se enriquecieron los Salinas, y los asesinatos políticos”. Nunca se creó la Comisión de la Verdad. En su libro, Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda, aseguran, en cuatro ocasiones, que Fox accedió a las exigencias del PRI: “nada de comisiones de la verdad, persecuciones, investigaciones”, nada de meterse en “los terrenos de la corrupción y de acusaciones a funcionarios del pasado, por ejemplo la cuenta secreta de Salinas”.
(La diferencia, pp. 27, 117, 126 y 131). No estamos ante casos aislados sino ante un patrón de impunidad generalmente adornado con una retórica mentirosa. Y para demostrarlo estaría Elba Esther Gordillo y el Partido Verde y Marcial Maciel y… ¿Existirá alguna autoridad que rompa, algún día, con la simulación?
LA MISCELÁNEA
En el Prólogo de su libro, también Salinas asegura que trabajé para el “Cisen [Centro de Investigación y Seguridad Nacional] al inicio del Gobierno de Zedillo”, y se respalda en una sección de chismes del diario Crónica. Es falso. Como también me han acusado de ser policía dos familiares de desaparecidos, Beatriz y Guillermo Reyes García, y un profesor de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Enrique González Ruíz, decidí escribir un relato sobre el acceso que me concediera el Cisen, hace diez años, a los archivos de la Dirección Federal de Seguridad. De ahí salió parte de la información incluida en La Charola. Una historia de los servicios de Inteligencia. (Más información en www.sergioaguayo.org) Con información de Reforma, El Universal, La Jornada y La Vanguardia de Barcelona. Colaboró para esta columna Rubén Alexis Guillén Monterrosa.
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