No se le escapa ninguno de los personajes conocidos por el público. Hombres en su gran mayoría, son mencionados uno a uno como parte de un gran escándalo que pone en entredicho a los que detentan de un manera u otra el poder político en este país. No hay quién esté a salvo de los obuses que dispara, dado que sus nombres están en la boca de todos. Sea cierto o no lo que dice el che Carlos Ahumada, desde los tiempos en que aquí en Torreón ardió con gran estruendo una maderera situada en la confluencia de las calles de Jiménez e Hidalgo cuyas voraces llamas asomaban por las ventanas, que alarmaban a los sencillos vecinos de fines de los años treinta, que contemplaban la conflagración con espanto y susto. No se había visto antes tan tremenda hoguera, tanta, que parecía hubieran abierto las puertas del infierno en aquel bendito Torreón, que había vivido los cañonazos de las fuerzas rebeldes conocidos como los Dorados de Villa, quedando las paredes ahumadas, igual que ahora han quedado los rostros de elegantes caballeros, que se las dan de decentes, con las manos tiznadas y caras sombreadas por la chamusquina.
Es un libro, Derecho de Réplica, que al igual que los postes en que quemaban a las acusadas de cometer brujerías, el autor ha juntado leña suficiente a los pies de cada uno de los herejes de la patria que muy orondos se codean con lo más granado de la alta sociedad, persignándose hipócritamente cuando pasan por enfrente de una iglesia. El libro no deja títere con cabeza. Pero, me pregunto ¿qué tan verdadero es el relato? Las imágenes televisivas no dejan lugar a dudas de que logró demostrar la entrega que hizo de cantidades de dinero a diversos protagonistas del quehacer público. Lo que se ve no se juzga, dice antiguo proverbio. Sin embargo, no es así, por lo que concierne a los demás protagonistas. Ahumada narra una serie de sucesos en que la veracidad quedaría sujeta a su propia vivencia, despotricando contra todo y contra todos. En cada uno de sus párrafos muestra rastros visibles de su desencanto por que no pudo seguir adelante con su perfidia contra gente que, en su caso, habría confiado en él.
De resultar cierto lo que relata en su libelo, habría que separar cada una de sus palabras para pasarlas por un detector de mentiras encontrando cuál es la realidad de los hechos que se exponen. Nada es más falso que el dicho de quien no merece credibilidad. Cualquier cosa que diga estará manchada por su propia falta de ética. Ha quedado de manifiesto que sabe navegar por aguas hediondas, donde se siente como si estuviera en casa. Lo que debería ponernos a pensar es que deja transcurrir cinco largos años para destapar el frasco del que sabía que su contenido produciría el efecto deseado. Es tiempo de elecciones intermedias a las que deberá acudir la ciudadanía a ejercer su derecho de voto. Por lo que deberíamos preguntarnos ¿a quién beneficia el escándalo? ¿Quién o quiénes, que andan en el mundillo político obtendrán, a fin de cuentas, una ganancia? El lodo está en su mero punto, para que se revuelque el que quiera. No obstante, su consistencia es tal que puede salpicar a los que han quedado afuera.
En el párrafo inicial de esta colaboración, me recreo en el apellido del autor del libro para dejar constancia de cómo la naturaleza y el destino han marcado desde un principio el destino de ciertos hombres. Si se le busca una razón, sólo se encontrará que o está supurando por la herida del disgusto o está sirviendo a intereses ajenos a la búsqueda de una justicia, que no la encontrará por más que se escude en un sistema político que cada día que transcurre pierde la poca credibilidad que aún le queda.
He quedado anonadado con la entrevista que realizó la estupenda periodista de la radio Carmen Aristegui, que deja de serlo cuando se aprovecha de la senilidad temprana en que ha caído el ex presidente Miguel de la Madrid, al que le pone una previa respuesta a cada una de las preguntas que formula. Creo que en esta vez ha hecho mal su trabajo. No es correcto que para obtener una exclusiva se interrogue a quien no goza del uso total de sus facultades corporales y psíquicas.