El entusiasmo y el fervor patriótico se desbordaron el martes pasado en la ciudad de Washington con la llegada al poder del presidente número 44 de los Estados Unidos y el primero de ascendencia afroamericana.
No queremos ser el aguafiestas de esta algarabía popular, pero hubo tres aspectos que llamaron poderosamente la atención y lamentablemente en un plan negativo.
El primero fue esta impresionante ceremonia de toma de protesta que bien podría compararse con la coronación de un emperador ante el protocolo, lujos y excesos.
Las enormes expectativas levantadas por el nuevo presidente Barack Obama hacen comprensible este magno ritual, sin embargo no resulta justificable cuando la economía pasa por su peor momento y cuando millones de familias de Estados Unidos y del mundo entero sufren por el desempleo, la carestía, las guerras, el terrorismo y la inseguridad.
Sin duda el nuevo Gobierno de Obama perdió una brillante oportunidad para enviar señales de austeridad, moderación y respeto ante las circunstancias adversas que se viven.
No hubo diferencias con anteriores tomas de poder o “inauguraciones” como les llaman en Estados Unidos, por el contrario quedó la impresión que el reto fue romper records en todos los rubros tal como si se tratara de una Serie Mundial o del Súper Tazón. Usted dirá que son tradiciones difíciles de modificar y que buena parte de los gastos se realiza a través de donaciones privadas, pero ¿era necesario presumir la nueva limusina Cadillac cuando la General Motors se debate en la quiebra? ¿Para qué tantos bailes suntuosos cuando miles de norteamericanos viven a expensas del seguro del desempleo?
El segundo aspecto se refiere al discurso del señor Obama que para muchos analistas fue una pieza de oratoria impecable, casi como si se tratara de un poema magistral.
El mensaje estaba impregnado de buenos deseos, referencias históricas y de frases motivadoras que son imprescindibles en un mensaje dirigido al pueblo.
Pero hubo omisiones importantes en temas fundamentales que fueron dejados a un lado y que requerían alguna definición o cuando menos ser mencionados.
Hablamos de las injusticias que padecen en Estados Unidos los inmigrantes, producto del racismo y la intolerancia que persisten en ese país. También del grave problema de drogadicción y alcoholismo, entre otras enfermedades que afectan a un alto porcentaje de la población norteamericana.
Nos hubiera gustado escuchar los planes concretos de Barack Obama para sacar adelante a la economía así como la política que emprenderá hacia América Latina.
El tercer aspecto que nos ocupa y preocupa es el manejo de los medios de comunicación en torno al nuevo presidente.
La “Obamanía” es apabullante. No hay canal de televisión, estación de radio e incluso medio impreso que no se desborde en elogios hacia el nuevo mandatario. La revista Time ha publicado en los últimos doce meses por lo menos cinco portadas con la foto de Obama, incluyendo su nombramiento como “El Hombre del Año”.
Bill Clinton con todo y su carisma llegó a Washington en medio de duras críticas por sus amoríos extramaritales y por supuestas irregularidades fiscales en Arkansas.
A George W. Bush los medios de comunicación le evidenciaron una y otra vez sus excesos etílicos y los errores costosos que cometió como gobernador de Texas. Pero Barack Obama, quien jamás ha administrado siquiera un municipio, es considerado como la persona que salvará al país y a los norteamericanos de todas sus calamidades.
Este cheque en blanco que los medios yanquis han entregado a Obama resulta muy peligroso en estos tiempos cuando se requieren menos palabras y más acciones firmes e inteligentes.
Estamos convencidos que Obama podrá transformar al gobierno norteamericano y sus relaciones con el mundo entero. Pero a final de cuentas es el pueblo y sus ciudadanos a quienes corresponde realizar el cambio real y verdadero de todo un país.
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