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Madurez

Julio Faesler

2008 cerró dejando la agridulce sensación de haber avanzado en importantes tareas nacionales como las reformas a Pemex, la de Pensiones y la Fiscal, mientras otras, igualmente trascendentales, quedaron pendientes para su atención en 2009, el tercer año de la Administración de Felipe Calderón. Seguiremos de frente si continuamos tejiendo acuerdos legislativos que son indispensables para progresar.

La intensa guerra que el Gobierno ha lanzado contra las mafias narcotraficantes asesinas concentró la atención de todos. Fue la muestra más acuciante de la mano firme que Calderón prometió durante su campaña. No emprenderla habría sido dejar sin freno el horrendo cáncer que venía creciendo enquistado de varias décadas atrás y que se extiende por contagio desde el insaciable mercado vecino ejercido con avaricia y fuerza bruta.

Los más de cinco mil muertos, cifra comparable a la de los soldados muertos en la invasión a Irak, fueron un costo en 2008 que jamás se pensó. Este año podría elevarse el número.

Todos los países han pagado de una manera u otra un precio por evolucionar. México conoció en el Siglo XIX el sacrificio de sangre por invasiones extranjeras. Lo sufrió durante los combates fratricidas que 1910 desencadenó por causas aún pendientes y en las atrocidades de un estéril conflicto religioso. Los que murieron en las batallas de nuestra turbulenta búsqueda de justicia y paz se entregaron por razones que creían profundamente y que les valía la vida defender.

Lo intolerablemente trágico de las muertes que llenaron las primeras planas de los diarios de 2008 y que también se enlutaron con los casos de víctimas de secuestros, algunos de gran notoriedad, es que estos homicidios son perpetrados por la más primitiva ambición monetaria. En contraste, la noble valentía que se requiere para luchar contra los criminales, demuestra que en nuestro país hay quienes son ejemplos de entrega y de la más alta conciencia patriótica por proteger la salud de la comunidad mexicana.

La batalla no amainará. No porque pueda eliminarse totalmente la criminalidad y la violencia. Mientras haya demanda de narcóticos, habrá productores y traficantes nacionales o extranjeros. Lo que se busca es que, como sucede con otras áreas penales, los eventos sean policialmente identificables y perseguidos y sus autores aprehendidos, castigados y segregados. La impunidad es la lacra heredada que impide ajusticiar a secuestradores y asesinos.

Pero lo que la población nacional en todos los estratos tiene que entender y asimilar es que la lucha sirva para un propósito ulterior, más allá de la persecución y castigo como la dura lección que cobra sentido si sirve para templar el espíritu nacional en preparación de otras batallas que no por aplazadas pueden esquivarse.

Una de esas cruzadas pendientes es contra la corrupción generalizada que corroe a nuestra sociedad. El que esta lacra esté arraigada en muchos países no es pretexto para dejar que campee libremente como estilo de vida para miles que con ella, se enriquecen desde sus puestos oficiales o privados. Altamente costosa, nos drena un 8% de nuestro PIB, pero es aún más destructiva por socavar los valores en que descansa la solidez de todas nuestras instituciones sin excepción.

La corrupción se contrarresta en primer lugar, con la formación ética que se recibe en el hogar. La disciplina y la responsabilidad del deber se completan en la buena escuela. Toca luego a la autoridad pública dar ejemplo de un escrupuloso y leal desempeño.

Una enraizada corrupción acoplada a la manipulación política a través de estructuras sindicales han caracterizado desde hace tiempo a nuestro sistema de educación pública que requiere una urgente depuración para que pueda atender a sus agremiados con honestidad y ante todo a la niñez y a la juventud a su cargo.

2009 viene muy difícil para la población trabajadora mundial. Según la OCDE 20 millones de seres humanos en el mundo no tendrán empleo. Las corrientes migratorias buscando ocupación no tienen paralelo en la historia.

El tema del empleo y la ocupación de nuestra mano de obra es un solemne reto para Felipe Calderón que se postuló en campaña como el “presidente del empleo”. Esta promesa le es, empero, prácticamente incumplible en las circunstancias actuales en que más de un millón de jóvenes busca anualmente una ocupación formal.

En 2008 de los 700 mil empleos creados tuvieron que descontarse cientos de miles de despedidos. El secretario del Trabajo ha admitido que la creación neta fue de poco más de 250 mil. Este año la creación de empleo se verá muy afectada por condiciones económicas internacionales especialmente adversas. El Gobierno tendría que abrir su nómina para reclutar a los cientos de miles que no hallarán espacios en las empresas privadas que hoy necesitan despedir, más que contratar. Los programas anunciados de construcción de infraestructuras serán indispensables, pero nunca suficientes.

La madurez consiste en saber reconocer y entender aquello que puede obtenerse y lo que queda fuera de la posibilidad actual. La guerra contra el narcotráfico, decíamos arriba, está templando a la sociedad. Los sacrificios que impondrá la recesión generalizada harán lo mismo con tal de que las cargas y los frutos se repartan.

Esta madurez hará que sea menos problemática nuestra evolución si al atravesar los escollos que nos esperan nos dedicamos a compartir esfuerzos en lugar de exigir del Gobierno lo que de antemano sabemos que no es factible, ni por decreto oficial ni por reforma constitucional. El avance de nuestro país es tarea de todos, de todos sin excepción.

Coyoacán, enero de 2009.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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