Los mexicanos somos especímenes curiosos. Nos la pasamos destruyendo nuestro país, olvidando nuestras profundas raíces culturales, autodenigrándonos con chistes, símbolos y paradigmas. Pero eso lo hacemos nosotros solitos. Porque ¡ah, pobre del extranjero que hable mal de México! No importa que sus comentarios aludan a simples hechos objetivos e incontrovertibles. No, señor. Los únicos que podemos criticar a la patria somos quienes nos dedicamos a ensuciarla y mandarla por el caño.
Sin embargo, estando las cosas como están, como que no podemos presumir de tener la piel muy delicada; y hemos de acostumbrarnos a que la percepción que de nosotros se tiene en el extranjero sea bastante negativa.
Si los nacionalistas trasnochados quieren poner el grito en el cielo, pues allá ellos. La cuestión es que nuestro fracaso como nación y como Estado resulta cada vez más evidente. Como era de esperarse, de ello dan cuenta los medios de comunicación extranjeros. Y no debería extrañarnos que, en este año, la cobertura internacional que se haga de México vaya a ser bastante negativa.
Para muestra, dos botones de esta semana.
El pasado lunes, el New York Times corrió un reportaje sobre un pueblito zacatecano llamado Felipe Ángeles, cercano a Jerez. Se daba cuenta del secuestro y tortura de un anciano, plagiado por sicarios, que seleccionaron a su víctima porque sabían que tenía parientes en Estados Unidos. El rescate se pagó en dólares, y el viejito al menos resultó con vida. Pero muchos otros habitantes del pueblo decidieron no tentar a la suerte: la mitad de las casas de Felipe Ángeles, Zacatecas, están desiertas; la mayoría de ellas, abandonadas el mes de diciembre. Muchos se fueron con sus parientes a los Estados Unidos. Así que la migración no fue de allá para acá, sino al revés. Al menos al Norte del Bravo sí hay un remedo de poder del estado y un sistema de justicia más o menos funcional.
Al día siguiente, el martes, el Washington Post publicaba un artículo donde daba cuenta de la suspensión de las labores humanitarias que tradicionalmente realizaba la diócesis de El Paso en la vecina Ciudad Juárez. El obispo Arturo Banuelas decidió suspender el reparto de alimentos y cobijas entre los católicos juarenses, ante el peligro de que los jóvenes catequistas norteamericanos resultaran víctimas de la violencia incontrolada en la frontera. Un entrevistado para el artículo comparó a Ciudad Juárez con Somalia: si ese país es un estado fallido, Juárez es una ciudad fallida, sin Ley, orden ni autoridad legítima que pueda dar seguridad.
Ésas son sólo dos de las noticias que sobre México aparecieron en los periódicos más influyentes de la Unión Americana. Y no hacían sino decir la pura verdad. La pura triste verdad.