Al señor Barack Obama le sigue lloviendo en su milpita. Las malas noticias se le han venido acumulando en los últimos días.
Su gira por Asia resultó hasta cierto punto decepcionante: se ganó la rechifla de los grupos ecologistas al no comprometerse a fondo con la cuestión del cambio climático, a discutirse en unas semanas en Dinamarca; y no obtuvo ninguna concesión de los chinos. Éstos se metieron en su papel de inescrutables orientales y no dijeron esta boca es mía sobre una revaluación del yuán, algo por lo que ha cabildeado Estados Unidos.
Al mismo tiempo se anunció que, por primera vez desde 1983, el desempleo rebasó el 10%. Por supuesto, ello es fruto de la crisis económica. El problema es que quién sabe si ésta ya tocó fondo... por más que se echen las campanas al vuelo, tanto aquí como allá.
Pero otra nueva mala noticia dejó turulatos y patidifusos a propios y extraños. Y es el hecho de que la crisis se manifiesta en la alimentación del pueblo norteamericano.
Un informe del Departamento de Agricultura apunta al hecho de que casi 50 millones de ciudadanos estadounidenses (incluido casi uno de cada cuatro niños) tuvo dificultades para adquirir alimentos nutritivos. Y eso en 2008, cuando todavía el desempleo no pegaba tan fuerte.
Según el informe, el año pasado 17 millones de niños vivían en hogares donde en ocasiones escaseaba el alimento. Ésos son cuatro millones más que en el año 2007.
Por supuesto, la pobreza y el hambre tienen sus distribuciones regionales. Como era de esperarse, los estados con mayores índices de escasez de alimentos fueron del viejo sur: Mississippi, Texas, Arkansas y Georgia. Y Nuevo México, que suele estar en los niveles más bajos de los índices de desarrollo.
El dato de que 22.5% de los infantes estén en riesgo de pasar hambre se vuelve un asunto político de primera magnitud. Obama prometió en su campaña que eliminaría totalmente el hambre infantil para el año 2015. Y ahora resulta que ese vergonzoso indicador no sólo no ha bajado, sino que ha subido notablemente en el último año.
Por supuesto, sabemos que la sociedad norteamericana no se caracteriza por ser muy justa. Pero que en el país más rico del mundo haya no sólo tantos pobres, sino incluso gente hambrienta, nos habla de cómo hay muchas cosas sustancialmente equivocadas en el modelo de Estados Unidos. Al cual, por ello, siempre hay que examinar con lupa a la hora de tomarlo como ejemplo. Es lo que hacen los europeos. Y eso se llama, simple y sencillamente, sentido común. Deberíamos utilizarlo más seguido.