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Margarita, está linda la mar...

ADELA CELORIO

¿Con la crisis encima y mi negocio paralizado, insistes en que vayamos de vacaciones?- Preguntó el Querubín y siempre solidaria como yo soy, respondí: "-Cualquiera de los dos que se muera, yo me voy a Acapulco".

Aquí estamos y está linda la mar. El sol todavía no lo cobran y la arena y las olas siguen perteneciéndonos a todos. Cada quien su playa. En Caleta y Caletilla se instalan desde temprano familias como enjambres: la abuela bajo la sombra, la madre al mando del bastimento con que se alimenta la chiquillería, mientras el señor bebe cerveza a libre demanda.

En Hornos -la única playa que no está sitiada por hoteles y condominios- los vacacionistas son de chile, de dulce y de manteca. Ahí nos gusta pasear por las tardes sin llegar a La Condesa, porque mi Querubín no acaba de acostumbrarse a eso del turismo sexual que en esta playa se especializa en viejos verdes compartiendo "margaritas" y besos con jóvenes lugareños. Más adelante está Icacos donde lujosos condominios impiden el acceso a las playas. Allá lejos para no contaminarse con el populacho, Punta Diamante sólo para los ricos, ricones.

Mis días de playa son impensables sin un número reciente de la revista un "HOLA" en cuyo número más reciente aparece en portada Margarita Zavala junto a la reina de Inglaterra. La foto, no sé ni por qué, me hace pensar en el ataque de risa nerviosa que me provocaría poner cara de pompa y circunstancia para una foto similar. Aunque yo quisiera ser una buena persona, creo que aún esforzándome mucho no lo conseguiría. Yo peco lo que puedo y para no tener la conciencia demasiado pesada, me justifico pensando en que el mismo Dios quiso que hubiera de todo en este mundo. Diferentes colores, climas, temperamentos. A mí me tocó ser neurótica, lo que me permite -por contraste- apreciar la serenidad y la congruencia que hacen posible ser y estar en la vida sin que las circunstancias modifiquen nuestra esencia. Ni modo, no fui bendecida con el don de la serenidad, aunque tampoco me quejo porque es precisamente mi incapacidad de fluir, mi torpeza social y mis malas maneras lo que me hace valorar la dignidad y la elegancia interior que irradia Margarita Zavala, mujer prudente que no se impone, que no irrumpe, que no se entromete, que está siempre donde debe y tiene muy claro que de momento lo que le toca es ir de primera dama sin creérselo demasiado. Es inevitable contrastar los actos de funambulismo de su antecesora, con esta Margarita nuestra que puede atender hasta en los más mínimos detalles un protocolo rígido y ajeno; sin perder la frescura y la sencillez que la caracterizan.

En nuestro mundillo político que ha alcanzado los más altos niveles de chabacanería y estupidez, y en una sociedad agachona como la nuestra que ha terminado por aceptar pacientemente el abuso legitimado que practican (con muy contadas excepciones) las consortes presidenciales, nuestra Margarita es un soplo de brisa fresca y serenidad. Aunque reitero, no es lo mío. Lo mío es la mala conducta. Yo la verdad me identifico bastante mejor con la espontaneidad de Michelle Obama quien en su reciente visita de Estado correspondió espontáneamente al abrazo de la intocable reina Isabel. Según recuerdo, la última persona que tuvo la osadía de tocarla fue don Luis Echeverría. El mundo es hermoso por sus diferencias pero también por sus incongruencias. Todo eso está bien para las páginas del "HOLA", pero lo que quedará, será la obra, el trabajo de cada una de estas mujeres según su estilo, para hacer de este mundo un lugar más fraterno.

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