Sé que a muchos mexicanos la noticia les revuelve el estómago. Todo indica que el PRI llega muy fortalecido a las elecciones intermedias. Podrá festejar los ochenta años de su fundación original como un fenómeno político cuya capacidad de supervivencia es verdaderamente asombrosa. De continuar las tendencias el orden entre las tres principales fuerzas políticas difícilmente se alterará. Las diferencias se han ido ensanchando. Diversos estudios presentan al PRI con alrededor de 40% de intención de voto, al PAN en los bajos treintas y al PRD por debajo de 20%. El PRI conserva el mayor número de gubernaturas, 18, y lentamente recupera diputaciones locales y municipios. Sigue siendo la fuerza política con mayor presencia en el territorio nacional. Pero más allá de la aversión justificada -pensemos en la corrupción- que esas siglas generan en muchas personas, es imposible negar que ese partido representa a una gran porción de mexicanos. Está en su interpretación del mundo, del país, es parte de su cultura. Aunque moleste es obligado dejar el estómago al lado y leer esta realidad.
A finales de los años ochenta un amigo muy estudioso pronosticaba que en elecciones limpias el PRI no ganaría un municipio. Esa imagen gravitó fuertemente sobre el PRI. Pero la realidad caminó por otra parte. Hoy tenemos noticias claras de formas ilegales de promover el voto de ese partido que siguen presentes sobre todo en algunas entidades como Oaxaca. Pero resulta imposible generalizar la tesis de mi amigo. El PRI ha aprendido a ganar elecciones por la buena. En México hay competencia política real, es decir posibilidad de desplazamiento de quien gobierna, en alrededor del 80% de los distritos. En las casillas hay vigilancia cruzada entre los partidos. Además la participación ciudadana es una amplia garantía. La alternancia es real, lo cual le ha permitido al PRI recuperar plazas como en Chihuahua, Nuevo León, Yucatán, las más evidentes. Allí está un primer aprendizaje.
Pero además algunas variables de fondo han cambiado. México es ya un país predominantemente urbano y de clases de ingresos medios. En este país las viejas estructuras corporativas ya no sirven para garantizar triunfos. Cada día hay menos campesinos tradicionales. Los trabajadores de cuello azul ya no aumentan. La mayoría de los mexicanos vive ya del sector terciario, de los servicios. Estos cambios profundos impusieron al PRI el reto de aprender a hacer política con otros instrumentos. No fue fácil. Tuvieron muchos tropiezos. La degradada vida gremial sigue siendo un lastre terrible. El PRI del 2009 con frecuencia gana no por las estructuras corporativas sino a pesar de ellas. Basta con revisar la composición de sus bancadas para observar el lento giro que deja atrás al corporativismo para apoyarse en los candidatos con perfil ciudadano. El PRI ha tenido que reinventarse.
Muchos especialistas han señalado que el PRI y sus antecesores lograron conservarse en el poder en parte por escapar a las rigideces de los partidos ideológicos. Los diferentes presidentes de la República imprimían virajes en las interpretaciones predominantes. Esos virajes respondían a las circunstancias internas y externas. Esa flexibilidad les facilitó mucho la permanencia. Hoy es diferente. Al perder la presidencia las distintas corrientes han salido a la luz no sin costos. Por ejemplo el haber establecido los famosos "candados" que impiden promover a cuadros técnicos que no han hecho una carrera política tradicional es una sangría. Esa sangría le ha costado muy cara al PRI y al país. Hoy es claro que esos profesionistas sólidos tampoco están en las otras fuerzas políticas. El país los ha perdido.
Sin embargo la tesis de la flexibilidad ideológica sigue siendo válida, basta con revisar los perfiles de los diferentes gobernadores: Sonora o Nuevo León versus Oaxaca o Puebla. Pero quizá lo más importante para el país de ese rasgo fue permitir que el impulso modernizador pudiera asentarse con apoyo en la Presidencia. Pensemos por ejemplo en Miguel Alemán, De la Madrid, Salinas o Zedillo, pero también Cárdenas, Ruiz Cortines o López Mateos. Casi nueve años después de que el PRI perdiera la Presidencia queda claro lo importante de tener un verdadero proyecto modernizador, que nunca se entendió con Fox, pero también la necesidad de contar con el apoyo sólido de una estructura partidaria, reto de Calderón. Esa imagen también está en el imaginario colectivo que sigue apoyando al PRI: fortaleza en la conducción nacional. Por supuesto que no es ni deseable ni posible regresar a la centralización de poder del pasado, pero también es cierto que la debilidad institucional del presidente no es una buena noticia.
La vieja idea de disciplina partidaria que tanto fue criticada resurge cuando vemos la brutal capacidad para dañar a sus partidos de algunos personajes. Los datos muestran que ese desorden, impulsado por nuevos caudillos sin vocación institucional, no agradan al votante, de ahí la factura de este 2009. Está además el trabajo fino de selección de los candidatos frente a una opinión pública cada vez más exigente y observante. Cuántas veces no se advirtió que Madrazo garantizaba la derrota para el PRI. No hubo novedad. Como tampoco la hay en que los buenos candidatos ganen elecciones. El votante mexicano, además de que se define en el centro, es poco ideológico.
Así el PRI llega al 80 aniversario de su fundación original siendo el partido con menor rechazo, 25%, a diferencia del PRD que roza los 50%. Más allá de algunos personajes siniestros que militan en ese partido y que son lastres, algo está haciendo bien el PRI y hay que reconocerlo.