La primera aparición de la Virgen María que se tiene conocimiento según la tradición tuvo lugar después de su asunción al cielo. Santiago el Mayor, uno de los doce apóstoles, fue a España a predicar el evangelio. El santo estaba descorazonado porque sentía que su misión había sido infructuosa. Al estar sentado en el camino, milagrosamente se le apareció la Madre de Dios. Le dio al santo una imagen suya y una pequeña columna de madera de jaspe. La Virgen le pidió que edificara una iglesia en ese mismo sitio. “En este lugar estará mi hogar”, le dijo, “esta imagen y esta columna serán el título y el altar del templo que construirás”. Santiago obedeció las instrucciones de la Virgen y levantó el primer santuario en su honor. Las personas que visitan esta iglesia en Santiago de Compostela todavía pueden ver la imagen de la Virgen, así como la columna.
Las visitaciones de la Santísima Virgen María fueron escasas y esporádicas durante los primeros siglos del cristianismo. Pero, a partir del Concilio de Efeso en el año 431, sus apariciones fueron frecuentes. Una de las más famosas fue a San Juan Damasceno. San Juan creció en la corte de un gobernante islámico de Damasco, en Siria, y en el año 810 se convirtió en el más importante funcionario del califa, Abdul Malek. El santo fue acusado injustamente de haber falsificado una carta, por lo que el califa ordenó a sus guardias que le cortaran la mano derecha. Los guardias ejecutaron la orden. En su agonía, San Juan invocó a la Virgen, quien se le apareció y volvió a ponerle la mano en su sitio. Cuando el califa vio esto, se arrodilló y se convirtió al cristianismo.
En el año 1290, Jacobo de Voragine, Arzobispo de Génova, recopiló historias sobre la Virgen María en una obra titulada “La Leyenda Dorada”. Una de estas historias se refiere a una viuda que permitió que el único hijo que tenía, partiera a las cruzadas contra los moros. El joven fue capturado por los turcos y encarcelado. La viuda rezaba diariamente a la Virgen para que su hijo fuese liberado. Como los meses pasaban y no recibía noticia alguna, la viuda robó de la capilla una imagen del Niño Jesús y la puso debajo de su cama. Esa noche, la Virgen abrió la puerta de la prisión, liberó al joven y le dijo: “Dile a tu madre que me regrese a mi Hijo, así como yo te he devuelto a ti”.
En el verano de 1830, Santa Catalina Labouré, monja del convento de las Hermanas de la Caridad, en París, fue despertada a medianoche por una niña de cinco años vestida de blanco, quien le dijo: “Catalina, Catalina, despiértate y ve a la capilla; la Santísima Virgen te está esperando”. Catalina siguió a la niña hasta la capilla y se encontró con que todas las velas estaban encendidas y que una bella mujer rodeada de luz blanca estaba sentada en la silla del padre director. La niña le dijo: “Ésta es la Santísima Virgen María”. Catalina se arrodilló y puso sus manos en el regazo de la Virgen. Ambas conversaron durante horas sobre la situación del mundo. Cinco meses más tarde, la niña se le volvió a aparecer a Santa Catalina, mucho después de la medianoche y le pidió que fuera a la capilla. En esta ocasión, la Virgen sostenía una gran esfera que remataba en una pequeña cruz. “Esta esfera -le dijo la Virgen , “es el mundo”. Obrando un asombroso acto de equilibrio, la Virgen se paró sobre la esfera y debajo de sus pies apareció una serpiente de color verde. Alrededor de la Virgen había una forma oval con las siguientes palabras escritas en oro: “Oh, María, concebida sin pecado, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. Todavía sostenida por la esfera, la Virgen le dijo: “Manda hacer una medalla igual a este modelo. Quienes la lleven consigo recibirán grandes gracias”. Después de estas visiones, Santa Catalina Labouré volvió a su vida de religiosa, dedicada a limpiar los gallineros y a cuidar de los enfermos. Predijo que no alcanzaría a ver el uno de enero de 1877 y así fue, pues murió unos minutos antes de la medianoche del 31 de diciembre de 1876. Su cuerpo incorrupto descansa actualmente bajo una cubierta de vidrio; sus claros ojos azules permanecen abiertos y miran a los humildes peregrinos que se inclinan ante ella. Sus manos le fueron cortadas, y ahora se encuentran en su antiguo convento, así como la silla en la que se sentó la Santísima Virgen.
En el año de 1969 la Virgen se apareció por primera vez en televisión. Millones de personas, incluso el presidente de Egipto pudieron verla. No dijo nada. Parecía flotar sobre el techo de la iglesia copta de Santa María, y sobre su cabeza había una paloma. Las apariciones continuaron durante varios días. Una noche duró nueve horas. No dijo una sola palabra. Los egipcios, ansiosos de ver la “Isla de Gilligan”, se molestaron mucho. La policía inspeccionó 30 kilómetros a la redonda de la estación llamada “Zeitún” (la aceituna) para saber si la transmisión era un engaño. Sin embargo, no lograron encontrar la causa de las extrañas transmisiones. Estas apariciones continuaron hasta 1970. El patriarca copto Kyrellos VI afirmó que no le cabía la menor duda de que la Madre de Dios se aparecía en el techo de su iglesia. Al fin y al cabo, esta iglesia se encontraba en el mismo lugar donde había vivido La Sagrada Familia en Egipto.
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