SAN CAMILO DE LELIS
(Servidor de los enfermos)
Nació San Camilo en los Abruzos (Italia), en el año 1550. Su padre era un militar, y el hijo siguió la misma carrera del papá. Pero le sucedió que de pronto le apareció una llaga en el pie, que lo hizo dejar la carrera de las armas, e irse al Hospital de Santiago en Roma, a buscar su curación. Esta llaga misteriosa va a ser la que lo irá llevando poco a poco a donde Dios ha determinado que trabaje y consiga la santidad.
En el hospital de Roma, mientras buscaba su propia curación se dedicó a ayudar y atender a otros enfermos. Pero en aquel tiempo apareció un terrible vicio que trató de arruinarlo: su pasión por el juego. El padre Eliécer Sálesman nos dice al respecto: “El que se envicia con los juegos de azar, llega a una dependencia espantosa, y el juego se le vuelve una segunda naturaleza que lo esclaviza. Lo saben hoy por triste experiencia muchos que son pobres esclavos de los juegos electrónicos. Casi siempre este vicio proviene de la avaricia y del deseo desordenado de conseguir dinero rápidamente. Lo que se consigue en la mayoría de los casos es la ruina y la miseria”.
Camilo fue expulsado del hospital de Roma porque al igual que su padre tenía un genio violento que lo hará sufrir mucho, pero que será como una fuerza interior que lo llevará después a atreverse a emprender arriesgadas empresas espirituales. Como el vicio del juego continuaba atrayéndole, en Nápoles perdió todos los ahorros de su vida; perdió hasta la camisa, quedando en la más completa miseria. Cuando más tarde se le escuchó decir que en su juventud había sido un pobre pecador, no dijo sino la verdad, pero Dios tenía para él muy buenos planes de santidad.
En un naufragio prometió a Dios hacerse religioso franciscano, pero no cumplió su ofrecimiento. Estando en la más completa pobreza pidió trabajo de obrero y mensajero en un convento de los Padres Capuchinos, y allí, antes de que lo enviaran a llevar unos bultos a otra parte, oyó una exhortación o charla espiritual que el Padre Superior hacía a los obreros. Mientras iba por el camino llevando los bultos, se puso a pensar en lo que acababa de escuchar, y allí sintió muy fuerte la llamada de Dios a la conversión. Empezó a llorar y pidió perdón de sus pecados, con la firme resolución de cambiar por completo su comportamiento y empezar a ser mejor. Esto sucedió en 1575 cuando tenía 25 años.
Después de su conversión, pidió ser admitido como franciscano, pero estando en el convento se le abrió nuevamente la llaga en el pie, y fue despedido. Se fue al hospital y obtuvo la curación, y logró que lo admitieran como aspirante a capuchino. Pero en el noviciado apareció otra vez la bendita llaga y tuvo que irse también de allí.
Al volver otra vez al hospital de Santiago en Roma, en busca de la curación de la llaga de su pie, se dedicó con tanto esmero y cariño a atender a los demás enfermos que pronto fue nombrado asistente general del hospital. En ese lugar iba a descubrir el oficio que Dios le tenía destinado para santificarse.
Dirigido espiritualmente por San Felipe Neri, estudió teología y fue ordenado sacerdote. En el Año Santo de 1575 se dio cuenta de que ante la inmensa cantidad de peregrinos que llegaban a Roma, los hospitales existentes eran inadecuados para poder atender bien a los cientos de enfermos que llegaban a pedir auxilio. Y fue entonces cuando se decidió a fundar una Comunidad de religiosos que dedicaran su vida por completo a servir en los hospitales.
Al leer en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo, en el verso 40, que Jesucristo en el día del Juicio Final dirá a los que atendieron a los enfermos: “Venid benditos de mi Padre a gozar del Reino Celestial, porque cuando yo estaba enfermo me atendisteis. Pues todo favor que habéis hecho a los demás, a Mí me lo habéis hecho”, se emocionó intensamente y se propuso tratar a cada enfermo como trataría Nuestro Señor Jesucristo en persona a todo aquél que sufre. Y así lo hizo en adelante.
A veces mientras estaba ayudando a algún enfermo lo llamaban a otra parte, y él respondía: “Que esperen un poco, porque ahora estoy atendiendo a Nuestro Señor Jesucristo”.
En aquel tiempo, los enfermeros eran personas que ganaban muy poco dinero y para este oficio había que recibir a personas de muy escasa cultura. Por eso trataban con mucha rudeza a los enfermos. Así que cuando Camilo y sus amigos empezaron a ejercer su trabajo apostólico en el hospital, la gente se quedaba admirada del modo tan extraordinariamente amable y lleno de respeto con el que trataban a los enfermos. Es que San Camilo había enseñado a sus compañeros a ver a Jesús en la persona de cada doliente.
A los enfermos los trataba con gran amabilidad, a pesar de que durante 36 años soportó la llaga dolorosa debajo de su pie. Sufría náuseas frecuentemente, y los olores de los hospitales en ese tiempo eran nauseabundos y casi insoportables. Nadie lo veía triste o malhumorado. Sabía que se estaba ganando un gran premio en el cielo, atendiendo a Cristo que estaba representado en cada persona que sufría.
Un día, Camilo se atemorizó por la responsabilidad del trabajo que estaba realizando y se vio tentado a abandonarlo. Fue en esos momentos cuando se le apareció Nuestro Señor Jesucristo y le dijo: “No temas, sigue adelante, que esta obra es mía y la necesito”.
Con sus mejores colaboradores fundó el 8 de diciembre de 1591 la Comunidad que el llamó: “Siervos de los Enfermos”. Ahora se llaman “Padres Camilos”. Durante su vida alcanzó a fundar 15 casas de religiosos y ocho hospitales. Ahora sus religiosos son 1050 y tienen 134 casas alrededor del mundo.
San Camilo fue el primero en enviar capellanes para atender a los heridos en los combates de la guerra. Todos ellos se identificaban con una gran cruz de color rojo bordada en su hábito, que posteriormente fue copiada por la organización internacional creada en Ginebra en 1863 para socorrer a las víctimas de las guerras y de cualquier catástrofe, la cual fue bautizada con el nombre de “Cruz Roja”. Los Padres Camilos hacen verdaderos prodigios de caridad en los hospitales, imitando el amor,
[más allá... viene de la 4] la ternura y la compasión del santo Fundador, tratando a cada enfermo como si fuera Cristo mismo en persona.
El 14 de julio de 1614, a la edad de 64 años, San Camilo se dirigió a “la Patria amada”, como solía llamar al cielo que lo estaba esperando.
En la historia de la humanidad encontramos un común denominador que es “El sufrimiento”. Un gran número de enfermedades han castigado y siguen castigando con dureza a las personas. Hace dos mil años, Nuestro Señor Jesucristo sintió compasión por los enfermos. Nosotros -al igual que Él, nos entristecemos al ver a una persona enferma de cáncer, a un niño con leucemia, a una niña con diabetes, a un adulto que le van a cortar una pierna para que no se le gangrene todo el cuerpo, a uno más que no le trabajan los riñones y necesita con urgencia un trasplante, a un anciano impedido de caminar por su desgaste en las rodillas, y a tantos otros que se cruzan por nuestro camino con un rictus de dolor en su rostro. Cuando vivimos en carne propia todas esas tribulaciones que se encuentran en el plan Divino, muchos perciben una amenaza o un castigo, cuando en realidad se trata de pruebas y dificultades que con la Gracia de Dios podremos soportar, siempre y cuando ofrezcamos nuestro dolor en provecho de una causa espiritual que la amerite.
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