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Más allá de las palabras

JACOBO ZARZAR GIDI

RENDICIÓN DE CUENTAS

¿Qué cuentas vamos a dar a Dios de nuestros hijos -de esos tesoros que nos ha dado para que los eduquemos, los cuidemos, los hagamos valer y finalmente se los entreguemos en sus manos amorosas? Nuestros hijos se han visto influenciados por el medio ambiente y por los amigos, pero lo más importante es la educación que recibieron de sus padres. Si estos padres han dado amor, educación y buen ejemplo, y son coherentes con los principios morales que dicen tener, lo más seguro es que tendrán hijos nobles, de buenos sentimientos, trabajadores y respetuosos, con una buena dosis de espiritualidad. De nuestro ejemplo y de nuestras enseñanzas depende su felicidad temporal y también su felicidad eterna.

En la vida necesitamos enseñar a nuestros hijos lo que significa la sobriedad. Al adquirirla podrán distinguir entre lo que es razonable y lo que es inmoderado, y tendrán cabeza para utilizar razonablemente sus cinco sentidos y todos sus esfuerzos, de acuerdo con criterios rectos y verdaderos. En este mundo, que da tanta importancia a las vanidades y a las apariencias, es difícil vivir en sobriedad. En reuniones sociales, antes de lo esperado, sacamos a relucir nuestros bienes, lo que hemos comprado, lo que hemos ahorrado y lo que pensamos adquirir en el futuro. Vivimos en un mar de presunciones y mentiras, en el cual escondemos lo malo para que nuestra imagen no se devalúe y nos interesa mucho “el qué dirán”. Enseñemos a nuestros hijos a ser auténticos, a enamorarse del estudio, del trabajo, de la superación personal, del servicio a los demás, y de la verdad, para que esas cualidades sean su estandarte, y se conviertan muy pronto en hombres y mujeres dignos.

Enseñemos a nuestros hijos a conocer el valor del sacrificio. Que se den cuenta que no todo les saldrá bien, y que más bien, muchas cosas les van a salir mal. El dolor y tal vez algunos fracasos temporales los acompañarán el resto de su vida, pero con valor y decisión ellos sabrán levantar la cara, recobrar sus fuerzas, acudir a Dios y salir adelante.

Enseñemos a nuestros hijos a ser agradecidos con la vida. Que sepan reconocer el origen de sus dones y la obligación de reintegrarlos a la fuente de donde proceden. Con frecuencia tenemos mejor memoria para nuestras necesidades y carencias, que para nuestros bienes. Vivimos al pendiente de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, y quizá por eso lo apreciamos menos. Nos quedamos cortos en la gratitud. Toda nuestra vida debe ser una continua acción de gracias y eso lo deben tener muy presente nuestros hijos para que más adelante no se conviertan en seres arrogantes e ingratos. Es importante que vean en el desprotegido al hermano que no contó con las mismas oportunidades, y que debido a eso, todo se le volvió difícil desde el primer día de su vida. Enseñémosles a distinguir entre las personas superficiales que únicamente enseñan tonterías, y aquéllas que se distinguen por sus actos de nobleza y palabras que trascienden. Que procuren rodearse de gente valiosa, no por las propiedades o el dinero que posean, sino por el buen ejemplo que dan y por sus ansias de superación personal.

Enseñemos a nuestros hijos a tener siempre presente a Dios en su vida, para que en los momentos de dolor, Jesús sea su fortaleza. Que trabajen a favor de su comunidad y cuiden la naturaleza, enseñando a la gente a no arrojar basura en las calles. El dar, ensancha el corazón y lo hace más joven, con mayor capacidad de amar. El egoísmo, en cambio, empobrece a las personas, haciendo el propio horizonte más pequeño. Cuanto más damos, más nos enriquecemos. Lo que tenemos, no se destruirá por la polilla y tampoco perderá valor con el paso del tiempo, siempre y cuando dejemos a disposición de Jesucristo los talentos, las aspiraciones y los logros. Invitémoslo a subirse en nuestra barca para evitar naufragar. Todos los días tenemos un gran tesoro de espiritualidad por distribuir. Si no lo damos, lo perdemos; si lo repartimos, el Señor lo multiplica. Enseñémosles que respeten a los ancianos y auxilien a los enfermos. Que se enamoren de la vida y se sorprendan cada vez que un viento fuerte sacuda las ramas de los árboles, cada vez que se escuche el canto de los pájaros, y cuando descubran que una hermosa planta ha surgido milagrosamente de una insignificante semilla.

Enseñemos a nuestros hijos a ser felices, porque la felicidad no está reñida con la vida. Si somos positivos, podemos ir avanzando entre rosales sin tomar en cuenta las espinas. Vivamos con la alegría de estar llenos de regalos de Dios. No existe un solo día en que el Señor no nos conceda alguna gracia en particular.

Para muchos, se encuentra próximo el momento de rendir cuentas. ¿Hemos sido levadura que día a día va transformando a quienes viven con nosotros? Los padres debemos estar conscientes de que ningún poder terreno puede eximirnos de esa responsabilidad. Nadie responderá por nosotros ante Dios cuando nos dirija la pregunta: ¿Dónde están los que te di? Ojalá que cada uno de nosotros pueda responder: “No he perdido a ninguno de los que me diste”, porque supimos poner, Señor, con tu gracia, medios ordinarios y extraordinarios para que ninguno se extraviara. Siempre vigilantes nos quiere Jesucristo con respecto a nuestros hijos. No los podemos descuidar, porque si actúan mal, pueden hacer mucho mal a sus semejantes, pero si actúan bien, serán portadores de un tesoro valioso que permanecerá brillando hasta la eternidad.

jacobozarzar@yahoo.com

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