Hace cosa de seis mil años -4000 a.C.- los seres humanos de entonces empezaron a consolidar su permanencia sobre la faz de la Tierra con base a su organización social: iniciaron el sedentarismo y encontraron que, al construir las primeras ciudades y diversificar las ocupaciones, fueron más eficientes para subsistir, mejorando sus índices de morbilidad y ampliando las expectativas de vida.
Por aquellos tiempos, la mujer ocupaba un lugar importante -especializado- en la rudimentaria sociedad que se estaba construyendo: responsable de cuidar a las crías -que revestían especial valor por ser fuentes de riqueza como fuerza de trabajo-, proteger las incipientes propiedades, incluido el hogar y los sembradíos, esbozos de lo que después serían los huertos familiares y practicar algún tipo de caza menor.
Unos cuantos siglos atrás, los primeros pobladores laguneros, asignaban a las mujeres tareas de caza menor, como conejos, con las llamadas "conejeras", cuidar los hijos y las pocas pertenencias que podían transportar con ellos. Importantemente: ser mamás.
Aún cuando el hombre ocupaba el lugar principal en los niveles de autoridad funcional de la familia, la mujer era la responsable de la sobrevivencia del clan; si por simple definición vivían un patriarcado en donde el padre mandaba, cazaba y guerreaba, la vida cotidiana se desarrollaba alrededor de ellas, en un matriarcado efectivo, favorecedor de la explosión demográfica. Hoy día, aún seguimos dependiendo de ellas.
El reconocimiento a la mujer y su desempeño histórico, ha quedado evidenciado en las representaciones de las primeras divinidades; un haz de cañas a Innana, diosa de la fertilidad de los pueblos primitivos, tal vez originada un poco antes de que abandonaran el nomadismo.
Entre los egipcios estaba Nebt, representada como una serpiente o buitre, utilizada como símbolo de poder entre los faraones del año 3000 a.C.
Ya para el año 2000 a.C., los cananeos reverenciaban a Asera, diosa poderosa que favorecía a la agricultura y ganadería menor, representando además la fertilidad.
Existen documentadas multitudes de diosas, que a través de todas las eras y geografía sirvieron como amparo y protección para los seres humanos; desde las más remotas, como la Venus de Willendorf -25 a 30,000 años a.C.- o la diosa Sedente -5000 años a.C.-; hasta Hathor, de Hieracónpolis, con cabeza de vaca y tronco antropomórfico -3,100 a.C.-.
Interesante revisar la psicología del lenguaje y descubrir que, en general, para referirnos a las formas creadoras, utilizamos la vocal "a", caso de tierra, geografía o naturaleza, vocablos que son vestigios del reconocimiento recibido por las madonas o madres, a su importante participación como gestoras de vida y cuidadoras de los seres humanos.
En algún punto de la historia los dioses empiezan a tomar fuerza y luego de aparecer al lado de las deidades femeninas, o representados en parejas -caso de "Los amantes de Gumelnita", que muestran atributos sexuales destacados y son la más remota evidencia de la relación de pareja entre hombre mujer -500 a.C.-, terminan por declararlas menores y finalmente desaparecerlas de los altares familiares y públicos entre los pueblos primitivos.
La llegada del monoteísmo acaba por desconocer la igualdad de la mujer; los antiguos judíos la menosprecian y hasta le retiran sus derechos de asistir al templo acompañando a los varones en igualdad de género.
Lo cierto es que Jesús, les reintegra su condición de igualdad, debiendo luchar contra las tradiciones y enseñanzas de aquellos tiempos. Recuerde las constantes críticas que recibió por su trato y predicación entre los publicanos y pecadores, incluidas sus manifestaciones de amor hacia las prostitutas, que le han costado injurias y deformación histórica, tales como sugerir, perversamente, una posible relación carnal con María de Magdala.
Afortunadamente, poco a poco, empiezan a recibir igual reconocimiento y oportunidades, sin dejar de ser centro vital de la organización familiar.
La madre es la "mil usos" de la familia: educadora, curandera, nutrióloga familiar, orientadora en la fe, amante, consejera, psicóloga de cabecera de hijos y marido, cocinera, lavandera, economista doméstica, defensora de los intereses del grupo ante abusadores de servicios públicos, como agua o luz y, a últimas fechas, trabajadora fuera del hogar, profesionista o no, contribuyente efectiva en el soporte de la carga económica del hogar. ¿Le parece poco?
En reciprocidad, los hijos y esposos les "festejamos" una vez al año, frecuentemente con cargas extras de trabajo, iniciándole su día con preparativos y elaboración de comidas, luego su servicio a comensales, terminando con hacer limpieza y lavado de vajilla. ¡Ah!, no olvidemos sus regalos, comúnmente artículos para el hogar, hasta pantallas planas para sus telenovelas, siempre y cuando no haya partido futbol.
Lo invito a reflexionar y reconocerles, con hechos, su trascendente participación en el desarrollo de nuestras vidas y que, ojalá, las festejemos todo el año, al menos disminuyéndoles cargas extraordinarias que también les transferimos. ¿Acepta?