Por supuesto, la tentación era mucha de dedicar estas líneas a la increíble ineptitud, cobardía, mezquindad, cortedad de miras y simple estupidez de nuestros notables legisladores; que, en vez de aprovechar la coyuntura para finalmente realizar una reforma fiscal innovadora, moderna y que impulse el crecimiento económico del país, se lanzaron a aprobar impuestos inhibidores de inversión; y que sólo sirven para sacar dinero de la economía real para dársela a un Estado históricamente ineficiente, obeso, irresponsable y corrupto. Y sin ampliar la base tributaria: que los mismos babosos de siempre paguen más para que se termine de extinguir la clase media, la que produce en este país. Y todo para mantener una burocracia parasitaria, que no crea riqueza, y que no sirve para maldita la cosa. Como siempre digo: con una quinta parte de empleados federales de los que tiene México, Estados Unidos administra, controla, defiende, organiza y expande a un país cuatro veces más grande, tres veces más poblado y diecisiete veces más rico. Defender los empleos del Gobierno Federal (y Estatal y Municipal) es sencillamente echar dinero al excusado y jalarle a la cadena. Lo peor es que de esa manera el país se seguirá hundiendo y nuestra clase política ni siquiera se despeinará. Ellos no sufren, porque los muy canallas no pierden sus prebendas y privilegios, insufribles en cualquier república funcional y digna de ese nombre.
Lo bueno es que no caí en la tentación. Y no voy a hablar de este nuevo botón de muestra de que México no tiene remedio, y en los albores del siglo XXI está destinado a ser un fracaso como lo fue en el XIX y el XX.
De lo que quiero hablar es de un aniversario gozoso que se da esta semana. Y es que en unos días más se cumplirán cincuenta años de que viniera al mundo Ásterix el galo.
Efectivamente: el 29 de octubre de 1959 ese simpático y versátil personaje apareció por primera vez en las páginas de Pilote, una revista que pretendía enfrentar la invasión de los cómics norteamericanos usando productos, estética y sensibilidad de Francia. Y qué mejor que lanzando por delante a quien, para algunos, representa el epítome de lo francés.
Fue tal el éxito de las tiras dibujadas por Albert Uderzo con guiones de René Goscinny, que en 1961 dieron a luz un primer libro con la aventuras de Ásterix, Óbelix y demás habitantes de la aldea bretona: Se titulaba simplemente "Ásterix el galo". A ese libro le siguieron otros 32, traducidos a más de veinte idiomas, y que han tenido ventas millonarias. No sólo eso: hay varias películas de dibujos animados, tres filmes en que Gerard Depardieu la hace del gordo escultor de menhires, y hasta un parque temático en las afueras de París. Que con frecuencia, y bien merecido se lo tiene, recibe más visitantes que el desangelado Eurodisney.
Para conmemorar tan celebrado aniversario, el pasado jueves se presentó el último libro de la saga, "El Aniversario de Astérix y Obélix. El libro de oro", el quinto que publica Uderzo en solitario, tras la muerte de Goscinny en 1977. En él se presentarán numerosos personajes que hemos visto a lo largo de esta luenga historia, presentándose a felicitar a la aldea por tan dichoso onomástico. El libro pronto será traducido a las docenas de idiomas de siempre. Ya estoy salivando por adquirirlo y mantener completa mi colección.
Pero no por nada Ásterix es visto como una especie de monumento cultural de la soberbia Lutecia: también esta semana, nada menos que el Museo de Cluny abrirá una exposición de láminas originales de Uderzo y manuscritos de Goscinny... como si fueran notas y dibujos de Leonardo da Vinci. Y el compositor Frédéric Chalin presentará en el Teatro de los Campos Elíseos un concierto cuyo tema son las aventuras del chaparrín con sombrero alado.
Para quienes tienen la desgracia de no saber de qué va la historia de Ásterix, aquí les va un resumen: los romanos han invadido y ocupado toda la Galia (la actual Francia). ¿Toda? ¡No! Hay una aldea que todavía resiste. Ésa es en donde vive Ásterix, la cual tiene la fortuna de contar con Panorámix, un druida (una especie de sacerdote brujo celta) que sabe preparar una poción mágica que le da a quien la toma una fuerza sobrehumana durante algunas horas. Así que cada vez que los romanos intentan conquistar la aldea, se llevan unas palizas de padre y señor mío. Y cuando no hay romanos que tortear, los galos se la pasan peleándose entre sí por tontería y media.
El elenco se completa con Óbelix, un fiel amigo algo tontorrón de apetito insaciable y prominente panza, que no necesita beber la poción para tener una fuerza descomunal, dado que de bebé se cayó en el caldero en que se preparaba el brebaje. Éste se dedica a esculpir menhires, esos monumentos monolíticos de forma fálica que, por razones y con propósitos desconocidos, erigieron los celtas de la Edad de Bronce en buena parte de Europa Occidental. Lo interesante es que en la historia jamás se ve tampoco la utilidad de los mentados menhires, ni cómo puede Óbelix sacarle provecho alguno a ese oficio. De cualquier forma, por lo general anda fuera de la aldea, en alguna misión ordenada por el druida, acompañando a su amigo Ásterix y paseando a su caniche, Ideafix.
Los demás personajes de la aldea son entrañables… y prototípicamente franceses: el bardo o poeta del pueblo, al que nadie le permite que cante, por chafa y desafinado; el jefe de la tribu, inepto y pretencioso cual presidente municipal mexicano; el anciano casado con la beldad y que pese a ello se la pasa quejándose de todo; el pescadero que asegura que su mercancía es del día… aunque no aclara de cuál. En fin, una galería de personajes realmente geniales.
Que se complementan con los que nuestros héroes conocen en sus viajes. La miga de la saga es que en casi cada libro, a Ásterix se le ordena partir en alguna misión fuera de Bretaña; y esto lo lleva a muy diversos lugares: a España, a Bélgica, al Medio Oriente (a buscar petróleo para la pócima), a Egipto (donde conoce a Cleopatra)... Vaya, en una de ésas hasta a América vienen a dar. Y en cada uno se presentan las características y la idiosincrasia nacionales del lugar, amén de trivias históricas. Cuando visita Helvecia (Suiza), Ásterix se encuentra con aldeanos superpuntuales que guardan dinero en el mayor secreto. Al ir a Hispania, los nativos se ponen a bailar sevillanas y bulerías a la menor provocación. Y así por el estilo.
¿Cuál es el atractivo de este personaje, que pareciera serlo sólo para los franceses, en vista de su temática? En primer lugar, representa la confrontación universal del fuerte contra el débil, los romanos contra los irreductibles galos. Pero además, el ingenio y el sentido del humor que exudan esos libros es difícil de hallar en obras semejantes. Lo siento, pero prefiero mil veces a Ásterix que, por ejemplo, a Tintín. O a Chanoc, para que luego no me tilden de malinchista. Así pues, ¡feliz cumpleaños, Ásterix! Tú sí que no envejeces.
Consejo no pedido para que no le digan que está majareta como los romanos: Vea "Ásterix y Óbelix contra César" (1999) y "Ásterix y Óbelix: misión Cleopatra" (2002). De las dos se asegura que son las películas francesas más caras de la historia. En la primera sale Laetitia Casta, en la segunda Mónica Belucci. Ustedes dirán. Provecho.