Entre las cosas que se han ido perdiendo en Torreón, está el antiguo paseo de la Morelos y dos restaurantes, entre otros más, que para mí tienen un grato recuerdo.
El paseo de la Morelos, como toda mi generación recuerda, era el paseo obligado los domingos y un lugar donde uno podía ver, primero de lejos y después pasear con ella, a la muchacha que le gustaba.
Todo era fiesta en aquella bulliciosa avenida que cobró fama aun en otras latitudes.
Después del cine, salía uno a caminar por la avenida, y todos nos sentíamos seguros de andar de aquí para allá a la caza de la chica de nuestros sueños.
No había miradas indiscretas de los padres y si acaso tenía uno que cuidarse de algún hermano chismoso que iba con la denuncia de haber visto a la hermana acompañada de sabrá Dios qué pelafustán, pero no pasaba de ahí.
Obligado era cenar algo en algún restaurante sobre la avenida, de manera especial los más accesibles, como Pesolandia, donde cenaba uno acompañado, por unos cuantos pesos, sin mayor problema.
Desde luego que había otros que eran de lujo, como El Cairo o El Apolo, pero a ésos no entró uno sino hasta pasados varios años, cuando ya ganaba su propio dinero y podía invitar sin preocupaciones.
Un poco fuera de la ruta, pero también cerca, estaba el restaurante de doña Julia, que atendía ella y su hermana Elvira, en donde la comida española se preparaba con un sabor casero, verdaderamente inolvidable.
En esos dos lugares, sucedía un fenómeno idéntico, pero distinto en razón de la etnia.
Obvio es que con doña Julia y doña Elvira Urbieta, iban los españoles a comer y al Cairo, con don Jorge y doña Elvira Martínez, digamos en general, iban los árabes.
Pero en ambas mesas, los paisanos en desgracia o con muy limitados recursos podían comer gratuitamente, sin sentirse apenados por ello.
La mesa de doña Julia, es decir, en la que comía ella, era la que le asignaban a los españoles que acudían ahí para verse favorecidos con el alimento. Esto es, no era cualquier mesa, ni menos una especial casi para indigentes.
Era la mesa de las dueñas y creo que lo hacían para que nadie se sintiera mal, sino al contrario, muy bien recibido.
En El Cairo sucedía lo mismo con la mesa de don Jorge y doña Elvira, que era además, la mesa que contaba con un pequeño televisor con el que ellos se entretenían viendo la programación.
Quien se sentaba en esa mesa a invitación de ellos, nunca pagaba. Es más no necesitaba ser paisano en desgracia o de escasos recursos, pues bastaba que fuera bienvenido en ella, para que gozara de ese privilegio con largueza.
Y lo digo, porque no pocas veces tuve ese privilegio y el placer de haber gozado de deliciosas conversaciones con los que ahí se sentaban, que a ratos parecía reunión de la ONU.
Y lo digo porque, por ejemplo, ahí iba yo, mexicano y lagunero por los cuatro costados; doña Lola Holoschutz, judía polaca; don Salvador Jalife, de ascendencia libanesa; Hugo Augusto Peña, de Autlán Jalisco; y algún otro palestino, de creencias musulmanas. Y todos convivíamos en santa paz, excepto cuando se trataba de hablar del Oriente Medio o el Holocausto judío.
Pero fuera de ahí, las veladas transcurrían en armonía y todos disfrutábamos de la generosidad de los anfitriones que por cierto, heredaron esa costumbre a sus hijas Lupita y Victoria, que hasta la fecha la siguen practicando prolijamente.
Pero en El Cairo y con doña Julia, sus dueños tenían siempre mesas generosas que ambas etnias nunca acabarán de agradecer.
De hecho, comparto el pensamiento de que la colonia española, les debe a doña Julia y doña Elvira un homenaje en agradecimiento por los muchos españoles que comieron en su mesa gratuitamente, lo que les permitió subsistir en el nuevo mundo, en algunos casos, hasta hacer la América.
Quizá todavía queden por ahí lugares en mi ciudad, en cuyas mesas se practica ese tipo de solidaridad culinaria y yo lo ignore. Pero en la historia de la gastronomía regional, tiene El Cairo y doña Julia un lugar muy especial, en el corazón de propios y extraños, de paisanos y lugareños.
Cuántas historias, cuántos recuerdos imborrables guarda la memoria y que forman parte del Torreón, que fue y nunca volverá a ser.
Por lo demás, "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".