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México ante la pandemia económica

JULIO FAESLER

En el año actual la economía mundial habrá de reducirse entre un medio por ciento y 1.5%. Las perspectivas para 2010 son menos dramáticas. Puede aspirarse a un crecimiento de 1.5 a 2.5% lo que de todas maneras es muy bajo en términos históricos.

Esta declaración hecha ayer por un funcionario del Fondo Monetario Mundial confirma que la actividad mundial registrada en cifras macroeconómicas no tiene la fuerza suficiente para siquiera mantener el nivel de consumo promedio, ni mucho menos la tasa de ocupación, de por sí insuficiente, alcanzado en los últimos años.

Un mayor o menor ritmo de crecimiento de la actividad productiva es lo que ha venido sirviendo para tomar el pulso y conocer el estado de salud de la economía mundial o nacional. Con ese dato se diseñan estrategias económicas de todo tipo, desde las políticas que aconsejan las instituciones financieras internacionales, las que determinan los programas nacionales de gasto, y hasta los planes de ventas de las empresas que a su vez determinan las decisiones sobre repartos de utilidades e inversión.

Si, por contra, los datos revelan que el período examinado no fue de crecimiento sino de reducción y si los pronósticos no prometen una sensible corrección de la tendencia recesiva, la mera difusión de tal información puede afectar decisiones empresariales, acentuando el fenómeno negativo y así alejar las perspectivas de solución hasta con el peligro de que la depresión se autoperpetúe por vías más psicológicas que objetivas.

La pandemia económica que ha atrapado a todo el mundo y que rivaliza en severidad con la de los años treinta del siglo pasado, nos presenta un imponente obstáculo para el desarrollo. Es más grave para nosotros que para los países que parten de crecimientos recientes más altos. El que China o India se vean afectados por la crisis mundial les representa reducir expectativas de crecimiento del 8% o hasta 10% a "sólo" 5 ó 6% anuales. Para México la perspectiva es dejar crecimientos magros del 2 o 4% para quedar en índices negativos este año y, para 2010, a penas alcanzar el 1% o 1.5%.

El crecimiento de la población de México es de alrededor del 1.2% anual. Si a esta cifra añadimos una tasa de inflación moderada de, digamos un 3%, la suma de 4.2% es el ritmo mínimo de aumento que hay que obtener para simplemente mantener los niveles promedio de consumo y empleo actuales.

Mejorar nuestro nivel de vida significará añadir el porcentaje adicional que se escoja. Si se busca un modesto crecimiento neto de la economía de un 2%, el Producto Nacional Bruto debería aumentar anualmente en 6.2%. Este cálculo, aunque simplista, es útil para dimensionar la tarea. Hacer esto en un entorno de recesión globalizada es un reto todavía mayor.

Para los países desarrollados, especialmente los Estados Unidos, la respuesta a la recesión se centra en estímulos públicos para reactivar la economía e instaurar mecanismos que prevengan la repetición del desastre provocado por el comportamiento inmoral de los agentes financieros. Para ellos la cuestión estriba en reponer daños y salvar lo más que sea posible el alto nivel de vida que venían gozando.

El asunto es diametralmente distinto para países "emergentes" como México donde la crisis se añade a la lucha que venimos librando contra el inaplazable problema de elevar condiciones socioeconómicas inaceptablemente bajas.

La solución no está en lanzarnos a emprender reformas constitucionales, administrativas ni mucho menos en especular sobre cambios de "paradigmas" como algunos proponen, sino atacar el problema con las acciones básicas, que tendrían que emplearse independientemente del "modelo" que se siga.

Esas acciones fundamentales, consisten en vigorosos programas para educar y capacitar a la población para su participación productiva en la comunidad así como para simultáneamente atender a sus carencias en salud. Esa doble acción pública es paso indispensable para luego seguir con importantes gastos oficiales en sectores generadores de empleo como son las obras de infraestructura que sustenten la agricultura y la industria.

Es necesaria la acción de organismos privados, sean empresariales o de vocación social, para completar la del Gobierno por al menos dos razones: los recursos fiscales son siempre insuficientes para atender todas las necesidades y, por otra parte, nada hay que iguale el espíritu de compromiso y sacrificio que son capaces de encauzar las organizaciones de servicio. No son muchas las empresas mexicanas que sostienen actividades sociales. El Gobierno debe alentar esa acción superando el escepticismo fiscal que prevalece.

Nos encontramos en una situación ventajosa respecto a la de otros países que también han sido golpeados por la crisis global actual. La solidez financiera, aunque viciada por un conocido afán de abusivas ganancias bancarias, hasta ahora ha podido sortear el impacto de las quiebras en Estados Unidos.

Las reservas del Banco de México dan confianza nacional e internacional.

No hay que asustarse si los ambiciosos programas de ampliación de infraestructuras productivas aumenten un déficit presupuestal inteligentemente calculado; el acuerdo de usar los fondos acumulados en las Afores son otra fuente de financiamiento.

Siempre y cuando contemos con una actitud positiva y una evaluación clara de los recursos con que contamos podremos ir atajando la crisis con las armas específicas que se requieren para curar una enfermedad aunque sea pandemia.

El Gobierno de Felipe Calderón debe reforzar programas metódicos y disciplinados para la educación, capacitación y salud populares, programas redituables de infraestructura y facilitar una acción solidaria de organizaciones y fundaciones sociales. No se requieren tantas discusiones. Con recursos, ingenio y decisiones firmes podemos atender la parte de la pandemia que nos tocó.

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