No es por asustarlos, pero la peor pandemia de la historia fue provocada por la llamada influenza o gripe española entre 1918 y 1919, justo cuando estaba acabando la peor guerra sufrida por el mundo hasta esos momentos. El conflicto bélico que nuestros abuelos conocieron como La Gran Guerra, y nosotros como la Primera Guerra Mundial, había debilitado a las poblaciones civiles y militares de los países en pugna, y de ello se aprovechó un travieso virus que mutó justo cuando parecía que la pesadilla había terminado. Las bombas y plomazos causaron la muerte de unas nueve millones de personas, fundamentalmente europeos. Cuando la influenza española remitió, había cobrado quizá veinte millones de vidas en los cinco continentes. Torreón, igualmente debilitado por esa orgía de destrucción y hambre que fue la mentada Revolución Mexicana, perdió entre una quinta y una cuarta parte de su población debido a la epidemia. Otras ciudades en todo el mundo tuvieron bajas semejantes.
Esa pandemia recibió su curioso nombre por un par de malos entendidos. En la Edad Media se creía que las grandes plagas (como la Peste Negra del Siglo XIV, que se despachó a uno de cada cuatro europeos) eran causadas por la influencia de los astros: la luna se volvía loca, y acá abajo a la gente se le pudrían los ganglios. Pese a que luego la ciencia mostró que la enfermedad era producida por bichos, y no por influencias de ningún tipo, el nombre se le quedó. Lo de española tuvo que ver con los chicos de la prensa: los primeros reportes aparecieron en periódicos hispanos
La influenza porcina que obligó al cierre de escuelas y leves manifestaciones de pánico en algunas regiones del país, parece ser uno de esos sustos que periódicamente nos da la naturaleza, recordándonos que los seres microscópicos han sido nuestros principales enemigos a lo largo de la historia. En este caso, la desazón se produjo por dos razones importantes: primero, porque las autoridades de todos los niveles fueron lentas y torpes en reaccionar; y segundo, porque puede tratarse de un trasvase de animal a humano, lo que a los científicos les da mucha ñáñara: recuerden cómo se ha reaccionado en otras partes del mundo por la gripe aviar.
En todo caso, lo mejor es conservar la calma, evitar aglomeraciones, evadir a quienes tosan o estornuden; y en caso extremo, agarrar la influenza como pretexto para no pararse en el trabajo.
Pero también debería servirnos como recordatorio que nuestra soberbia post moderna, nuestra suprema confianza en la ciencia