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El intercambio diplomático que llevan a cabo actualmente los gobiernos de México y Estados Unidos abre una ventana de oportunidad no sólo para aumentar la cooperación en temas de vital importancia como seguridad, migración y economía, sino también para mejorar el entendimiento entre ambas sociedades, tan cercanas y lejanas a la vez.
Las visitas de funcionarios de primer nivel -y próximamente del propio presidente estadounidense, Barack Obama- se dan en medio de un clima de incertidumbre global por la volatilidad financiera y la contracción de la economía que azotan al mundo entero, pero sobre todo a la potencia norteamericana, cuyas dificultades obligan al joven Gobierno de Obama a reconstruir las relaciones que su antecesor congeló o de plano rompió. Hoy, los Estados Unidos necesitan del mundo quizá más de lo que éste requiere de aquél. Es en este contexto en el que se da la reactivación de las relaciones entre los dos países que comparten la frontera más dinámica del orbe.
Para el Gobierno del presidente Felipe Calderón, el renovado interés de la golpeada potencia mundial en la agenda bilateral representa una buena oportunidad para negociar el apoyo necesario para fortalecer la llamada "guerra contra el crimen organizado", que ha sembrado de cadáveres y miedo casi todo el territorio nacional. Y esta ayuda no implica forzosamente la participación directa de fuerzas estadounidenses en nuestro territorio -hecho que desataría una enorme polémica. Por el contrario, suficiente apoyo sería la aplicación de medidas contundentes por parte del Gobierno de Obama para combatir el consumo de enervantes en su país y detener la venta de armas y flujo de dólares del Norte hacia el Sur.
La corresponsabilidad y cooperación también se hace urgente en las cuestiones de migración y relación económica, en las cuales, pese a acuerdos y tratados, el común denominador ha sido la decisión unilateral. La situación de los indocumentados mexicanos y el cierre de la frontera a los transportistas de carga nacionales, son dos ejemplos de ello.
Más allá de los discursos hasta ahora vertidos por ambas partes, lo importante es ver, primero, los compromisos que se logren alcanzar y, segundo, con el tiempo, el cumplimiento de los mismos. Es hora que los gobiernos y sociedades de las dos naciones se den cuenta que la vecindad obliga al entendimiento y a la construcción de acuerdos bilaterales equitativos, lejos de todo el resentimiento y la arrogancia que hasta hoy ha predominado.
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