La edición de septiembre de la revista Nexos incluye el artículo "Homicidios (1990-2007)" de Fernando Escalante Gonzalbo. En él se hace un análisis estadístico de lo ocurrido desde inicios de la década pasada en relación con los crímenes violentos en nuestro país. ¿Y a que no saben qué? Que el índice de homicidios ha ido declinando sostenidamente desde entonces. En 1990 hubo 14,520 homicidios dolosos en el país. Para 2007 la cifra era de 8,507. Una disminución de más del 40%.
Tomando en cuenta el crecimiento de la población, los números son aún más halagüeños. De 19 homicidios dolosos por cada 100,000 habitantes en 1990, pasamos a sólo 8: menos de la mitad.
Por supuesto, se puede argumentar que lo peor de la narcoviolencia se ha dado en los años no estudiados en el ensayo, 2008 y 2009. Pero aún sumando esos miles de homicidios a ojo de buen cubero, las cifras siguen resultando notoriamente más bajas que a principios de la década pasada.
¿Y entonces? ¿Estamos equivocados al creer que el presente es mucho más violento que el pasado? ¿Se equivoca Escalante, o nos equivocamos el resto de los ciudadanos?
Lo que pasa, explica Escalante, es que se ha dado una sobreexposición de la violencia en los medios; en parte por el énfasis del discurso gubernamental en la famosa guerra al crimen organizado. En parte porque los crímenes se han vuelto mucho más notorios, con decapitaciones, narcomantas, pozoleros y el inolvidable atentado de Fiestas Patrias en Morelia. Y en parte porque la violencia se ha desplazado de zonas rurales y agrícolas del Sur, en donde matarse a machetazos solía ser una linda tradición local, a las urbes del Norte y otras regiones antaño olvidadas, como la sierra entre Durango, Sinaloa y Chihuahua.
Ciertamente los medios hemos contribuido a una percepción si no falsa, al menos sesgada de lo que ocurre. Muchos noticieros suelen abrir con, o incluir como una de sus secciones principales, el conteo de muertos de ese día. Con frecuencia no queda claro si los difuntos alcanzaron ese estado por delincuentes, por ser víctimas inocentes, o porque se pasaron de listos con la comadre y el compadre se los cobró. O sea: se echan al mismo costal gatos de muy distinto pelaje.
También es cierto que tanto Gobierno como medios han crispado el ánimo nacional, haciéndonos sentir menos seguros, más expuestos a la violencia… en un país en el que la violencia siempre ha estado presente. Lo que pasa es que ahora no la vemos de lejecitos, sin darle mayor atención a la noticia del ejidatario asesinado “por viejas rencillas” (¿No hay nuevas rencillas?). Ahora la sentimos próxima, y creemos que podemos ser la próxima víctima.
Por supuesto, la impunidad de los delincuentes y la corrupción de la Policía han quedado más en evidencia en los últimos años. Pero, amigo lector, ¿era ello distinto en el viejo México? Menos notorio, quizá. Pero no muy distinto.